“Me siento en un infierno personal. No he hecho nada para merecer esto. Es demasiado. No debería ser así. Estoy muy dolida ahora mismo”. Leslie Jones, actriz de la nueva Cazafantasmas escribía estas palabras en Twitter el pasado 19 de julio antes de cerrar su cuenta. No pudo soportar el acoso al que había sido sometida desde el estreno de la película. “Me han llamado simio, enviado fotos de sus culos, incluso una imagen con semen en mi cara. Estoy intentado entender a los humanos. Estoy fuera”, fue otro de sus tuits.
Unos días antes, en la misma red social, un grupo de personas simuló subastar al presidente de SOS Racismo Madrid, Moha Gerehou. “Toda la presión ha hecho efecto. La @policia ha contestado y estamos en contacto. ¡Seguimos luchando!”, escribía Gerehou tras presentar una denuncia. Casos como estos se suceden cada días en las redes sociales alrededor del mundo. Recientemente, una oleada de comentarios ofensivos sobre la muerte del torero Víctor Barrio despertaba la indignación del mundo taurino y la Guardia Civil y la fiscalía abrían una investigación. Este es el último ejemplo. Conocida es también la causa judicial contra el concejal madrileño Guillermo Zapata por un tuit de 2011 en el que decía: “Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcàsser para que no vaya Irene Villa a por repuestos”.
Los juzgados y tribunales españoles asisten en los últimos años a una avalancha de causas por delitos relacionados con los mensajes que se escriben en las redes sociales. Gran parte de estas investigaciones tienen que ver con manifestaciones de odio y enaltecimiento del terrorismo, principalmente publicadas en Twitter. Estas polémicas han reabierto el debate sobre los límites a la libertad de expresión y de opinión, pero también sobre los límites de las redes sociales. ¿Hay que ejercer un mayor control sobre estos nuevos espacios de comunicación? Ante esta cuestión, las opiniones son diversas.
“No creo que haya que ejercer más control. Las redes sociales son un espacio de expresión más, es como querer controlar lo que se dice en una plaza o un parque. Otra cosa es, claro, que lo que se diga constituya un delito”, opina Alex Rayón, director de Deusto Data y profesor del programa Big Data y Business Intelligence. “Las redes sociales no son más que un espacio de reunión y comunicación más. Si crees que te estás comunicando en un espacio privado es que no has entendido la arquitectura de estas redes, que es lo que le pasa a mucha gente”, añade.
Iker Merodio, periodista y fundador de Soluciones Comunicativas, sostiene, por su parte, que “tiene que haber más control”. “Son empresas que ganan dinero con ello, deberían controlar sus contenidos. Debería haber un mayor seguimiento por parte de las empresas a lo que dicen los usuarios, no creo que valga todo y, sin embargo, ese es el mensaje que están dando”. Según Merodio, las empresas sí marcan límites, “pero son arbitrarios”. “En el caso de la pornografía infantil o cuestiones en las que los menores son más vulnerables sorprende ver la libertad de movimientos que hay en las redes sociales, que luego actúan de un modo muy arbitrario y mojigato en campañas para promover la lactancia o en cuestiones de fotografías artísticas que incluyen desnudos, por ejemplo”, explica.
Los diferentes cuerpos de seguridad están utilizando herramientas de monitorización para la búsqueda y el análisis de la información existente en las redes sociales, lo que ha llevado a detenciones, por ejemplo, por enaltecimiento del terrorismo y humillación a las víctimas. “Se está monitorizando todo. Muchas de las personas detenidas en España por yihadismo, básicamente, fueron detectadas por su radicalización en estos foros”, explica Rayón. En otros casos, como el acoso que denunciaba la actriz Leslie Jones o los mensajes ofensivos, machistas, racistas, etc., el debate es más complejo. “Se puede llegar a cerrar una cuenta, pero ese usuario puede abrir otra fácilmente. Hay una sensación de impunidad”, lamenta Merodio.
Educación Para Sara Osuna Acedo, profesora de Comunicación y Educación en la UNED, especialista en tecnologías digitales, modelos educomunicativos y enseñanza virtual, “todos estos problemas están en la vida diaria y los hemos sufrido durante toda nuestra vida”. “En las redes sociales pasa igual, lo que ocurre es que tiene mucho más eco. El problema no son las redes sociales, el problema es la actuación de determinadas personas”, subraya. Y ante esto, todos coinciden en que la solución es la educación. “Hemos entendido las redes sociales como un espacio de ocio sin que nadie haya explicado realmente qué es este espacio y cómo funciona. Y, sobre todo, que se trata de un espacio de comunicación con una estructura abierta, social y conectada. Cuando la gente entienda todo esto, creo que las cosas van a cambiar”, señala Rayón.
“Hay iniciativas de formación, pero son iniciativas sueltas. La Ertzaintza ha estado dando formación más desde el punto de vista de la ciberseguridad, las amenazas, el bullyng, pero no tanto sobre qué es una red social”, asegura Rayón, quien pone la alerta en una red social muy utilizada por los jóvenes: Snapchat. “Tiene unos componentes de riesgo espacialmente delicados para una juventud de entre 14 y 20 años. Tú escribes lo que sea, porque luego se borra automáticamente y no queda rastro. Esta generación ha perdido un poco el sentido de la responsabilidad. Mandan lo que sea porque como se va a borrar... Creo que es una de las cosas por las que deberíamos estar más preocupados”, sostiene. “Lo que hace falta es explicar las consecuencias, que la gente asuma responsabilidades y que entienda de qué va esto, más que prohibir”, analiza.
“Yo creo que lo que está fallando en nuestra sociedad es no incluir una verdadera alfabetización digital dentro de los estudios básicos. Al no estar formados, estamos abocando a los jóvenes hacia un precipicio. Es como una persona analfabeta, que al no saber leer ni escribir es mucho más vulnerable a la manipulación y el engaño. A los jóvenes les pasa igual, si no tienen las competencias digitales necesarias para participar críticamente en las redes sociales, van a ser más vulnerables al engaño y la manipulación”, Sara Osuna.
Iker Merodio pone énfasis en otro elemento más: los padres. “La educación en redes sociales debería ser como andar en bici. Los padres tienen que poner su sentido común para enseñar a sus hijos la mecánica de las redes sociales y orientarles en ellas”, concluye.