Junts pel Sí (JxSí) y la CUP son como el agua y el aceite. No se parecen en nada, salvo que a unos les ata la condición de independentistas y a los otros, que son líquidos. Pero al unirse, nunca cuajan por mucho que se intente. Es de todos sabido esta química imposible, pero el desesperado intento de los soberanistas catalanes por evitar el sonrojo de una repetición de elecciones les llevó un día a tentar las leyes naturales. Fue entonces cuando se sacaron de la chistera un par de conejos: de entrada, el paso al lado de Artur Mas, y luego el desorbitado por patético abrazo entre derecha económica, izquierda socialdemócrata y anticapitalismo. Fue tal experimento con gaseosa que apenas seis meses después de semejante despropósito ya sobrevuelan los fantasmas de la inestabilidad, curiosamente a las puertas del 26-J.
Diez escaños de un Parlamento de 135 diputados son suficientes en una Catalunya política dividida casi a parte iguales para comprometer la acción de un Govern creado por el único interés de que un día -muy lejano a este paso- pueda ser independiente. Corresponden a la voz antisistema de la CUP, partidarios de abandonar la UE, amantes de la unidad popular, que tienen en su mano asamblearia cada día la sentida tentación de chantajear toda una acción de gobierno en favor de sus apetencias coyunturales y ahora han decidido dar un golpe definitivo en la mesa que tambalea las estructuras tácticas del soberanismo catalán. Les ha valido con elevar el listón de sus reivindicaciones sociales en los Presupuestos del azorado presidente Carles Puigdemont para que los estrategas ideológicos -Òmnium Cultural, ANC, AMI- que sustentan la reivindicación soberanista corran aterrados a buscar una respuesta a semejante chantaje.
En realidad, Catalunya no consigue sacudirse de la extorsión. Paradójicamente en una etapa democrática, este país ha padecido todo el catálogo de posibles coacciones. Comenzó con las de cuello blanco de la familia Pujol, que se oficializaron con el recargo del 3%; continuaron con la de alcaldes y concejales sin distinción de siglas en asuntos de comisiones y finalmente se ha mutado a las algaradas callejeras. Ahí es cuando emerge vergonzosamente -también tiene delito el entreguismo del alcalde Trías en su día para evitarse problemas- la fotografía deleznable del barrio de Gràcia, donde el chantaje se apodera de la razón y la amenaza del destrozo perpetúa el libertinaje. Y en el medio de esta guerrilla urbana que silencia los derechos de decenas de vecinos y comercios afectados, el quietismo de la alcaldesa Colau y el liderazgo belicoso de los escuadrones de la CUP.
Pues aún saca tiempo la CUP para desquiciar a JxSí con la amenaza de su enmienda a la totalidad de los Presupuestos para cuya elaboración el soberanista Oriol Junqueras ha ido más de tres veces en un mes a pedir socorro financiero a La Moncloa. No hay que ser vidente acreditado para haber aventurado en enero que semejantes matrimonios de conveniencia tienen asegurado a corto plazo el divorcio. Incluso, entre independentistas.