Un crimen ejemplarizante, un asesinato a modo de aviso, de amenaza, dirigido a los empresarios vascos en el momento en que ETA consolidaba su sistema de chantaje (“impuesto revolucionario”) con el objetivo de conseguir fondos para su financiación y extender el miedo, y también una advertencia directa al PNV. Así se interpreta el secuestro y asesinato de Aingeru (o Ángel) Berazadi, del que se acaban de cumplir cuarenta años y que produjo un gran impacto en el tejido empresarial de Euskadi, en la clase política -en especial, en la nacionalista- e incluso en el seno de ETA político-militar, y que sacudió a la sociedad vasca en un momento convulso y muy delicado al inicio mismo de la transición. Era el primer secuestro que terminaba en asesinato -antes había habido otros seis raptos, dos de ellos exprés, de solo unas horas-, era el primer empresario ejecutado por la organización armada y también el primer nacionalista que moría a manos de ETA.

Berazadi, director gerente de la empresa Estarta y Ecenarro (Sigma, emblemática fábrica de máquinas de coser de Elgoibar), fue hallado muerto en la madrugada del 8 de abril de 1976, con un tiro en la cabeza, en la nuca, después de haber permanecido secuestrado en un lugar inmundo y de manera inhumana durante 22 días. Cuando lo encontraron estaba tirado en la cuneta de la carretera que une esta localidad con Azpeitia y tenía puestas unas gafas de soldador cubiertas con un cartón negro y visibles señales de ataduras en las muñecas. Al parecer, lo tuvieron atado prácticamente todo el tiempo que duró el cruel cautiverio. Es más, los forenses dijeron que muy posiblemente no habría sobrevivido si lo hubieran liberado, porque tenía sus órganos internos destrozados, ya que no le daban apenas agua ni comida. En los alrededores, una enigmática señal: siete balas sin usar de nueve milímetros Parabellum, el mismo calibre del disparo que acabó con su vida.

El lugar en el que fue hallado -probablemente, donde fue también asesinado- está a escasos cinco kilómetros de Sigma, su fábrica, y a pocos más del lugar en el que los miembros de ETA pm le habían tenido secuestrado, en un altillo sin acondicionar de un caserío abandonado de Itziar.

Un entonces aún joven Xabier Arzalluz, avisado el mismo día del secuestro por un discípulo y amigo, familiar de Berazadi, se presentó nada más conocer la noticia en el domicilio del secuestrado, en Donostia, donde estaba reunida la familia, que se encontraba absolutamente desorientada, sin saber qué hacer. “Hay que actuar. Primero, hay que averiguar quiénes lo han secuestrado, qué condiciones ponen, cómo se accede a ellos, qué pretensiones tienen. Si ustedes quieren, yo me voy ahora mismo a San Juan de Luz”, les propuso el luego líder del PNV. A la familia se le abrió el cielo.

Arzalluz rememora con amargura los detalles, muchos sórdidos, que rodearon aquellos hechos, en los que estuvo directamente implicado. “Me fui de inmediato a San Juan de Luz, a casa de Mikel Isasi, nuestro hombre allí” -fue consejero del Gobierno Vasco en el exilio-, recuerda, “y tras concluir que eran los polimilis quienes tenían a Berazadi, le pregunté si sabía dónde vivía alguno de sus jefes”. Era ya de noche cuando llamaron a la puerta de José Luis Etxegarai, Mark. “Nos abrió él mismo y al vernos se pegó un gran susto. Le dijimos que, en nombre del PNV, pedíamos una entrevista con la dirección de ETA político-militar”.

Fue al día siguiente cuando los jeltzales Xabier Arzalluz, Luis María Retolaza y Gerardo Bujanda se reunieron cara a cara con los dirigentes polimilis Eduardo Moreno Bergaretxe Pertur, Javier Garayalde Erreka y Etxegarai. “Tuvimos una conversación larga, educada. Nosotros estuvimos un poco duros y les hicimos ver que aquello era el comienzo de una guerra civil entre vascos. Les exigimos, con mucha cara y más convicción, que debían soltarle sin más y renunciar a un rescate”, relata, cuarenta años después, el veterano político.

fracasos El intento sentó muy mal en los comandos Berezi, que eran quienes tenían secuestrado a Berazadi. Tanto, que al día siguiente del encuentro les comunicaron que no aceptaban al PNV como interlocutor e incluso avisaron a la familia de que no volvieran de la mano del partido nacionalista bajo la amenaza de asesinar al secuestrado. En adelante, fue la familia quien se hizo cargo de las posibles conversaciones o negociaciones, aunque Arzalluz no descarta que Mikel Isasi participase también de alguna manera.

Sin embargo, esta nueva fase también fracasó, al parecer por la intransigencia de Miguel Ángel Apalategi Apala, líder de los berezi, que no consentía ni una peseta de rebaja del rescate exigido -se habló de 200 millones de pesetas, una cantidad más que respetable en aquel momento- o “le pegaban dos tiros” a Berazadi.

Finalmente, aquel 8 de abril y pese a que parecía que se acercaba un acuerdo, el industrial guipuzcoano fue asesinado y abandonado en la cuneta. Según escribió tras conversar con dos de los secuestradores el antropólogo Joseba Zulaika en el libro Violencia vasca. Metáfora y sacramento, los captores -tres de los cuales fueron detenidos pocos días despues del crimen- se pusieron nerviosos porque temían haber sido descubiertos y por eso le mataron.

En cualquier caso, el desenlace fue “un cañonazo”, recuerda Arzalluz. “Fue una impresión muy fuerte. Sobre todo para los empresarios, todos se sintieron a partir de entonces amenazados. Una de las razones de ser de estos actos solía ser extender el miedo a los que querían extorsionar, y lo lograron”, afirma. El exlíder jeltzale no cree, sin embargo, que fuera un “ataque directo al PNV”, sino más bien al empresariado. “Para nosotros no era atacar al PNV, sino al país. Que fuera nacionalista, aunque no creo que militara, era una cuestión adicional”. Pese a ello, el partido publicó un comunicado en el que, por primera vez, condenaba una acción de ETA. “El secuestro con fines de chantaje y el asesinato como represalia tal como se ha producido en la persona de Aingeru Berazadi se salen de todo planteamiento de violencia política legítima, rompe la línea histórica de acción de ETA y supone un enorme retroceso en la lucha del Pueblo vasco por su libertad”, rezaba el escrito, elaborado por el propio Xabier Arzalluz.

En efecto, el crimen fue interpretado por los empresarios como un aviso. Jesús Alberdi, que luego sería secretario general de la asociación de empresarios guipuzcoanos Adegi, era entonces un joven directivo implicado en los incipientes pasos para conformar las primeras agrupaciones empresariales democráticas en momentos tan convulsos. “Fue un impacto tremendo, trágico. Fue muy difícil de digerir lo que supuso el secuestro y la muerte de Aingeru Berazadi, incluso después de la movilización social que hubo”, recuerda. Alberdi rescata de sus recuerdos la conmoción que causó aquello entre sus compañeros, el brutal golpe de efecto que se produjo en el tejido empresarial. “Marcó un antes y un después, no se supo cómo reaccionar pero hubo una respuesta social y de unidad empresarial, se produjo una reacción importante”, destaca.

Al ser el primer asesinato de un empresario, “el shock fue tremendo”, insiste Alberdi. “Ya habían empezado las peticiones de dinero a los empresarios y se entendió que indudablemente estaba hecho para avisar, crear miedo. Berazadi no era especialmente relevante, ni ejercía un liderazgo social o empresarial, se dedicaba a su empresa. Supongo que recibiría la carta. Fue el aviso para que todos los demás tuviesen cuidado”.

¿Generó miedo entre los empresarios? Alberdi cree que sin duda. “Fue el aldabonazo para todo el mundo, un bombazo. Eran momentos de mucho miedo, eso buscaban”, insiste, aunque cree que también supuso un empujón para hacer ver la necesidad de crear una asociación empresarial en el contexto democrático que se veía venir.

La doctora en Sociología y Ciencia Política Izaskun Sáez de la Fuente, una de los expertos que está elaborando un informe de la Universidad de Deusto sobre el impacto de la extorsión de ETA, coincide en que el asesinato de Berazadi, junto con el de Javier de Ybarra un año después, “sirvieron de elemento ejemplarizante en el empresariado para evitar que otros no pagasen. Tuvo ese efecto, lo buscase ETA o no. Fue la primera llamada de atención de que si no pagaban iban a sufrir las consecuencias y supuso el pistoletazo de salida para la consolidación del sistema de extorsión”, afirma.

Con todo, De la Fuente subraya la importancia del contexto en que se produjo el secuestro y muerte de Berazadi, en el tardofranquismo y la transición, con una creciente conflictividad laboral y fuertes tensiones político-sociales. “En esos momentos, ETA se erige, sobre todo para la juventud, en una especie de mito, de símbolo de resistencia”, insiste. Con sus ataques directos a la oligarquía industrial y financiera, ETA pretendía, entre otras cosas, “trasladar como imagen pública la relación entre lucha armada y lucha de masas”. De hecho, en secuestros anteriores, como los de Lorenzo Zabala y Felipe Huarte, ETA incluso pretendía asumir las reivindicaciones de los trabajadores de esas empresas.

Convulsión Sin embargo, la socióloga de Deusto destaca que en aquella época se vivía una situación de violencia armada muy fuerte, con varias organizaciones terroristas activas y “donde para cuando matan a un empresario ya habían asesinado a muchos guardias civiles y miembros de las fuerzas de seguridad, que caían como moscas”.

En el momento del secuestro y asesinato de Berazadi, sin embargo, ETA vivía una fuerte crisis interna e incluso muchos de sus militantes rechazaron la acción. “Aquello generó una gran zozobra en ETA pm”, afirma un expolimili, que recuerda que algunos trasladaron ese mensaje a Pertur, quien, pese a intentarlo, no logró salvarle. Hay que recordar también que el propio Moreno Bergaretxe desapareció y fue asesinado tres meses después, acto del que se ha culpado a sus excompañeros. “Lo de Berazadi causó mucha desorientación y creo que fue el embrión del planteamiento hacia la disolución y el paso adelante de otros para pasarse a los milis”, opina este exmilitante.