oslo. qUIEN apagó a tiros el sol de verano en la isla de Utoya, quien incendió el drama en Noruega, quien traumatizó a un país entero, quien desgarró a decenas de familias, quien abrió en canal el futuro de 69 jóvenes asesinados, quien despedazó la inocencia, quien desangró la democracia, no tiene quién le nombre en las conversaciones de una sociedad aún enlutada por la memoria de una pesadilla atroz. Por ese recuerdo negro nadie quiere nombrar a Anders Breivik, el ejecutor de una matanza, el símbolo del terror, el autor de una masacre que fue un latigazo aquel fatal día. Desde el 22 de julio de 2011, en Noruega, al asesino, le llaman el perpetrador. Un ser innombrable para los ciudadanos por el sufrimiento que causó.
Es la siniestra herencia de un episodio que noqueó sin remedio a una comunidad entera. Breivik, ultraderechista confeso, autor de un manifiesto en el que defendía su ideología, quería liquidar a la juventud del partido laborista, concentrada en un campamento de verano en Utoya. Disfrazado de policía tras atentar horas antes con un coche bomba en la capital, Oslo, donde causó 8 muertos, se trasladó a la isla con una armería a cuestas y mató despiadadamente a 69 personas, -estaban reunidas 530-, convirtiendo el islote en un infierno de sangre y fuego. Los más afortunados esquivaron a Breivik y sobrevivieron a la cacería emprendida por el asesino.
Dos años después, juzgado y sentenciado el perpetrador a 21 años de cárcel por los crímenes, (condena revisable a perpetuidad), 27 de los compañeros de los asesinados en Utoya, jóvenes pertenecientes al Partido Laborista, en el Gobierno, estarán en las listas de la formación en las próximas elecciones legislativas noruegas que se celebrarán el próximo mes de septiembre. Es más, Hadia Tajik, una joven de origen paquistaní de 29 años que salió viva del averno de Utoya, se ha convertido en un icono de la integración social al entrar en el Gobierno laborista, más flexible con asuntos espinosos como la inmigración en Noruega. El impulso de la juventud laborista, su reacción, su lección de entereza cuando lo más fácil era abandonar, la contestación frente a los tiros de la sinrazón, ante el cargador de la xenofobia, también es parte de ese legado. Su polo positivo.
Es la rebelión de los jóvenes, más enraizados en sus principios si cabe, a la barbarie de Breivik, a su enfermizo totalitarismo. "No debemos renunciar a los valores contra los que se dirigió el atentado: la diversidad, la solidaridad y una sociedad abierta", subrayó el primer ministro, Jens Stoltenberg, en el segundo aniversario de la conmemoración del recuerdo a las víctimas del exterminio del neonazi.
Durante el recordatorio por la masacre, el país escandinavo continúa con el crespón negro en la memoria, Stoltenberg señaló que "Noruega ha dado una lección de cómo reaccionar ante el odio ciego extremista, ya que por un lado ha reforzado sus dispositivos de seguridad y por otro no ha restringido la libertad de movimientos de la ciudadanía".
Días antes del homenaje por los caídos en Utoya, de las palabras de pésame y de esperanza del mandatario, las juventudes de la formación laborista recuperaron el pulso político que Breivik intentó mutilar entre la ira y el odio. Unos 800 afiliados y simpatizantes se arremolinaron en Gulsrud, un enclave desde el que se divisa Utoya, la isla en la que se citaba el fondo de armario del partido laborista desde mediados del pasado siglo.
Tal y como hicieran en Utoya, en el campamento de Gulsrud reafirmaron sus convicciones de cara a las elecciones al Parlamento noruego, donde competirán con los conservadores encabezados por Erna Solberg, que asoma como la favorita para tomar el testigo de Stoltenberg, que cumple su segundo mandato al frente de Noruega, un país que se debate sobre el petróleo, el motor económico del estado escandinavo, y en el que se discute abiertamente sobre la inmigración, más si cabe en época de crisis. Breivik, extremista, filonazi, abiertamente xenófobo, tomó partida en ese debate con las armas.
¿Un discípulo? El delirante argumentario de Anders Breivik, un extenso manifiesto que colgó en internet antes de ejecutar su macabra acción, circuló por la red entre el medio millar de simpatizantes del perpetrador, que se cree un justiciero. Uno de los que recibió el documento es Kristian Vikernes, un noruego de 40 años, que la policía francesa detuvo cerca de Limoges el pasado 16 de julio tras rastrear la pista. Descrito por la Fiscalía de París como un hombre "extremadamente peligroso", vigilado desde años atrás por La Dirección Central de Inteligencia Interior, Vikernes fue detenido porque según el Ministerio de Interior "suponía una amenaza potencial para la sociedad, como prueba la violencia de sus declaraciones interceptadas en la web". Así comenzó Breivik.
Además del vínculo ideológico que mantenían (aunque, supuestamente, Vikernes criticó la matanza a través de su web), Vikernes, conocido como Varg -lobo en noruego-, poseía un peligroso pasado. Fue condenado en su país a 21 años de cárcel por el asesinato de Oystein Aarseth, alias Euronymous, al que asestó 20 cuchilladas para acabar con su vida. Aunque con una pena de 21 años de prisión, Vikernes solo cumplió 16. Tras una tentativa de evasión en 2003, fue liberado el 11 de mayo de 2009. Un año más tarde, en 2010, se instaló en Francia, donde conoció a su esposa. En el país galo continuó con su activismo neonazi. Con semejantes antecedentes y "cercano del movimiento neonazi" y "susceptible de perpetrar atentados en un acto de terrorismo de envergadura", la policía decidió colocarle las esposas cuando detectó que su esposa adquirió varias armas. Sin embargo, las propias autoridades francesas reconocieron que Vikernes no tenía "ni objetivo ni proyecto identificado". Tras ser interrogado, fue puesto en libertad dos días después. Es la otra cara del legado de Utoya.