hay mitos y percepciones generalizadas que, no por ello, se ajustan a la realidad. Quizás ése sea el principal problema de la prevalencia de consumos problemáticos de estupefacientes en la sociedad y, especialmente, entre los más jóvenes. La imagen del ser marginal excluido de la comunidad y ligado a los policonsumos como paradigma de las drogodependencias no deja avanzar en busca de la verdadera dimensión de un problema cotidiano y de gran trascendencia. Es como si las ramas de un árbol impidieran ver el bosque que hay detrás. Bajo esa perspectiva, se hace necesario presentar la realidad tal y como es. Con crudeza. Con su color original y no con el que se refleja en el imaginario popular. Los consumidores llegan hasta determinadas sustancias con el ánimo de abrazar una nueva experiencia, de experimentar, de forjar mejores relaciones y de avanzar en una forma de ocio en la que no es oro todo lo que reluce. Lo que se encuentran poco o nada tiene que ver con utopías opacas. Problemas de familia, económicos, legales, de salud, de relación... Una plaga de consecuencias difícilmente cuantificables. Cada dependiente tiene su dimensión. Pese a ella, sí que hay estadísticas y certezas que avanzan que la relación con este tipo de sustancias lleva irremediablemente al fracaso vital.

De forma recurrente, el perfil del drogodependiente se asocia, indisimuladamente, con el de un heroinómano, de consumos variados, y al borde de la exclusión social o metido en ella hasta arriba. Los que tienen que lidiar con las consecuencias de las drogodependencias saben cómo acotar tales términos en su justa medida. Su experiencia en el día a día explica que prevalece el consumo de alcohol y la cocaína. Además, las adicciones en el conjunto del Estado -Álava no se desmarca de tales percepciones generales- son un fenómeno generalmente urbano, masculino y adulto. Al respecto, Proyecto Hombre -ONG especializada en la prevención y el tratamiento de las drogodependencias- ha identificado cuatro perfiles distintos de dependientes que varían en función del tipo de sustancia consumida: alcohol (41,7% de los casos), cocaína (31,4%), heroína (5,1%) y policonsumo (12%) y cannabis (7%). Son datos extraídos de El observatorio Proyecto Hombre, obra editada en colaboración con la Obra Social de La Caixa y la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas. Ésta es una herramienta que permite adivinar el problema, su verdadera dimensión y sus graves consecuencias, ya que se antoja extremadamente fácil atravesar la delgada línea que separa el consumo ocasional de una sustancia de la dependencia. Sucede inopinadamente. Sin mayores alharacas. Por la fuerza de la costumbre. Cuando ya se han atravesado los límites, los consumos y sus derivadas excluyen, aíslan, matan.

Dadas las circunstancias, es fácil adivinar las fórmulas que abundan entre los dependientes. La vía de administración inyectada se convierte en minoritaria frente a la vía oral, la nasal y la inhalada. La época de los estragos de la heroína han quedado atrás, y eso, en perspectiva, ha mejorado problemas como las infecciones secundarias, como el VIH, que sólo se encuentra en el 4% de los drogodependientes. Sin embargo, la percepción de la imagen del heroinómano como la general del adicto estorba en la labor de prevención. Hay otras sustancias, en apariencia, de consecuencias menos visibles, pero igualmente problemáticas. Sin embargo, que pasen desapercibidas no significa que no dañen. Lo hacen. De manera constante y silenciosa. Hasta que su prevalencia se hace evidente.

Distintos perfiles En ese sentido, Proyecto Hombre ha logrado esgrimir sus datos para catalogar a los adictos. Por un lado, están los alcohólicos. Son personas casadas (en el 62,1% de los casos), con núcleos de convivencia estructurados y con mayor tiempo de consumo (19 años antes de iniciar el tratamiento) por la aceptación social del alcohol y la dificultad en la toma de conciencia del problema. La edad media del enfermo es de 42,7 años, significativamente superior a la edad media de personas que consumen el resto de sustancias, en torno a los 35 años. Aunque este perfil está compuesto mayoritariamente por varones, cuenta con el mayor porcentaje de mujeres en tratamiento. La ONG Proyecto Hombre apunta que estas personas afrontan problemas familiares y de pareja, y tienen un menor porcentaje de problemas legales. Más de un tercio de estas personas tiene el empleo como fuente de ingresos habitual.

Otro perfil problemático es el de consumidores de cocaína. En este caso son, especialmente, varones, con empleo (50%) y solteros en su mayoría. Presentan problemas familiares y, en su vida de pareja, no son muy estables. Tienen una edad media más joven que los consumidores de alcohol. Se caracterizan por la baja comisión de delitos tipificados (28,48%). La media de años de consumo antes de iniciar el tratamiento es de 11,5.

El tercer perfil aúna a los consumidores de heroína (5,1%) y de otras sustancias (12%). Son mayoritariamente hombres, con mayor porcentaje de problemas familiares y de pareja. La mayoría son solteros y no conviven apenas con los hijos antes del tratamiento. Perciben sus ingresos de la familia, pensiones y ayudas sociales. Son el perfil con mayor porcentaje de delitos cometidos y experiencias de prisión (casi seis de cada 10 conocen tales perspectivas). En este perfil se sitúan mayoritariamente los casos de personas afectadas por VIH. La media de años de consumo antes de iniciar el tratamiento supera los 12 años.

A estos tres perfiles principales se suma un cuarto que, aunque de forma minoritaria, sí posee características diferenciales. Se trata de los consumidores de cannabis. Son, en su mayoría, hombres y solteros. Son los más jóvenes -26 años de media- y con menor tiempo de consumo (9,5 años). Conviven con su familia de origen y se observan menos problemas familiares. Perciben sus ingresos de la familia y compañeros.

fracaso vital En definitiva, las drogodependencias no salen gratis. Provocan problemas legales, laborales, de salud, de pareja... Aíslan. Y, además, restan todo tipo de oportunidades. No en vano, por primera vez se ha constatado la correlación entre consumo de drogas, fracaso escolar y consecuencias graves en la trayectoria vital. El citado Observatorio ha puesto de manifiesto el bajo nivel formativo de los consumidores, con independencia del sexo, alcanzando un porcentaje de personas sin estudios del 51% o sólo con estudios básicos (28%). También destaca el hecho de que casi la mitad de los drogodependientes forma parte del circuito laboral (ya sea con empleo o cobrando el desempleo). En esta variable se aprecia un problema de polarización entre los consumidores de cocaína (normalizados y con trabajo) y los policonsumidores y consumidores de heroína (sin trabajo ni estudios).