Continúan los movimientos tácticos alrededor de la mesa de partidos convocada por el lehendakari. A nadie le pilla de sorpresa, porque es lo habitual en este tipo de iniciativas y lo habitual en el juego político en general. Siempre hay quien por encima del objetivo principal, que no es otro, en este caso, que la superación de la crisis, la reactivación económica y la creación de empleo, pone un objetivo particular y accesorio, que no es otro que salir del trámite con la mejor imagen y hacer que el adversario salga lo menos beneficiado posible, cuando no directamente aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para sacar tajada.
Resulta un tanto deprimente leer o escuchar que los partidos reunidos en la mesa coinciden en el diagnóstico de la situación y comprobar a renglón seguido que la coincidencia termina ahí y que no hay consenso sobre las medidas a adoptar para hacer frente a ese diagnóstico? o al menos eso se trata de escenificar.
Evidentemente, a nadie le es exigible que acepte las propuestas de otro, pero sí al menos, acudir con cierta voluntad de aportar soluciones, dejando a un lado resentimientos y maximalismos que no conducen a ninguna parte. Resentimientos y maximalismos que son, dicho sea de paso, inversamente proporcionales al contenido de los portafolios que los representantes políticos llevaron a la reunión.
Visto desde fuera, parece que hay puntos de encuentro en varios de los temas tratados en la mesa, y que con actitud constructiva podrían cristalizar en algo positivo. Y, sin embargo, las declaraciones de algunos de los políticos dejan entrever que los acuerdos se encuentran lejos. Y en función del auditorio al que se dirige, más lejos todavía. También lo habitual en el juego político, donde las reglas del cortejo se encuentran tanto o más patentes que en otros órdenes.
A fin de cuentas, los humanos no podemos disimular que somos animales y que por mucha civilización con la que nos hayamos barnizado, el comportamiento animal nos fluye por los poros. Seguimos marcando territorio, seguimos realizando combates ritualizados para mantener el orden jerárquico en los grupos, y seguimos adoptando poses para resultar elegidos a la hora de llevarse el gato al agua.
Es en ese contexto donde pueden explicarse muchas de las actitudes observadas en nuestros dirigentes políticos tras el anuncio del lehendakari de convocar la mesa de diálogo y tras la celebración de la misma. Alguno, no le queda más remedio, trata de hacer el máximo ruido posible para que nos acordemos de que forma parte del nido; otros se muestran convencidos de que pertenecen a una especie diferente a los demás que se juntan en la mesa, a pesar de que presentan el mismo plumaje, y se empeñan en que todo acuerdo que no pase por cumplir a rajatabla con lo que ellos digan es inviable.
Otros, sacudiéndose el polvo de sus plumas, se muestran como acérrimos partidarios de la monogamia y se rebelan contra las promiscuas pretensiones del lehendakari de entenderse con todos y en ese juego hasta la que en principio parecía más favorable al acuerdo se ha visto obligada a lanzar un par de picotazos para marcar su posición.
Los ciudadanos y ciudadanas damos por supuesto que es inevitable que se produzcan esos juegos rituales. Lo comprendemos hasta el punto que ni siquiera nos molesta especialmente que se produzcan... siempre y cuando llegue el momento en que se pongan manos a la obra e hinquen el diente a las cuestiones que nos quitan el sueño. El momento de las poses ya ha pasado. Ha llegado el momento de los hechos.