El bipartidismo, el sistema de gobierno de hecho en el Estado español desde hace treinta años, vive sus horas más bajas. Los sondeos confirman el prolongado declive de la intención de voto al tándem PP-PSOE -no alcanza los dos tercios-, hasta el porcentaje más bajo en la historia de la democracia. La prolongada crisis económica y el descrédito de los partidos políticos están detrás de esta situación inédita. Pero también es un síntoma de lo que el politólogo Joan Subirats identifica como "la crisis de la cultura de la transición", un sistema político forjado en unos momentos peculiares y basado en el pacto y en la no agresión, y del que es reflejo la arquitectura institucional española, desde el sistema parlamentario que prima a los partidos grandes hasta el control de la justicia o el sesgo de instituciones como el Tribunal Constitucional o el Tribunal de Cuentas.

"Esto ha llegado a donde ha llegado y ahora salta por las costuras, porque mucha gente opina que existe una gran continuidad en las políticas económicas del PP y del PSOE, en las políticas que más afectan a la vida de la gente, como el empleo, las hipotecas y los desahucios, todos ellos temas muy vitales", estima Subirats. A juicio del catedrático de Ciencia Política y fundador del Instituto Universitario de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona, el descrédito de esas políticas y la falta de respuesta a problemas muy complejos, a los que hay que sumar la crisis de instituciones del Estado como la monarquía y el sistema judicial, o los casos de corrupción que salpican al PP y al PSOE, son los factores que, sumados todos, llevan a la desconfianza en las dos grandes formaciones.

¿Mitad del electorado? Así se explican algunos de los datos electorales que empiezan a preocupar a las formaciones de ámbito estatal. Entre 1989 y 2008 se produjo una progresiva concentración de voto en PP y PSOE. En el punto álgido del bipartidismo -en las últimas elecciones ganadas por el PSOE, en 2008-, las dos fuerzas representaban casi el 84% de todos los votantes. En las siguientes elecciones, las de 2011, que ganó con mayoría absoluta el PP, e inmersos ya en plena crisis, el tándem sociopopular bajó al 73%, a costa de las importantes subidas de IU y, sobre todo, de UPyD.

Los posteriores barómetros del CIS ahondan en esta tendencia. En el último, el del pasado mes de abril, quienes se decantan por los dos partidos mayoritarios siguen en caída libre (62%), sobre todo a costa del sustancial desgaste del Gobierno del PP. IU rozaría ya el 10% en intención de voto; UPyD, el 7,4%. Ha habido otras encuestas menos complacientes incluso. Un sondeo de Metroscopia publicado por El País a principios de abril evidenciaba que la suma de la intención de voto para PP-PSOE no llegaba al 50% del electorado.

El panorama social que retrata es desolador: ningún líder político del Congreso de los diputados saca un aprobado. El 86% de los españoles desconfía de Mariano Rajoy, pero es que el 89% no da ningún crédito al jefe del mayor partido de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba. "Un panorama político muy inestable y frágil", resume Subirats.

Otro de los indicadores de que la desafección está llegando a unos límites preocupantes es la abstención. En las elecciones de 2008 llegó al 26,15% del electorado; en las de 2011, subió al 28,31%. El barómetro del CIS constata el progresivo alejamiento de la ciudadanía: si en enero de 2012 la primera encuesta realizada tras la llegada de Rajoy a La Moncloa arrojaba un porcentaje de un 40% de consultados entre los que no votarían, no saben y no contestan, poco más de un año después este mismo colectivo crecía al 44,2%.

Es precisamente esta conjunción de factores -el menor arrastre de los partidos mayoritarios y la desafección política generalizada que evidencia el aumento de la abstención- la que a juicio de Pedro Ibarra, exdirector del Departamento de Ciencia Política de la UPV/EHU, demuestra que el cambio "es estructural" y que gran parte de los ciudadanos constatan que "ya no creen en el actual sistema de partidos".

Partidos por surgir ¿Por qué entonces IU y UPyD, cada uno de ellos desde un extremo del espectro ideológico, aunque se benefician de esta situación no lo hacen en la misma medida que crece la desconfianza en los partidos grandes? Los factores son diversos. Ibarra apunta que, aunque en la cuestión "nacional" española UPyD se sitúa en la extrema derecha, no ha logrado romper del todo el bloque de los votantes del PP, que abarcan todo el espectro de la derecha. El tiempo dirá si se materializa la operación que Esperanza Aguirre estaría dispuesta a liderar, según se dice en los mentideros madrileños, al frente de una formación ultraliberal a la derecha del PP.

En el otro extremo, señala que, a diferencia de la mayor parte de Europa, IU ha logrado mantenerse como una formación "radical", referente de la izquierda clásica que ha recogido voto "antisistema". Pero solo en parte. Y es que todos los movimientos surgidos al calor del 15-M, que en otros países han dado lugar a la creación de formaciones políticas como Syriza en Grecia o el Movimiento 5 Estrellas en Italia, en el Estado español no han dado el paso a la política, aunque lo siguen debatiendo.

Hace unos días se hacía público que parte de este conglomerado de grupos y grupúsculos estaría debatiendo la presentación a las próximas elecciones de 2015 de un frente progresista denominado Confluencia. "Por el momento, la tendencia dominante en ese sector -afirma el catedrático de la UPV/EHU- es no entrar en política; no cuestionan que un partido sea bueno o malo, sino el mismo sistema de partidos, la democracia parlamentaria".

"IU y UPyD no son antiestablishment", coincide Subirats. "Por el contrario los movimientos surgidos tras el 15-M tienen una forma de actuar que les aleja de la manera típica de los movimientos sociales. Ni siquiera tienen una portavocía. Parecen más un acontecimiento que un movimiento, y eso que han cumplido dos años". La única excepción es Catalunya, en la han tenido "alguna plasmación en la política", a través de la CUP -que ha llegado al Parlament pese a ser de carácter asambleario-, el proceso constituyente y la posición de algunos partidos como el PSC, "que se mueven hacia un intento de crear algo parecido a una Syriza catalana. Han aprendido la lección y han descubierto que si se hace por arriba no funciona, y que acaba siendo mejor si se hace por agregación y respetando los espacios de cada uno", resume Subirats.

La "antigua política" Llegados a este punto, la pregunta es si el bipartidismo en sí mismo es bueno o malo. Ni lo uno ni lo otro. "En Ciencia Política decimos que el bipartidismo tiene una ventaja, que es la gobernabilidad, pero por otra parte reduce la pluralidad", reflexiona Ibarra. "El hecho es que estamos ante sociedades cada vez más complejas, fragmentadas y heterogéneas. Terminar embutiéndolas en dos grandes opciones no parece fácil", tercia el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Para Subirats, algo tenemos ganado en Euskadi o Catalunya ante este nuevo panorama, aunque el precio sea gobiernos en minoría siempre a la búsqueda de pactos. "El paisaje político vasco y catalán es bastante más plural que el español. Es evidente la poca tradición en España de las coaliciones, y de aceptar esa complejidad como algo natural y no buscar soluciones mágicas. De una manera superficial, son más modernos estos sistemas que el español, lo cual no quiere decir que sean mejores", precisa.

Con todo, parece innegable que se necesitan reformas que logren que la democracia parlamentaria sea también más representativa. "Otra cosa es que las instituciones tal y como las tenemos sean capaces de hacerlas -abunda Subirats-. Ahí es donde las dinámicas sociales pueden tener significación".

A su juicio, "en España al eje derecha-izquierda, al que en Euskadi y Catalunya se añade el de nacionalistas-no nacionalistas, se le va sumando otro eje, que es el de nueva política-vieja política. Ese eje de nueva política está ya empezando a tener influencia en los partidos". ¿Su resumen? "No hay salidas claras, pero lo que parece evidente es que lo antiguo está en crisis", sentencia.