Bilbao. Solo el flujo del aire acondicionado y el ruido de las máquinas expendedoras de café y refrescos del vestíbulo de entrada quiebran el sosiego en el Palacio de Justicia de Bilbao, un edificio moderno sin sonidos a poco minutos de que agote la jornada laboral de un jueves caluroso. Pulcro, moderno, visible la madera clara y la sillas de espera reflejadas en las baldosas brillantes, a la casa de la justicia le falta el ruido del ajetreo, el estrés y el agobio que está cercando día a día a los jueces, un colectivo para el que la nueva Ley Orgánica del Poder Judicial, impulsada por el ministro Gallardón, contempla la implantación de un examen psicológico que los futuros jueces deberán superar. La voz autorizada de Garbiñe Biurrun (Tolosa, 1960) diserta sin artificios ni pirotecnia sobre esa idea y sobre la situación en la que se encuentra la justicia, a la que se le acumula el estrés.
¿Qué opina respecto a la posibilidad de tener que superar un examen psicológico para convertirse en juez?
Dicho así puede sonar muy esperpéntico, pero yo personalmente hace muchísimos años que vengo opinando que algo así sería preciso. Creo que será muy útil que se garantice un mínimo equilibrio mental en las personas que ejerzan la función judicial, pero que estos test no sirvan para otro tipo de objetivos. Más que la posibilidad del examen psicológico, me asusta la noticia en el contexto en el que se está produciendo, porque al mismo tiempo que Gallardón dice eso, dice otras cosas que sí me parecen tremendas.
Si los sistemas de control funcionan adecuadamente, un examen psicológico no tendría que convertirse en un filtro ideológico. Eso sería lo más grave. Que no se trate de buscar un perfil determinado de juez o de jueza sino que las pruebas sirvan para garantizar ese equilibrio mental, la capacidad de conectar con los problemas de otras personas así como la capacidad de empatizar con los problemas sociales e individuales. Entiendo que esos elementos son esenciales para ejercer la función judicial. No entiendo de psicología y tampoco de test psicológicos, pero se sabe que dependiendo de su contenido y la finalidad que se quiera obtener de ellos o de los rasgos de la personalidad que se quieran destacar, se plantearán de una manera o de otra. Muchas personas pueden tener problemas mentales, o trastornos, o problemas de relación social y deben de ser tratadas. Entiendo que no es conveniente que haya personas que puedan entrar en la función judicial con esos lastres, con esas dificultades, con esos handicaps.
¿Con eso mejoraría la salud mental de la judicatura?
Creo que la búsqueda de una judicatura con un perfil psicológicamente sano es básico, qué menos tendría que pedir la ciudadanía. Pero si lo dejamos ahí. Tiene que haber expertos que puedan garantizar que los mecanismos de test son perfectamente controlados, medidos, exquisitos. Que solo tengan esa finalidad. Creo que eso se puede conseguir. Por supuesto sin que pueda introducirse ningún matiz que pretenda detectar ningún otro tipo de cuestiones eso sería bueno, pero además sería un filtro absolutamente mínimo. También creo que cada cierto tiempo deberían facilitarse mecanismos para que quien lo necesitara pudiera disponer de un apoyo psicológico en un momento dado. Dentro de los riesgos laborales de nuestra profesión, el estrés está detectado desde hace años.
Entiendo que defiende un mayor control psicológico de los jueces.
En estos momentos para ser juez o jueza solo hace falta tener, por el turno de libre oposición, una muy buena memoria. Cuanto mejor memoria se tiene mejor porque se trata de superar una oposición puramente memorística en la que hay que recitar una serie de temas a sorteo delante de un tribunal. Esa es la única cualidad y después hay que superar un periodo de prácticas, de estancia en la escuela judicial. Esos son los únicos requisitos. A mí me parecería socialmente útil que las personas que ejercemos la función judicial, no digo ya que tengamos que tener especiales cualidades, pero sí que por lo menos no tengamos especiales defectos. Estamos hablando de un mínimo equilibrio mental.
¿Se han percibido casos de jueces con un claro desequilibrio mental?
Personalmente creo que en esta profesión se han detectado a personas con bastantes problemas psicológicos. No sé si se trata de un índice alto o bajo respecto a otras profesiones, pero sí que hay un número relevante.
¿Se debe a la carga de trabajo que están obligados a soportar?
No lo sé. Esta es una profesión a la que primero, cuesta bastante llegar. Yo he visto personas que al final han terminado utilizando un mecanismo que a lo mejor es muy humano, pero que es muy peligroso: una especie de venganza social. Como si dijeran: yo he llegado hasta aquí, a mí me ha costado llegar aquí, y ahora os vais a enterar. Poco menos que eso. Y no hay que olvidar que se tiene muchísimo poder. Esta no es una profesión cualquiera. Cada juez y cada jueza tiene muchísimo poder para decidir sobre las vidas de otras personas. Es una profesión, en ese sentido, muy, muy especial. Todos conocemos casos llamativos de decisiones judiciales muy, muy esperpénticas que no se pueden explicar desde otros parámetros.
¿No existe ningún control interno sobre la salud mental de los jueces?
No, no, no. De momento no tenemos nada. Hasta muy recientemente no hemos tenido ni un estudio de prevención de riesgos laborales, cuando digo muy recientemente, digo a finales del año pasado. No sabíamos si las sillas en las que estamos sentados todo el santo día delante del ordenador son las adecuadas o no hasta ahora. Ni siquiera cuando hemos estado sometidos a la amenaza del terrorismo, una situación complicada, en la que íbamos escoltados, no hemos tenido ningún tipo de apoyo psicológico y de ninguna otra clase.
Así que cada uno se va con sus problemas a casa.
El que lo haya necesitado se ha tenido que pagar un psicólogo particular. En general hay bastante trabajo y la gente está muy agobiada.
¿Ese estrés que padece la profesión por el ingente número de expedientes que se agolpan sobre la mesa, incide luego en la ejecución de sentencias extrañas?
Desde luego no ayuda al equilibrio personal. La gente más joven, que está en edad de conciliar seriamente su vida personal, familiar y laboral no puede hacerlo en condiciones dignas. Evidentemente eso va a repercutir en todos esos espacios. Una repercusión importante en sus espacios privados luego va a generar problemas en el espacio laboral.
¿Y qué se puede hacer ante esta realidad?
Esto casi siempre pasa por el mismo camino. Se necesita un aumento de plantilla. Si se cogen los ratios sobre los asuntos que se ingresan y se recogen los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial, que ha elaborado unos estándares de cargas de trabajo por órganos judiciales diferenciando tipos de jurisdicción y de órganos..., vemos que los órganos judiciales, en su mayoría, están socrecargados. Lo que quiere decir que las personas que trabajan ahí están sobrecargadas. El Ministerio de Justicia no tiene ni la más mínima intención de aumentar la plantilla y justo, justo, tiene la intención de mantener una tasa de reposición aceptable con jubilaciones. Las reposiciones cada vez son más restringidas, más limitadas en número. La idea del ministro Gallardón para descargar los órganos judiciales de trabajo ha sido la Ley de tasas. Esto es como si en la sanidad se dijera que no puede haber más profesionales de la sanidad y entonces de lo que se trata es de que la gente no llegue a los hospitales. O los curamos en la calle o que se busquen otro remedio. Es exactamente eso.
¿Se tienen que llevar el trabajo a casa?
Sí. En este órgano en el que estoy en este momento, en la Sala de lo Social, la carga de trabajo es razonable y asumible, pero le puedo asegurar que hay muchísimos órganos judiciales, sin ir más lejos en estos momentos todos los del Estado de la jurisdicción social, que están absolutamente sobrecargados. Hoy (por el jueves) leía un informe de Jueces para la Democracia respecto la reformas propuestas por el ministro para la reforma orgánica del poder judicial en el que se habla de que la carga de trabajo es extenuante, hasta el límite del agotamiento.
¿Cómo es la jornada de un juez?
Lo que puedo asegurar es que muchísimas compañeras y compañeros están durante todas las tardes y los fines de semana delante del ordenador trabajando. Normalmente se celebran dos juicios por semana que ocupan toda la mañana. Celebrar los juicios es ver las pruebas y escuchar a las partes. Luego uno se va con todo el expediente a su casa, a mirarlo, a estudiarlo, a pensar que es lo que se ha probado en ese juicio, a mirar a lo mejor dos pruebas de peritos en el que uno dice A y otro dice Z, y el juez tiene que decidir que le convence y tiene que redactar su sentencia, fundamentarla jurídicamente y razonar el fallo o la resolución. Eso cuesta mucha trabajo. Se dan un mínimo de doce sentencias por semanas. Le puedo asegurar que doce sentencias llevan muchísimo trabajo tras de sí. Y eso hablando de juzgados que tienen una carga de trabajo razonable.
Parece que estemos ante robots de la justicia. ¿No es eso peligroso?
No lo veo así, aunque no es la situación ideal. Cada vez que veo las sentencias que llegan a esta Sala, que son muchas, me sorprendo gratamente de que siguen manteniendo un nivel muy adecuado.
¿Es la vocación lo que hace sobrevivir a la jueces?
Puede la vocación y puede, digamos, el decoro, la profesionalidad y el compromiso de las personas. Hay un compromiso con la sociedad. Cuesta ser juez y en la mayor parte de los casos existe un cariño evidente a la profesión. Existe un importante compromiso con la justicia como cualidad, pero también con la institución y con la sociedad.
¿Es un tópico decir que la justicia es lenta?
Lo de que la justicia es lenta puede ser sostenido en algunas jurisdicciones, en algunos ámbitos, y desde luego en algunos momentos. Actualmente vamos hacia una ralentización de la justicia por la cantidad de pleitos y litigios que hay, salvo que la reforma de las tasas de Gallardón (pagar por la justicia) disuada a los ciudadanos acudir a los juzgados. No parece que el futuro inmediato vaya a ser mejor. Lo de la lentitud es relativo.
Es un tópico que cuelga de la justicia con independencia de lo que esté pasando. En la jurisdicción social en Euskadi yo creo que muy poca gente podrá quejarse de que la justicia es lenta. Es verdad que los juzgados están sobrecargados, pero no se dicta una sentencia más allá de seis meses desde que se haya interpuesto la demanda, y desde luego, en bastante menos de un año se resuelven los pleitos en Euskadi, en lo social, en el terreno laboral. Pero no hablamos de una sola sentencia sino de dos. Una primera de juzgado y una segunda dictada por el Tribunal Superior en suplicación. En principio, eso, no es una justicia lenta. Hay litigios que se ventilan más rápidos y otros, de otras jurisdicciones, que son más lentos. También es verdad que vemos algunos casos muy llamativos en la jurisdicción penal porque la instrucción se alarga durante años etc... pero no siempre es así y sin embargo la percepción es que la justicia es lenta.
También existe la percepción generalizada de que la justicia no es justa o de que al menos no todos somos iguales ante la ley.
La persona que pierde siempre considera que la justicia no es justa porque no se le ha dado la razón y considera que algo se ha hecho mal por parte del que ha resuelto. Eso está en el ADN de los pleitos. Una de las funciones de los jueces es que en nuestras sentencias tratemos de convencer al que va a perder de porqué está perdiendo. Nosotros tenemos que razonar el motivo por el cual llegamos a esa conclusión y tiene que ser de forma lo suficientemente sensata y seria. Quien pierde debe visualizar las razones por las que pierde. El que gana un pleito no le da tantas vueltas. En ocasiones hay quien dice que se compra a los jueces, y esto es inaudito, pero se escucha.
Lo que sí es verdad es que puede existir la percepción de que la justicia, más que injusta, es desigual. En algunos ámbitos, como en el penal, la ciudadanía sí puede tener la percepción de que no existe el mismo tratamiento para el poderoso que para el no poderoso. Creo que eso es un problema de la aplicación de la justicia, pero no solo de la aplicación de la justicia que se hace en lo órgano judiciales sino de las propias normas y de lo que es una situación social X por la cual las prisiones están llenas de gente no poderosa y la gente poderosa, que también comete delitos, los más grandes delitos contra la social, no están en la cárcel.
Las prisiones están llenas de gente pobre y marginal o marginada. Eso revela la injusticia y la desigualdad de todo un sistema, del cual la justicia institucional forma parte, pero lo que genera el sistema, ese impulso a la delincuencia y a la marginalidad, no se puede solucionar en el último eslabón: en el juzgado. La noticia es que uno va a prisión por robar dos gallinas y alguien que ha robado 38 millones de gallinas, pues de momento, no va. Eso es muy duro, pero es tan duro de visualizarlo socialmente como de asumirlo judicialmente, ojo.