la mañana es fría. Sin embargo, la sala elegida para la reunión mantiene un grado de confort adecuado. Es primera hora de la mañana y la estancia ha logrado sobreponerse a una madrugada típica de estos lares. A ello ha ayudado la actividad que allí se desarrolla. Comienza la conversación. Enfrente, un patrullero dedicado a labores de seguridad ciudadana y uno de los integrantes de la Unidad de Investigación Criminal de la Ertzaintza (UIC). Este último forma parte de la treintena de agentes que se encargan en el territorio histórico de investigar e intentar acotar los delitos de entidad superior que se producen en la CAV, entre ellos, los englobados bajo el epígrafe de crimen organizado. Ante ellos pelean con los déficits propios de un cuerpo policial adscrito a un territorio reducido y concreto y que, desgraciadamente, durante las tres décadas que han pasado desde su creación se ha dedicado en cuerpo y alma a otros menesteres. O, al menos, se ha dedicado a ellos de manera fundamental.
Sin embargo, ahora, con la lacra del terrorismo enfilando el camino que ha de guiar los pasos para su desaparición definitiva, los investigadores de la Policía autonómica pueden dedicarse a otras prioridades, como a analizar y combatir la incidencia criminal de grupos organizados. Estos están integrados, básicamente, por ciudadanos extranjeros especializados en la comisión de delitos que van desde el trampeo de cerraduras de pisos, al asalto de viviendas unifamiliares o a ejecutar encargos muy determinados que poco o nada tienen que ver con la casualidad o los golpes de suerte. Pese a la constancia de su existencia, su incidencia, cada vez mayor, no ha llegado al punto de ser un problema de grado superior en materia de seguridad ciudadana, según desgranan los agentes.
Desde la UIC escrutan el terreno y la sociedad. Agrupan evidencias y tiran del hilo, más con criterios reactivos que gracias a la gestión de la información lograda de confidentes y similares. En eso, la Ertzaintza es muy aséptica, relatan, y no necesariamente para bien. En cualquier caso, la evidencia asegura que existe un goteo continuo de actuaciones policiales que han sacado de la circulación a grupos, fundamentalmente, integrados por ciudadanos llegados del Este de Europa. Son rumanos, albanokosovares, búlgaros o georgianos, entre otras nacionalidades. Y es evidente que trabajan dentro de ámbitos mayores. Aunque tal circunstancia no se traduce per se en el establecimiento de mafias o agrupaciones similares de manera permanente en Álava o en los otros territorios históricos, como sí sucede en otros lugares del Estado, como en la costa mediterránea. Ni siquiera significa que los presuntos criminales formen parte de estructuras definidas de delincuencia. Al respecto, los agentes consultados ponen un ejemplo. "En su momento, se llegó a hablar y a escribir sobre la existencia de bandas latinas en barrios como San Martín. Puede haber chiquilladas y puede que incluso algún iluminado actúe, pero no delinquen como banda latina ni forman parte de tramas de delincuencia organizada".
En cualquier caso, la experiencia de los últimos años sirve a los policías para dibujar con detalle el modus operandi de los grupos criminales de esta índole que operan en Álava y, por extensión, en Bizkaia y en Gipuzkoa. Así, las organizaciones desarticuladas están conformadas por cuatro, cinco o seis integrantes, evitan pisar el terreno de otros grupúsculos, están muy especializados, algunos tienen formación policial o militar de elite y, en general, manejan información muy bien estructurada sobre objetivos, alarmas, e, incluso, sobre el reparto competencial entre los distintos cuerpos de seguridad que operan en el Estado. Su formación incluiría un conocimiento exhaustivo de los diferentes sistemas anti-intrusión del mercado, que estorban poco o nada a estas bandas. Se trata de profesionales y ello, en este contexto, conlleva una forma específica de operar, lo más limpia posible. "Intentan evitar encuentros con sus víctimas. No les interesan ni agresiones ni violencia". De darse, implicarían, de manera inmediata, un repunte de la sensibilización ciudadana ante este tipo de hechos y, un repunte paralelo de la actividad policial, circunstancias ambas que complicarían, y mucho, las reglas de juego en este tipo de delincuencia. Así, pues, lo ocurrido en casos de consecuencias mediáticas, como el robo y agresión al popular José Luis Moreno, formarían parte del anecdotario, como excepción.
Pese a que estos grupos no son estrictamente mafias, sí que parece evidente que forman parte de una realidad superior, de la que se descolgarían redes de información y de distribución de las ganancias. No en vano, la realidad dicta que los botines encauzan su redistribución hacia mercados nada cercanos en apenas 24 horas. Allí se situarían aparatos electrónicos, joyas o vehículos de alta gama. Cada cual en el mercado preciso.
Al respecto, la experiencia de la UIC es contundente. Los vehículos de lujo se llegarían a sustraer por encargo, con peticiones de modelos concretos y específicos y con una pericia profesional que incluiría la provisión de juegos de llaves o códigos para hacerse con el control de las berlinas ajenas. Existe un soporte exterior. Nada es casual. A las pocas horas, el coche solicitado ya está en poder de un nuevo usuario, por ejemplo, en el Magreb.
La conversación con los agentes continúa y, con ella, aparecen nuevos detalles de este tipo de grupos. Se sabe que están equipados con documentación extranjera duplicada y falsificada. Se desconoce quién es el responsable de la clonación documental, pero su trabajo "es excelente". No usan DNI ni pasaporte españoles, ya que entienden que los policías españoles sabrían cómo desgranar los papeles falsos de la documentación verídica, circunstancia que no se daría, hipotéticamente, con identificaciones de otros países.
Este tipo de grupos acostumbran a llegar en tránsito. Se mueven mucho. Recorren España y se cuidan muy mucho de trabajar allí donde residen. Lo ocurrido con varios grupos de ciudadanos georgianos desarticulados en Vitoria, donde habían perpetrado sus robos en domicilios particulares, es la excepción que confirma la regla. Ellos sí que residían en la capital alavesa, que utilizaban como foco de su actividad. A ojos policiales, y de la mayoría de estos profesionales del crimen, "es un error dar el palo donde se vive".
La importancia de la información Precisamente por eso es tan complicado luchar contra este tipo de crímenes para la Policía autonómica. Perseguir e identificar a estos individuos se topa con los límites regionales y competenciales, que no siempre se vadean por aquello de la necesidad de colgarse medallas por parte de los gestores políticos de los diferentes cuerpos policiales existentes en el Estado. "Se requeriría otra forma de trabajar, con mayores dosis de colaboración y otra forma de investigar, y con otra forma de gestionar la información", indican los agentes. "O les atacas con información o estás muy limitado".
En los debes identificados por los propios agentes en la lucha contra estos grupos también se incluye la falta de una especialización en la investigación y la necesidad de una mayor formación para los ertzainas. Quizás ahora, con el presunto final del terrorismo, "se pueda encauzar la labor de la Ertzaintza hacia este tipo de temas. La gente se sorprende, pero, en otros campos, como en el tráfico de drogas, los narcos han estado muy sueltos. Pasa lo de Palmita -asesinato, presuntamente a manos de un sicario, de un joven en las inmediaciones de la capital alavesa- y todo el mundo se sorprende. Pero así ha sido".
Dadas las limitaciones existentes, muchos de los operativos de la Ertzaintza contra este tipo de delincuencia se basan en trabajos preventivos y en vigilancia de puntos concretos, sobre todo, en polígonos industriales, muy visitados en épocas recientes por grupos, preferentemente, albanokosovares, especializados en acceder a pabellones a través de la técnica del butrón.
Sea como fuere, la experiencia contra este tipo de crimen permite a los investigadores de la Ertzaintza radiografiar un tipo de delito al que ahora se le ha abierto el mercado del País Vasco. Este tipo de delincuencia, que nada tiene que ver con rateros habituales, conoce a la perfección que en la CAV hay-o, al menos, había- un nivel de vida considerable. Hasta la fecha, operaban en Euskadi, pero con autolimitaciones, ya que conocían a la perfección que, dadas las circunstancias, había mucha policía y seguridad, con equipos de seguridad ciudadana, de protección de personalidades políticas, de lucha contra ETA y de contravigilancia. "Había muchas pistolas en la calle y muchos agentes de paisano", por eso estos profesionales se dedicaban preferentemente a las empresas. Ahora, sin la amenaza terrorista, muchos de los dispositivos existentes y muchos escoltas ya no están en las calles. Y, como "tontos no son", ya saben que ahora hay barra libre. De ahí el goteo de informaciones sobre robos en chalés y pisos y de actuaciones policiales contra este tipo de delincuencia. "Cada vez hay mayor incidencia. Y seguramente va a haber más. Saben a la perfección que aquí hay pasta".
Por eso no sorprenden algunos de los casos a los que se han tenido que enfrentar los policías vascos. Explican bien a las claras el grado de especialización de estos profesionales y el nivel de la información que reciben a la hora de delinquir. Incluso hay sospechas nada veladas de que muchos operan por encargo y para clientes específicos. En ese contexto se ha llegado a documentar el robo de una maquinaria de corte de más de mil kilos, difícil de ocultar. Incluso de colocar en el mercado negro a no ser que haya un comprador específico. Aparte, los investigadores han tenido que enfrentarse al robo de camiones repletos de electrodomésticos. "Desaparecen. No se encuentran en el mercado negro. Tienen destino concreto", valoran.