El ¿Sabía que... que este periódico publicó el pasado viernes 12 desvelaba que la tertulia televisiva de cabecera de la derecha española, El gato al agua, ha planteado, en un alarde de profundo desconocimiento del propio partido al que promociona, la desanexión de Álava del País Vasco aprovechando la victoria del PP tanto en la Diputación alavesa como en el Ayuntamiento de Vitoria.
Los postulados conservadores del PP alavés que acaba de regresar a las instituciones no pasan en absoluto por cuestionar su vasquismo, pues sería tanto como cuestionar el castellanismo del PP de Ávila, por mucho que ideológicamente el territorio se parezca más a Navarra que a Bizkaia o Gipuzkoa -de ahí la confusión mental de los tertulianos de Madrid-, y que en Álava haya habido algunos movimientos secesionistas puntuales, en los años treinta y noventa del siglo pasado.
los precedentes
Dos clases de conservadores
El PP alavés que hoy vuelve a gobernar se nutre en sus filas más veteranas de militantes de la UCD, como Alfredo Marco Tabar, y de foralistas como Ramón Rabanera, parte de un sector social que, en una provincia de curas y militares, descubrió por sorpresa el 3 de marzo del 76 a una clase obrera oculta hasta entonces tras un manto de conservadurismo y acallada por la dictadura. Por aquel entonces, Javier de Andrés y Javier Maroto estaban apenas escolarizados. Esa sociedad alavesa tradicional, religiosa y rural, se dividía en dos mitades casi exactas, los nacionalistas vascos y los españoles, a quienes se sumó como tercer factor toda la mano de obra, principalmente inmigrante, de las industrias que se instalaron en Vitoria en los años cincuenta.
el pp llega a las instituciones
Delfines de Alonso y Rabanera
La base ideológica de aquella Álava de la segunda mitad del siglo XX sigue siendo hoy la misma. PNV, PP y PSE se disputan, casi siempre en situación de empate técnico, el gobierno de las instituciones, pero no fue hasta 1999 cuando el Partido Popular se subió por primera vez al coche oficial.
Eran los tiempos de la mayoría absoluta de Aznar, la época postLizarra, una fase de extrema violencia por parte de ETA en la que el PP de Mayor Oreja logró adelantar en Euskadi al socialismo y en la que los alaveses no destacaron ni por exceso ni por defecto en el radicalismo de un partido que a nivel estatal no tenía rival, pero que en Euskadi forzó tanto la máquina que facilitó una aplastante victoria del nacionalismo vasco. En ese contexto, Ramón Rabanera y Alfonso Alonso gobernaron sus instituciones respaldados por quienes ellos mismos habían elegido como sus respectivas manos derechas. Javier Maroto, con apenas 28 años, se hizo cargo de los dineros del Ayuntamiento y se convirtió además en teniente de alcalde de un primer edil que, siendo de derechas, pertenecía más a la nueva hornada conservadora de la ciudad que a quienes vivieron la Transición en primera línea. Maroto era el sucesor natural de Alonso y, cuando éste fue superado por Patxi Lazcoz en las municipales de 2007 y decidió marcharse al Congreso para trabajar con Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, el lugarteniente heredó el grupo municipal con el reto de recuperar la alcaldía cuatro años más tarde. La victoria popular, o más bien la derrota socialista, fue incontestable ante los ojos de un PNV que se quedó como estaba.
Vinculado al PP por lazos familiares, Javier de Andrés entró en el partido para ejercer como jefe de comunicación, pero tras ganar Ramón Rabanera las elecciones del 1999, terminó por ocupar un puesto político. Poco después, tras haber llevado la cartera de Obras Públicas y haberse encargado de la construcción del tramo alavés de la AP-1 -cuyo sobrecoste sembró la polémica en el territorio-, De Andrés se presentó a sus primeras elecciones sin apenas experiencia política. Aún así, ganó los comicios por apenas unos centenares de votos, pero Xabier Agirre terminó siendo diputado general. De Andrés fue víctima de las políticas de pactos en un territorio de estrechos márgenes entre unos y otros partidos, pero cuatro años después, tras haber ganado de nuevo, esa misma dinámica le ha abierto las puertas del Palacio de la Provincia. Ezker Batua había forzado demasiado la máquina en sus negociaciones con el PNV.
el escenario actual
Obligados a entenderse
Javier Maroto se estrenó como alcalde de Vitoria el mismo día que la izquierda abertzale regresó al Ayuntamiento de la capital alavesa. Hasta la fecha, de sus palabras y sus actuaciones se colige que el primer edil va a evitar, en la medida de lo posible, trasladar a Vitoria la crispación política que Euskadi no termina de sacudirse de encima. No en vano, Maroto se ha encontrado con un inesperado aliado en Bildu, en materias como la paralización del BAI Center o el cambio de ubicación de la estación de autobuses.
Sin embargo, el Ayuntamiento de Vitoria no es una caja estanca, aislada de lo que ocurre en el resto de Euskadi. El PP vasco redactó una moción tipo para "retratar" a Bildu, un texto que ni el PSE respaldaba, y que todos los grupos municipales populares debían presentar en sus respectivos ayuntamientos. Maroto se desmarcó dejando la moción "para después del verano" -seguramente con la vana esperanza de que el asunto pierda fuelle-, y señalando con el dedo al PSE, socio firmante del acuerdo de bases. Con poca o ninguna posibilidad de sacar adelante la moción, y ante el riesgo de perder la comunicación con un grupo con el que de momento se entiende relativamente bien, el alcalde aseguró que PP y PSE "deberían decir lo mismo" en materia de terrorismo para evitar poner a Bildu entre la espada y la pared.
La otra prueba de fuego le llegó la víspera de la bajada de Celedón, cuando Bildu anunció que invitaría a la balconada al alcalde de Donostia, al diputado general de Gipuzkoa -ambos miembros de la coalición y legítimos representantes públicos- y a dos representantes de Etxerat, la asociación de familiares de presos de ETA. La polémica saltó a los medios estatales y Maroto convocó una junta extraordinaria de portavoces para "analizar" lo sucedido. De la reunión salió el compromiso de los cuatro grupos municipales de no politizar las fiestas en ningún sentido, una experiencia interesante por cuanto PP, PNV, PSE y Bildu demostraron valorar más los intereses de la ciudad que los de sus respectivos partidos.
Lo más negativo en la llegada de Maroto ha sido el uso en la campaña electoral de la comunidad musulmana de Vitoria y de la sala de rezo que pretendían instalar en Zaramaga para ganar votos, siguiendo una estrategia que a los populares catalanes les ha servido para reverdecer laureles. La polémica, sin embargo, se le ha escapado de las manos, y aunque desde el Ayuntamiento no se escuchan los mensajes xenófobos previos al 22-M, por primera vez en la historia de Vitoria los servicios de limpieza se dedican a borrar esvásticas de las paredes.
En cuanto a Javier de Andrés, su aterrizaje en la Diputación se hizo con una toma de posición explícita: "La colaboración institucional está al margen de las disputas y diferencias que puedan existir entre las formaciones políticas", afirmó, y por lo tanto se mostró dispuesto a dialogar "con ayuntamientos como el de Labastida, del PP; con el de Samaniego, del PNV; o con el de Llodio, que es de Bildu". Mostró su voluntad de hacerlo, pero es que además no le queda más remedio. La Diputación, mientras no se apruebe la Ley Municipal, es el principal interlocutor con los ayuntamientos, es quien decide el reparto de los fondos municipales, es la institución que paga, en muchos casos, aceras, parques infantiles y boleras.
Sin embargo, el nuevo diputado general quiso diferenciar, también explícitamente, a Bildu y a los demás. De Andrés se entenderá con los abertzales en el plano técnico en todo lo que haga falta, pero "va a ser difícil, por no decir imposible, llegar a acuerdos políticos con una formación que no ha dado muestras sinceras de respeto a los derechos fundamentales".
De todos modos, no es probable que De Andrés necesite de Bildu para alcanzar acuerdos políticos, por cuanto PP y abertzales están en las antípodas ideológicas. Así quedará demostrado en el Consejo Vasco de Finanzas, donde De Andrés tiene un margen para sacar adelante sus políticas del que no dispuso Ramón Rabanera. El ahora senador se enfrentaba en cada reunión a un Gobierno Vasco del PNV y a dos diputaciones del mismo color político. De Andrés, sin embargo, puede pescar en río revuelto. En el órgano que decide cómo se distribuyen los tributos entre las diferentes administraciones se van a encontrar en octubre, por primera vez, el PSE desde el Gobierno, Bildu desde Gipuzkoa, el PNV desde Bizkaia, y el PP desde Álava. Con una propuesta de reforma fiscal del lehendakari, tendente, a grandes rasgos, a subir los impuestos, todo indica que en materia fiscal Euskadi se va a dividir en un nuevo e inédito frente, el que separará a Bildu y PSE frente a PNV y PP. Lo que hace unos meses parecía imposible, ver a José Luis Bilbao y a Javier de Andrés compartiendo trinchera, puede ser una realidad en apenas dos meses.