TODO el mundo tiene derecho a soñar. O más bien la obligación. A veces es la última salida sin peaje para escapar de una realidad anodina sin aliciente. Y es que soñar es gratis. Así que cada cual construye su sueño particular para evadirse de la celda individual en que a veces se constriñe el mundo real.
Javier Ortiz, maestro entre los maestros de los aprendices de columnista, soñaba con Jamaica. No la isla real, sino un lugar fantasioso ideado por él mismo, que aparecía en los momentos de desesperación y era capaz de transformar el escenario más gris en reflejos de espuma blanca sobre un mar de azul intenso.
Hoy han aparecido en el buzón de casa unas cuantas cartas con trípticos llenos de gente sonriente retocada con Photoshop y frases ocurrentes vacías de contenido. La sopa de letras resultaría ridícula si no fuera porque la conforman quienes nos van a gobernar durante los próximos cuatro años. Y lo reconozco: me he venido abajo. Es en esos instantes de debilidad cuando uno recurre a Jamaica. Un lugar donde, decía Ortiz, "todo está por hacer" y "el futuro existe".
Estamos prácticamente en el ecuador de la campaña, y, al menos algunos, estamos ya con el depósito de la energía en la reserva. Cansados de promesas de un futuro mejor cuando sabemos perfectamente que vamos a seguir construyendo entre todos un presente probablemente igual o peor. Un futuro gris para un presente gris.
Y es que ver la escena con la perspectiva que da la distancia de los sueños también tiene sus peligros. Porque es posible que lo que veamos al observar esta campaña electoral desde otras dimensiones no nos guste nada. Y nos parezca un montaje colectivo en el que todos somos figurantes en una película que en el fondo nadie se cree. Una de argumento flojo, decorados de cartón piedra y personajes poco creíbles.
Pero, si es así, ¿entonces por qué aceptamos como buena una realidad tan pobre? ¿Por qué no nos rebelamos e intentamos construir algo mejor? Sin ir más lejos, una campaña electoral en la que se hable de los temas que realmente nos preocupan, en la que los partidos nos ilusionen con sus propuestas, en la que los candidatos nos hagan propuestas interesantes y en la que introduzcamos la papeleta en la urna creyendo que sirve para algo.
Quizá, después de todo, la vida no sea tan complicada como a veces parece. ¿O sí? Yo, por si acaso, hoy cierro los ojos y me voy a la Jamaica de Javier Ortiz. "Jamaica o muerte. Venceremos".
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