Estimada doña Ana: me hubiera encantado seguir con el tono jocoso de las misivas somoteñas contando algunas de sus chapuzas, pero hoy estoy enfadado. Se lo explico. Usted ha usado en vano el nombre de su compañero Froilán Elespe, asesinado por ETA. En vano es poco decir. La memoria de una víctima del terrorismo que usted sintió en primera persona no merece acabar así, dando nombre a una empresa que bajo el paraguas de la cooperación se convierte en una quesería fraudulenta que hace competencia directa a los pequeños ganaderos de estas tierras.
No le creo capaz de ser tan impúdica como su amigo y conmilitón, Fernando Savater, cuando admite que se ha divertido con el terrorismo. No sería su única coincidencia con el filósofo que alumbra el sectarismo españolista. El adora los caballos tanto como usted y ha ido cabalgando desbocado sobre la memoria de las víctimas mientras lanzaba babas contra quien no comulgaba en la secta de Basta Ya.
Se me han quitado las ganas de vacile, pero quizás sea la mejor medicina para combatir esas ganas de gritar cuando he visto la placa que usted descubrió aquí y en la que se lee que perder el temor nos hace más libres. Por eso, porque el humor es un buen antídoto, me ha parecido un chiste descubrir que se ha metido a arquitecta. Ya me pareció raro que le nombraran, sin experiencia alguna, delegada del Gobierno Vasco en Chile. A lo mejor le convenció a Patxi López de que sabe diseñar casas, elegir materiales y recaudar un millón de dólares vendiendo bolsos. ¡Ah! y que sabe llevar una ganadería.
Canta su admirado (y mío también) Carlos Mejía Godoy, que muy cerquita de aquí, en Palacagüina, una tal María plancha muy humildemente la ropa que goza la mujer hermosa del terrateniente. Aquí la terrateniente es usted. Pasear por Somoto y alrededores se ha convertido en una gira por sus propiedades. Tiene tanta hectárea que resulta difícil no pisar sus tierras, doña Ana.
Pero a usted no le vale sólo tener, quiere que además se sepa que tiene. En su casa de cultura, la que lleva su nombre, ha empezado a engatusar al más grande de los músicos somoteños. Cuando vuelva a Managua trataré de cenar en el mesón del gran Carlos Mejía Godoy para advertirle de cómo acaban sus proyectos. Aún estaré unas horas por Somoto y no sé qué nuevas sorpresas me deparará el paseo. Pero no se preocupe, que yo se lo cuento mañana.