vitoria. La heroína es una droga perteneciente a la familia de los opiáceos. Se trata de una sustancia semisintética elaborada a partir de la morfina que se extrae de la amapola. Puede fumarse, inyectarse o inhalarse. Las dos primeras alternativas son las que más rápidamente llegan al cerebro y, por lo tanto, las que producen mayores efectos en menor tiempo. En la calle recibe muchos nombres -jaco, caballo, h, manteca, brown, tailandesa, sugar, chute, pico o dama blanca-, pero todos ellos van asociados a una merecida y negra leyenda de autodestrucción y muerte que le acompaña desde los años setenta. A pesar de todo, su consumo se deja sentir otra vez en las calles de Vitoria. Retorna el trapicheo de heroína, aunque no a gran escala, y los ertzainas que se dedican a su persecución lo vinculan sin ningún género de dudas a la inmigración llegada desde los países del este de Europa.
Para que una sustancia tan estigmatizada como la heroína regrese por sus fueros es necesario un mercado nuevo y otro ya establecido y fiel, condiciones ambas que se cumplen en territorio alavés. Los internos de la prisión de Nanclares de la Oca y los yonquis de la vieja guardia que aún aguantan en pie constituyen la segunda pata de esta mesa pero la primera, la referente al nuevo consumo, ha llegado desde el extranjero. La inmigración procedente de países como Rumanía, Georgia o Lituania durante los años fuertes de la construcción, trabajadores con sueldos más que decentes en la etapa precrisis y con ganas de pasarlo bien después de fichar, se entregó a la peligrosa causa de la heroína sin pensárselo dos veces y fueron sus propios compatriotas los que se encargaron de retomar un negocio caído en desgracia.
Fueron pues los llegados del este de Europa los que se hicieron con el control de la sustancia durante la década que acaba de dejarnos. Para abastecerse, establecieron una rutina de viajes continuos a Madrid que la Ertzaintza conoce al dedillo y que persigue en la medida de lo posible. La calidad de la heroína que se vende en la capital de España es muy superior a la que se comercializa en el mercado negro del norte, de manera que periódicamente salen coches desde Vitoria en dirección a los poblados de la droga situados en las afueras de la ciudad.
a valdemingómez Aunque existen varios, como el de Pitis, el de Salobral o el de las Barranquillas, el punto fuerte es Valdemingómez, actualmente el mayor supermercado de la droga de todo el Estado. El gramo de cocaína se vende en estos asentamientos a unos 60 euros, una cifra que apenas difiere de la que se puede encontrar en la calle pero que destaca por su pureza. Gracias a ello, luego los camellos pueden cortarla con otras sustancias para así sacar más beneficio. La heroína, sin embargo, sale por algo más. El gramo cuesta en torno a los 64 euros y la papelina, la dosis mínima necesaria, ronda los diez euros.
Una vez cargada la droga en los vehículos, toca regresar a la CAV evitando llamar la atención. Cortada y repartida, a la heroína ya no le queda más que llegar a sus consumidores. Como ya se ha explicado anteriormente, la población reclusa de Nanclares de la Oca constituye uno de los puntales fieles de compra, ya que un 70% de los presos es drogodependiente. Una cifra escandalosa, pero cierta. Y muy rentable.
El resto del pastel se reparte entre los adictos de toda la vida que nunca han dejado de consumir y los ciudadanos del este que se han incorporado al grupo de drogodependientes. Los jóvenes autóctonos apenas se suman a este colectivo por la más que justificada leyenda negra que le acompaña.
Según explican los agentes a los que ha tenido acceso este diario, entre los yonquis de una cierta edad se dan casos curiosos con relativa asiduidad. Como muchos de ellos reciben ayudas sociales, lo que hacen es unirse en forma de cooperativa, juntan el dinero que reciben de las instituciones, lo ponen en común y uno o dos de ellos se encargan de bajar a Madrid a hacer la misma ruta que los camellos. Luego regresan a Vitoria, reparten la droga entre los socios y venden la metadona que les proporcionan en los programas de rehabilitación.
No son los únicos que se aprovechan de la generosidad de la Administración. Los ertzainas dedicados a la lucha antidroga a pie de calle se han sorprendido en ocasiones al registrar el domicilio de algún camello del este de Europa y descubrir que residía en una VPO. Viviendas repletas de lujos que se entregan en régimen de alquiler social y que, para más inri, sus titulares financian subarrendando la plaza de garaje asociada al piso.