dos veces, dos, ha repetido Patxi López en los últimos días el santo y seña que -me apuesto lo que sea- le ha bordado en el atril algún costurero comunicativo que obtuvo el título viendo media docena de capítulos de El ala oeste de la Casa Blanca. "El cambio ha llegado para quedarse". Necesitado de dar contenido a la consigna, la apuntaló en Televisión Española confesando que eso quería decir que esperaba que el pacto con el PP se extendiera a diputaciones y ayuntamientos a partir de mayo. Vamos, lo que en argot viene a ser cantar la gallina. Hasta la fecha, cada vez que alguien preguntaba por esa posibilidad, tanto el lehendakari como los dirigentes socialistas autorizados se llamaban a andanas y hacían una finta que desviaba la conversación a lo meteorológico. ¿Frente? ¿Qué frente? ¿El nuboso? En esta ocasión, con luz y taquígrafos, el visitante de Abu Dhabi ha hecho público su anhelo de que la pareja de facto crezca y se multiplique a todo lo largo y ancho del tálamo institucional vasco.

Paradojas -o parajodas, que diría alguno- del inmaculado Acuerdo de Bases, el primero que ha pisado el freno ante las prisas de su cucurrucucú parlamentario ha sido Antonio Basagoiti, que dice ahora que él no es amigo de cordones sanitarios. Sonaría creíble si no fuera porque desde el minuto uno de la parada nupcial entre la rosa y la gaviota, los populares no han perdido la oportunidad de reclamar a los socialistas como prenda de amor verdadero una ampliación de capital de la Sociedad Limitada. A Álava y Getxo, para abrir boca, y allá donde las matemáticas lo hicieran posible, para seguir con el viaje al centro de la constitucionalidad.

No es fácil interpretar esta inversión de papeles. Y menos, cuando en el mismo lance en que López ofreció la luna a su ojito derecho, le hizo un arrumaco público y estentóreo nada menos que a la Izquierda Abertzale ilegalizada al decir que habría que hacer un esfuerzo por "integrarla en la sociedad". Es cierto que por el qué dirán y, sobre todo, porque le está sacando petróleo al pacto, el PP ha hecho la vista gorda con muchas canitas al aire de su socio, pero da la impresión de que una tan flagrante como ponerle un pisito o una pista de aterrizaje a la mala de la película no se la perdonaría. O sí, quién sabe.

Como siempre, el tiempo lo dirá. Hacer profecías en la política vasca es tan entretenido como inútil. Lo bueno es que no queda nada para que salgamos de dudas. Al MacGuiver de Portugalete le vencen los plazos. ¿Saldrá de esta bien parado?