Suele ser nuestro amado templo del cortado mañanero un sitio de trapicheo de favores ocultados con toda la alevosía posible a Hacienda y a la Seguridad Social. Como si estas paredes fueran las Páginas Amarillas, que uno necesita un fontanero para una pequeña chapucilla, aquí lo tiene; que se requiere un pintor para una tontería de nada, lo mismo... Tenemos una parroquiana que se dedica a la cosa de la distribución y te puede traer un juguete de saldo para los nietos y un jamón de alto copete en el mismo viaje. Pero hasta el otro día, nadie había pedido algo así. Resulta que tenemos a un viejillo nonagenario que lleva una racha de aupa el Erandio. Está más de funerales que en casa. Amigos y excompañeros de curro están cayendo como moscas y el buen hombre es casi ya el último de Filipinas. Piensa que cuando en Villa Quieta le hagan hueco, a su despedida no va a ir ni el Tato. Hasta su señora hizo mutis por el foro hace un tiempo. Así que nos reunió el lunes pasado a los jóvenes del local con la idea de hacernos prometer que iremos a la iglesia cuando la espiche para contar cuatro anécdotas en la puerta. A cambio, habrá una cena en el bar para cuando él no esté que nuestro querido escanciador de café y otras sustancias ya se ha cobrado. Es la factura de la soledad del mundo en el que vivimos... y morimos.