El protagonismo justificado que ha adquirido el drama humanitario en Gaza con la matanza de civiles palestinos por parte del ejército hebreo tras el ataque terrorista de Hamás contra Israel reproduce una vertiente política ya experimentada antes. La desinformación es un arma de guerra desde tiempo inmemorial –Esquilo acuñó hace 26 siglos que la primera víctima de la guerra es la verdad–. La permanente difusión de noticias y de bulos es tan intensa que permite resquicios para que los segundos persistan incluso cuando se han desmentido. Sucedió con el anuncio de decenas de bebés decapitados por Hamás en un kibutz, que aún hoy pesa en el estado de ánimo de la opinión pública pese a no existir pruebas de ello. Corre camino de suceder lo mismo con el bombardeo de un hospital en Gaza, cuya autoría se atribuye con igual insistencia por las partes al ejército hebreo y a la Yihad Islámica. En este marco, es preciso que la reserva moral, la ética política que busca definir la opinión mayoritaria, se haga fuerte en torno a los derechos humanos y no a los intereses políticos o geoestratégicos. Lo contrario llevará a reproducir el lamentable tira y afloja entre quienes justifican la invasión rusa de Ucrania y quienes la denuncian. De momento, y sin acudir a otros actores internacionales, esa militancia dispuesta a obviar una parte del dolor que sufre la población civil palestina e israelí la reprodujeron ayer los partidos en el Pleno de la Eurocámara. Desde el Popular, se obvió el sufrimiento palestino que está provocando la ofensiva militar israelí; desde la izquierda, se tendió un manto de silencio sobre el ataque terrorista de Hamás. De modo sistemático, las afinidades ideológicas refuerzan la polarización, animan a los agentes desinformadores con su proselitismo de una parte del relato del dolor y alejan la posibilidad de que Europa llegue a ser un agente de influencia en la que debería ser una zona geográfica del máximo interés: el Mediterráneo. La prioridad debe ser detener la matanza, auxiliar a la población civil y dotarla de un entorno de seguridad. Reiniciar el proceso que lleve a que dos realidades objetivas –la palestina y la israelí– tengan un marco propio para convivir como estados y no siga creciendo la influencia del extremismo y el fanatismo de quienes predican el exterminio de la otra parte.