Una artista sobre el escenario que une voz, composición y electrónica para crear un universo propio que sabe ser actual sin perder las raíces. Con esta fórmula, Verde Prato ha conseguido que muchas miradas se centren en cada nueva propuesta que realiza Ana Arsuaga, su verdadero yo. Pasará así también este jueves en la sala Jimmy Jazz, donde todavía queda alguna entrada disponible.

Acaba de cumplir justo su primer año de vida ‘Adoretua’. ¿Qué alegrías le ha dado el disco en este tiempo? 

–La primera fue poder hacerlo (risas). Después, poder llevarlo por diferentes sitios, que es algo muy bonito. He estado en varios países con esta música y eso me ha permitido también conocer a distintos intérpretes, que pueden ser interesantes para futuras colaboraciones.

Más allá del grupo Serpiente, puso en marcha Verde Prato justo antes de que empezara la pandemia. ¿En algún momento pensó: ‘no sigo’?

–Es una pregunta que siempre la tengo ahí. Al final, es un trabajo tan precarizado que te exige tener otros curros, que te va desgastando de manera acumulativa. Eso le pasa a mucha gente. Pero esto, como no está considerado ni siquiera como un oficio, no tiene las condiciones dignas de un trabajo. A mí eso siempre me pesa mucho. Pero bueno... luego está la trampa en la que caes porque, al final, esto te da tanto...

"Quiero estar segura de lo que estoy presentando, y sentirlo como sincero. Prefiero fallar así que sintiéndome una impostora"

Seguro que cuando empezó a mostrar su propuesta se tuvo que encontrar con más de una cara diciendo: ‘¿pero qué es esto?’. 

–Sí, sí (risas). También te digo que siempre he pensando en mí misma, en hacer lo que me parece interesante y lo que me gusta. Hay mucha gente que me ha dicho: qué música más rara pero ya me gusta. Para mí eso no tiene mucho sentido porque yo no la percibo como rara (risas). Nunca sé cómo responder cuando me dicen esas cosas.

¿Qué es lo más complicado del equilibrio entre la voz, la electrónica y la composición? 

–Ahí está el reto, de hecho. Trabajo con lo que sé arreglármelas (risas). Para mí lo más complicado es crear cosas desde una técnica muy compleja porque es lo que menos controlo. Intento que esa carencia sea también una herramienta. Al final, he estudiado Bellas Artes y ya he visto que todo lo que sabes y lo que no sabes es útil para crear algo. Desde la música, lo veo también así. La parte más técnica que puedo tener es la referida a la voz, y es un conocimiento autodidacta, así que estamos en lo mismo (risas). Intento hacer algo que a mí me parece interesante, que tiene un valor, con esa estructura minimal.

Ha estado actuando en lugares muy diferentes, desde grandes escenarios al aire libre hasta salas más pequeñas. ¿A pesar del sitio, siempre es lo mismo?

–No, no. Tampoco la sala de conciertos en la que estás hoy va a ser igual a la de ayer. Depende mucho del ambiente que haya, de la gente que se acerque, de cómo esté. Eso siempre es un misterio. Me sigue gustando ver cómo puedo adaptar el proyecto a diferentes formatos, qué funciona mejor en un espacio abierto o cerrado... todo ese tipo de cosas. Me gusta seguir manteniendo esto como algo crudo.

¿En qué sentido? 

–Me refiero a la infraestructura. Quiero apostar por el poder de lo sencillo y de lo que hay. Me gusta ese espíritu. Le veo sentido. Si con lo que hay no es suficiente, vale, pues que no lo sea. Prefiero eso que querer ser, no sé, Beyoncé y no conseguirlo. Quiero ir pasito a pasito y estar segura yo de lo que estoy presentando, y sentirlo como sincero para conmigo. Prefiero fallar así que sintiéndome una impostora haciendo una cosa más compleja con la que no me identifico.

Y, por lo tanto, ¿cuál es su sello, qué tiene que percibir el público? 

–Me gusta mucho que cada uno vaya con su historia. Me gusta cuando la gente se pone a bailar. También me parece muy bonito que se siente y esté callada escuchando. Yo misma voy cambiando y la música que hago, también. En el repertorio hay diferentes momentos, algunos más íntimos y delicados, otros más para bailar, también hasta punkys. Yo entiendo que, a veces, como público no es muy fácil, pero ahí es cuando surgen situaciones y comportamientos espontáneos que me encantan. Hay ocasiones con un ambiente muy animado y otras veces que hay tanto silencio que no sabes si la gente puede pestañear (risas). Es bonito realmente. Desde el respeto, me parece bien todo lo que surja. 

El futuro del proyecto pasa por... 

–Ahora estoy trabajando en un nuevo disco. La cuestión es seguir por donde, en cada momento, me esté aportando el proyecto.

Verde Prato María Muriedas

Pero se ve, no sé, algún día tocando con una big band o... 

–(Risas) No, no.

Bueno, pues alguna otra locura. 

–Para mí es una locura el hecho de salir a un escenario. No hay nada más loco que eso (risas). Lo más arriesgado, por lo menos por ahora, es eso. Estoy bien así porque siento que este terreno todavía tiene mucho para ser explorado. Estoy en ello, construyendo esa presencia sola en un escenario. Estoy en el momento de seguir aprendiendo. 

La electrónica es un terreno infinito. Su voz también le permite abrir mucho el abanico. Son dos campos en los que jugar mucho todavía, ¿no?

–Totalmente. Sin electrónica no podría haber hecho este proyecto. Además, conceptualmente también me gusta esto. Estoy sola y soy una chica. Ese concepto, el arreglármelas sola y aprender a hacerlo, y representar eso en escena, me parece algo poderoso. Quiero seguir en esa posición, de alguna manera, también política.