- El problema que tiene Alberto Garzón reside en sus abundantes antecedentes. Las ha dicho y hecho tan gordas y de tantos colores, que incluso cuando expresa algo absolutamente razonable suena a la enésima ocurrencia del tipo. Y luego, claro, termina de empeorarlo con sus formas, que casi sistemáticamente son las menos idóneas para transmitir sus mensajes. Le sucede así que campañas muy pertinentes contra el sexismo en los juguetes o contra los dulces basura de los que se atiborran las criaturas acaban siendo objeto de chufla. Las mismas circunstancias se dieron cuando se montó un vídeo de primera lleno de generalidades y cuñadeos sobre el consumo de carne, que ha tenido su secuela en una entrevista al diario británico The Guardian en la que le preguntaban por el asunto. En este caso, me apresuro a aclarar que las palabras del ministro responden a una realidad incuestionable. De un tiempo a esta parte, están proliferando macrogranjas en las que se produce carne probablemente barata, pero con unos procedimientos intolerables sin matices.

- Cabría quizá recordarle a Garzón que, puesto que forma parte de un Gobierno, podría hacer algo para cambiar la realidad que describe. Pero no encuentro más motivos de reproche. Me parecen conductas mucho más afeables las de los presidentes de Castilla y León y Aragón, que se han lanzado a degüello contra el ministro y se han erigido en defensores de lo indefendible. Se comprende que podamos estar hablando de un buen pico económico, pero a un precio que no deberíamos estar dispuestos a pagar. Cualquiera que conozca el funcionamiento de esos mastodónticos engordaderos de animales sabe que hablamos de algo que no supera los mínimos éticos.

- No se trata solo del despiadado maltrato de las vacas, los cerdos o las ovejas. Está su alimentación con lo peor de lo peor y su sobremedicación. Está el vertido por las bravas y adonde caiga de una inmensidad de purines y residuos con la correspondiente contaminación de acuíferos. Están, por descontado, las penosas condiciones laborales, a veces rondando la explotación y/o la ausencia de contrato. Está la competencia desleal a las empresas o cooperativas que sí pretenden cumplir con unos estándares adecuados, y no digamos a los ganaderos que apuestan por el kilómetro cero. Está, por resumir utilizando la palabra requetemanoseada, la total falta de sostenibilidad de los engendros donde se fabrica (el verbo no es inocente) carne para el consumo humano.