Los que dicen que las bicicletas son para el verano no saben lo qué es disfrutar de los pedales en primavera. Ver salir del letargo invernal unos paisajes que cada vez lucen más coloridos y más luminosos no tiene precio si te integras en ellos y sientes el sol y el aire mientras recorres sendas silenciosas que dan señales de una nueva vida preñada de posibilidades.

Los aficionados al cicloturismo no solo tragan kilómetros, también disfrutan de las subidas y de las bajadas, que acaban llevándoles a rincones espectaculares que compensas esfuerzos y sudores. Estos son cuatro de comarcas que esconden multitud de ellos.

Por el Cabo de Gata (Almería)

A pesar de la sobreexplotación a la que está sometida la costa mediterránea, la almeriense es una de las pocas zonas en la que todavía se pueden encontrar calas y caminos solitarios en los que disfrutar en soledad de la propia respiración mientas se pedalea por agrestes acantilados.

El cabo de Gata es un parque natural que conserva el aspecto primigenio de esa costa con una riqueza paisajística vigilada estrechamente por el faro del mismo nombre. Y ojo cuidado con las rutas que se siguen. El farero Mario Sanz, que cuida y vive en el de Mesa Roldán, se ha visto sorprendido más de una vez por ciclistas que han saltado bicicleta a la espalda el muro que separa su vivienda del precipicio costero. Algunas guías marcaban un sendero espectacular que no existía.

Entre los aficionados a esta actividad al aire libre, el pueblo de San José es el punto de partida de rutas que recorren el parque natural. Desde allí se pueden recorrer las playas de los Genoveses y del Mónsul, la de Media Luna y la de cala Carbón. Además del faro de Gata, también se puede llegar al de Mesa Roldán y la de la Polacra. La ensenada de los Escullos y el castillo de San Felipe hasta los que llegar.

Por el Maestrazgo (Teruel)

Cuando se habla de la España vaciada, la provincia de Teruel suele ser un ejemplo. Pero este vacío puede ser un atractivo para los aficionados a las dos ruedas y el Maestrazgo su destino preferido. Por ello se ha puesto de moda la Ruta del Silencio, 56 kilómetros de carretera autonómica A-1702 que conecta el Bajo Aragón con el Maestrazgo turolense.

El puerto de Los Degollaos, los caminos que llevan por el río Guadalope o por el Pitarque, la ruta que pasa por los Órganos de Montoro, la ascensión a San Cristóbal y el descenso hacia Montoro son hitos que no debe ignorar quien se enfunde un maillot y un culote acolchado.

Por los faros de la Costa da Morte (A Coruña)

Los faros, los vigías de la costa, siempre se han levantado en ubicaciones espectaculares en las costas agrestes suelen estar en altos a los que cicloturistas no pueden resistirse. La Costa da Morte es el ejemplo perfecto de ello. Desde las playas hasta los faros y de ahí volver bajar a las rías hacen inolvidable cualquier ruta.

Y la principal de todas ellas es la que lleva al faro de Fisterra, una prolongación del Camino de Santiago para quienes lo han hecho a pie o en bici y todavía no quieren volver a sus lugares de origen.

La ruta clásica parte del faro de Muxía y del santuario de Nuestra Señora de la Barca. Hacia el sur y por entre bosques de eucaliptus se llega al faro de Touriñán. Siguiendo la costa se pasa por las playas de Nemiña, Lires, Ddo Rostro y Langosteira para ir enfilando hacia el castillo de San Carlos, el Monumento al Peregrino y, por fin, Fisterra.

Por la sierra de Ayllón (Guadalajara)

En el noroeste de Guadalajara, la ruta conocida como la de los Pueblos Negros permite descubrir los agrestes caminos entre muros y paredes de pizarra. Este material es el que da nombre a los pueblos de la zona por el material empleado en la construcción de las viviendas tradicionales de la zona.

Campillo de Ranas, Robleluengo, Majaelrayo, Riaza son nombres de localdades por la que el viajero ciclista recorrerá vías de asfalto y sendas de tierra.

El hito más señalado y muy espectacular es el cañón conocido como la Muralla China de Guadalajara, una zigzagueante carretera que une Corralejo con Roblelacasa. Lo de muralla china le viene en parte por las protecciones que posee este camino, una especie de almenas de pizarra que recuerda una muralla defensiva. Paredes de pizarra que se levantan a los lados contribuyen también a esa imagen.