Si te comes un plátano en Turquía y lo publicitas en las redes sociales puedes acabar deportado. Y más si eres de origen sirio.
La protesta de un ciudadano turco que manifestó que a causa de la crisis migratoria no puede ni siquiera comprar plátanos está desembocando en una problema social y político de primer orden. Como trasfondo, una clase dirigente turca que, tras acoger durante años a los refugiados en nombre del islam, ahora quiere expulsarlos y devolverlos a Siria.
Las autoridades turcas han arrestado a 11 y deportado a 7 refugiados sirios por haber compartido en la web y en las redes sociales imágenes y vídeos calificados por Ankara de "provocativos" en los que aparecían comiendo una banana en protesta por las afirmaciones de este ciudadano turco. La polémica en torno a la fruta de la discordia surgió en los últimos días, cuando un ciudadano turco se quejó de que la pobreza le impide comprar los alimentos de la canasta básica, como un kilo de plátanos. A su modo de ver, la causa de la crisis es el enorme número de refugiados que Ankara acoge en su territorio. De ahí la irónica respuesta de algunos sirios en las redes, que no ha agradado a las autoridades.
"Hasta tú vives con mayores comodidades que yo, que no puedo comer ni siquiera una banana, mientras tú compras kilos de ellas", dice el hombre en la filmación, mientras regaña a una estudiante siria. En el mismo vídeo del 17 de octubre, en Estambul, una mujer turca se suma a las acusaciones, señalando con el dedo a los migrantes sirios que, según ella, "disfrutan" de un estilo de vida "suntuoso" en Turquía, en lugar de regresar a su patria y luchar. No hubo lugar a una respuesta de la joven: ella sostiene que ya no tiene un lugar ni un hogar al que volver.
En una nación de 82 millones de habitantes que aloja a 3,6 millones de refugiados sirios, las consecuencias de la pandemia de coronavirus se han sumado a una situación económica y financiera que ya era compleja en el último periodo. Como consecuencia, los vecinos han dejado de ser "hermanos musulmanes" a los que hay que dar la bienvenida según los eslóganes del presidente Recep Tayyip Erdogan. Ahora son vistos como huéspedes indeseados que restan recursos a la población local y agravan la pobreza social.