Audi rinde culto a los sentidos con el R8, la más sugestiva y efusiva de todas sus creaciones. Ningún otro producto refleja tan bien como este cupé biplaza -ahora disponible también en formato convertible- el influjo deportivo de los cuatro anillos.

Este coche superlativo expresa de forma elocuente la visión de la firma alemana de lo que ha de ser un genuino purasangre del siglo XXI. La generación vigente exhibe un esbelto perfil esculpido por el viento y se quita peso aumentando la proporción de aluminio en su confección.

Su condición de estandarte convierte a este ingenio de precisión en destinatario del último grito en tecnología. Forman parte de ese bagaje las dos poderosas facturas del propulsor gasolina V10, una con 540 caballos y otra con 610. El único inconveniente del Audi R8 es que cuesta un mínimo de 194.770 euros en un caso y de 218.070 en el otro, importes que lo transforman en otro más de los sueños imposibles para la mayoría.

Se trata, por tanto, un bólido a la medida de personas entendidas y con un elevado nivel de solvencia financiera. El aspecto económico es el único en el que el R8 se muestra selectivo. A pesar de sus potencialidades, consiente que disfruten a su volante tanto los iniciados en los secretos de la conducción deportiva como quienes solamente alcanzan un grado de pericia normal.

Ahí radica, precisamente, la gran cualidad de este supercoche. Brilla en manos expertas, capaces de aflorar reacciones vertiginosas. Pero también fomenta la autoestima de cualquier usuario medio contribuyendo a que se sienta piloto y, de paso, perdonando los posibles deslices que cometa (son las ventajas de la electrónica).

En todo caso, el R8 aprovecha el destacamento de caballería del motor V10 FSI 5.2 para correr muchísimo en recta y garantizar un paso por curva fulgurante. En el escenario idóneo, la versión con 540 CV de este bloque de diez cilindros en V permite rodar a 320 km/h de punta y brincar de 0 a 100 km/h en 3,5 segundos; la más solvente variante Plus espolea sus 610 caballos para galopar a 330 km/h e impulsarse hasta 100 km/h en 3,2 segundos.

Aunque estos registros impresionan, eso no significa que el temperamental deportivo se lance de estampida a la menor insinuación del pie sobre el acelerador. También es perfectamente capaz de adaptarse a un manejo sosegado, como el que requiere una utilización cotidiana. Una conducción serena consigue acreditar promedios de consumo y emisiones inusualmente comedidos para tan generosa potencia (desde 11,7 litros y 277 g/km).

A la docilidad y precisión de movimientos contribuye decisivamente la adopción del sistema quattro de tracción integral y de la transmisión automática de siete relaciones. El R8 brinda la posibilidad de elegir el modo de respuesta de varios parámetros (motor, dirección, cambios y tracción); propone tres programas predefinidos y otro que permite a quien pilota fijar los reglajes a su gusto.

La evolución estética del modelo en los años que lleva en activo no ha alterado sustancialmente las líneas maestras del diseño inicial. El R8 conserva la impactante estampa propia de un automóvil inspirado en la competición.

Formalmente es un dos plazas compacto (mide 4,43 metros de largo) y pegado al suelo (se alza apenas 1,24 m.). Su notable anchura acentúa esa sensación de aplomo y procura a sus dos ocupantes un relativo desahogo a bordo. Eso sí, la presencia del motor justo por delante del eje posterior reduce a la mínima expresión el cofre de carga (112 litros).

Audi tiene previsto incorporar en breve a la gama del R8 una alternativa con propulsión en lugar de tracción integral quattro. La nueva propuesta constituye un guiño a la clientela más experta y entusiasta, a menudo partidaria de experimentar las sensaciones deportivas más genuinas.