bilbao - Fue comisaria en Goenkale, expolimili en Cuéntame, ahora es policía negociadora en La casa de papel y pudo haber sido Amaia Salazar, ya que se presentó al casting de la película El guardián invisible, el primero de los libros de la trilogía del Baztán. Itziar Ituño está disfrutando de su último personaje aunque este le aleje de su casa. La actriz basauritarra se lo pensó tras la oferta, aun a sabiendas que el papel era muy sabroso, porque alejarse de su ambiente y dejar a su gente le costaba. Tomada la decisión, se encuentra en una nube porque su horizonte profesional se ha ampliado mucho en los últimos meses.
En los últimos doce meses la suerte le acompaña.
-Tengo que decir que sí, 2017 ha empezado muy bien. A ver si continuamos de igual manera. Esto es como la espuma, sube y baja, y hay que aprovechar cuando estás arriba.
Ha conseguido el papel protagonista en ‘La casa de papel’.
-El mío es uno de los papeles protagonista junto con Úrsula Corberó y Álvaro Mortén. Es un personaje increíble, me encanta y estoy muy satisfecha de cómo se va desarrollando.
En ‘Goenkale’ fue comisaria de la Ertzaintza, ahora es policía. ¿Le han debido ver cara de persona de ordeno y mando?
-Ja, ja, ja? Sí, pensé: Estos habrán visto Goenkale y me han visto de comisaria y por eso me han escogido. No sé qué imagen doy, debe de ser de mandona. En esta ocasión, estoy de negociadora, muy psicóloga y muy empática para conseguir que el atraco a la Casa de la Moneda se produzca sin víctimas.
¿Tiene más matices su personaje?
-Muchos más. Tiene una vida un poco patas arriba, muchos problemas personales y en medio le toca un atraco. Es un personaje muy interesante.
¿Es comedia? ¿Es drama?
-Es un thriller que tiene un poquito de comedia negra. Da un giro en el que cuestiona el sistema de vida que llevamos. De repente, unos atracadores entran en la Casa de la Moneda y se quedan allí encerrados y se ponen a imprimir dinero.
¿Un robo?
-Depende, no están robando a un banco, no roban a ninguna persona; están haciendo dinero con una máquina. ¿Quién no ha soñado alguna vez con una maquinita para hacer dinero cuando estás a dos velas?
Supongo que todos.
-Tiene una parte en la que empatizas mucho con ellos. Está la línea del orden y la ley, pero comprendes a quien se la salta y también a los rehenes. Es muy interesante. Es un thriller con un componente de factor humano muy grande, no es al uso.
¿Con síndrome de Estocolmo incluido?
-Por supuesto. En principio, el mismo espectador va a sufrir síndrome de Estocolmo. También va a haber una relación muy curiosa entre la negociadora, que soy yo, y el encargado de los atracadores.
¿Enamoramiento?
-Digamos que hay feeling entre los dos. Podría decirse que, de repente, se entienden por teléfono para ver cómo pueden arreglar las cosas y surge una relación extraña entre ambos. Es como la relación entre dos jugadores de ajedrez que son contrincantes pero que se entienden muy bien, y esa parte es muy chula.
¿Es más empática la negociadora de ‘La casa de papel’ que la ertzaina de ‘Goenkale’?
-No lo sé, son como del mismo pelaje. A la Nekane Beitia de Goenkale también le pasaba de todo. Le tengo mucho cariño a este personaje y a toda la época de aquella serie, gracias a ese tiempo de trabajo para ETB, estoy hoy aquí hablando de La casa de papel. Ya no te enfrentas a una cosa nueva. El poso que te deja experiencia previa te permite tirar en otros personajes. Goenkale me ha dado mucha seguridad para enfrentarme después a otros proyectos.
¿Se parecen?
-Espero conseguir que sean diferentes. Pero en la primera secuencia que salgo es muy Nekane Beitia. Es una mujer al mando, esa parte también me gusta.
¿Mandona?
-Lo que no soy en la vida real, se me da fatal lo de mandar, pero en el cine y en la tele me explayo.
¿Qué haría usted si pudiera imprimir dinero? ¿Para qué lo utilizaría?
-Uff? No para quedármelo, se me caería la cara de vergüenza, para repartirlo entre la gente que anda más fastidiada en este mundo.
Pues va a tener que imprimir mucho.
-La mayoría de la gente esta fastidiada, es verdad, qué mundo hemos hecho. Hay grandes diferencias entre los que tienen mucho y los que se las ven y se las desean para terminar el mes.
¿No sé quedaría un pellizquito de nada para algún capricho?
-Igual sí, somos humanos. Después de hacer de Robin Hood, a lo mejor me quedaría algo para irme a las Bahamas, a la playa, darme un homenaje, unas buenas vacaciones o una vuelta al mundo que también lo haría a gusto. Viajar me encanta.
¿Han terminado de grabar esta temporada?
-Estamos en ello, se parará quince días y luego se seguirá. Son de dieciocho a veinte capítulos, la cadena está muy contenta y ha aumentado los episodios. Supongo que acabaremos en octubre o en diciembre.
¿Qué tal se vive en Madrid? ¿Echa de menos Euskadi?
-Estoy a gusto. Me ha alquilado la casa Gorka Otxoa, está en Lavapiés, muy buen barrio, tiene mucha actividad cultural, aunque tengo poco tiempo para salir. Al principio tienes miedo a lo desconocido, pero ahora estoy más tranquila y más relajada. Echo de menos Euskadi, claro, pero subo todos los fines de semana para seguir con lo mío allí, el teatro. Mi casa está en Basauri, se me secan las plantas y hay que subir a regarlas.
¿Tiene que ver que le llamaran para esta serie su participación en la última temporada de ‘Cuéntame cómo pasó’?
-Me llamaron porque habían visto Loreak y porque me habían hecho un casting previo para El guardián invisible, para hacer de protagonistas, aunque al final no me cogieron. Las directoras de casting se quedaron contentas y me llamaron directamente para ver si me interesaba esta serie y hacer de Raquel Murillo.
Diría que sí a la primera.
-Me lo pensé. La decisión no era fácil, es dejar tu casa y a tu gente una temporada larga, pero como sé que la serie empieza y acaba, volveré a mi vida, y a lo que venga.
Su currículo se ha hecho grande en los últimos meses.
-Estoy encantada, siempre se oye que las mujeres a partir de una edad empiezan a trabajar menos y no hay muchas protagonistas mujeres. Es verdad, pero he tenido mucha suerte. Espero que cambien las cosas porque las actrices necesitamos trabajar tengamos la edad que tengamos.