Madrid - Se ha propuesto un reto tan arriesgado como tortuoso: mostrar de primera mano cómo es la vida dentro del cártel de Sinaloa, organización criminal que hasta el momento de su encarcelamiento lideraba el conocido Chapo Guzmán, uno de los hombres más buscados del mundo. Beriain sabe que arriesga mucho, no esconde que el miedo puede invadirle, es más, lo reivindica como un aviso para saber dónde se está metiendo y los peligros que corre. Sus historias muestran a los que viven en los costados de la realidad y las cuenta sin juicios. Su intención: escuchar, respetar y contar. La cita con estas historias de alto riesgo será el martes en DMAX.
Vuelve usted a sus aventuras, si es que se les puede llamar de esta forma a los reportajes que lleva a la pantalla.
-Es la vuelta de Clandestino, claro que es una aventura, e intentamos mantener el nivel y contar historias que merezcan la pena y aprovechar la oportunidad que nos dé DMAX para seguir haciendo periodismo.
¿Cuántos episodios va a tener esta nueva temporada?
-Son cinco capítulos, tres de ellos tienen que ver con el cártel de Sinaloa, el que hasta hace poco lideraba el Chapo Guzmán. Es la organización criminal más poderosa del mundo. Los otros dos capítulos están centrados en una situación que se está dando en El Salvador: las maras. Hay gente que ante la impunidad de las autoridades, está decidiendo tomarse la justicia por su mano.
¿Peor que una guerra?
-Se están formando grupos de venganza, de exterminio o escuadrones de la muerte, según como los llamen cada uno, para de alguna manera, matar a los que matan.
Imagino que los riesgos que corren usted y su equipo haciendo estos reportajes son elevados.
-Muchos y de todo tipo. Con el cártel de Sinaloa puede ocurrirte de todo. Es gente que vive al margen de la ley, que ha sufrido la captura de Guzmán recientemente. Cuando pensamos en hacer el tema, el Chapo estaba libre.
¿Era mejor que estuviera libre?
-Cuando comenzamos a grabar esta historia, se nos complicó bastante la situación. Al haberse descabezado el cártel, había una situación de inestabilidad y la gente estaba intentando ver en qué situación se quedaba cada uno. No se fían, piensan que eres agente de la DEA y se producen situaciones violentas.
¿Pueden grabar todo?
-No, muchas veces las partes más complicadas de nuestro trabajo no las podemos mostrar. Cuando apretamos el botón de grabar es porque tenemos el consentimiento. Es en la búsqueda de los accesos cuando se producen los momentos complicados.
¿Es difícil convencer a estas personas que viven al margen de la ley que salgan en un reportaje?
-Cuentas lo que pretendes hacer, lo explicas y el narco te mira y te dice: “A mí me da igual lo que digas, tú estás aquí porque confío en la persona que te ha traído hasta aquí. Quiero que entiendas que si cometes un error y no cumples con las normas de seguridad que has prometido, a esta persona que te ha traído la voy a matar y después voy a por ti”.
¡Qué fuerte!
-Exacto. Te dicen que si algo falla y no dan contigo, la vida de esa persona te la vas a echar a la espalda tú. Te advierten muy claro: “Quiero que entiendas que esto no es un juego”.
¿Pasa lo mismo con las maras y los grupos de exterminio?
-Sí, claro. Lo que ellos advierten es verdad, no es un juego, nada en estos lugares es juego.
En todo caso, un juego muy peligroso, ¿siente el miedo en el cuerpo?
-Siempre y a todas horas. Soy una persona que reivindica el miedo, me califico a mí mismo como cobarde. El miedo es un mecanismo muy sano que tiene el cuerpo para decirte: no deberías estar aquí. El día que deje de sentir ese miedo, es posible que tenga que dejar este trabajo porque querrá decir que algo dentro de mí se ha muerto.
¿Qué tiene previsto hacer después de haber grabado estos capítulos?
-Con un poco de suerte, coger alguna semana de vacaciones. Después empezar a hablar de qué hacemos. Intentaremos conseguir nuevas historias que contar. Este tipo de periodismo de inmersión no trata de juzgar a nadie, ni de defender, ni de apoyar, ni de criticar?
¿Cuál es el objetivo?
-Intentar entender a las personas que están al costado de la realidad, hablando con ellos también aprendemos cosas de nosotros mismos.
¿Es un error que los periodista juzguen una historia o que emitan un juicio de valor?
-Como decía Harry El Sucio: “Todo el mundo tiene una opinión”. Creo que lo que tiene valor son los testimonios de los protagonistas, buscar información y estar en el terreno. Tengo opiniones, pero no les doy mucho valor, me las suelo reservar.
¿No es diferente juzgar y opinar?
-A veces sí, otras es lo mismo. Yo no juzgo, pero no digo que los demás no tengan que hacerlo, no lo hago porque no tengo cojones para hacerlo. Cuando estoy delante de esas personas y veo lo que han vivido, soy incapaz de juzgarlas, yo no lo he vivido.
Testimonios muy duros, ¿no?
-Durísimos. Cuando estuve con las FARC por primera vez, me encontré con una guerrillera, tenía Marta como nombre de guerra. Le pregunté por su historia personal y me dijo que cuando tenía diez o doce años vivía en un pueblo que estaba bajo la influencia de la guerrilla. Me contó que su familia no era guerrillera. Un día llegaron los paramilitares intentando buscar a las FARC. Entraron en su casa y descuartizaron a su padre con una motosierra delante de sus ojos. ¿Puedes juzgar que se fuese con las FARC?
Habría que haber vivido su situación.
-Exacto. Marta me contó que cogieron los pedazos y los tiraron al río Magadalena (Colombia) para que se los comieran los caimanes. “Nos quitaron hasta el derecho al duelo”. Mucha gente me ha preguntado qué opinaba sobre las FARC después de hablar con esta persona.
¿Qué opina?
-No soy capaz de opinar, ni de juzgar, ni de etiquetar a Marta; gracias a Dios, a mi padre, Javier Beriain, no lo han descuartizado vivo. Trato de escuchar, de entender y de contar una historia de la manera más justa, honesta y ecuánime posible.