MADRID. En su opinión, en muchos casos, únicamente se trata de accesorios clásicos a los que se les añaden prestaciones y funcionalidades tecnológicas y conexión a la red; sin embargo, eso no siempre implica que sean "inteligentes", en el sentido de ser capaces de aprender de las experiencias y el entorno.
La palabra "inteligente" se usa cada vez más, aunque de forma muy generalista para muchos objetos y servicios; "no todo lo denominado 'smart' lo es realmente", ha afirmado Alberto Bellé, analista de la consultora IDC.
Ha explicado que, muchas veces, la industria esta acuñando ese término para describir objetos que se diferencian de los convencionales únicamente por incluir algo de tecnología, aunque no siempre revolucionaria o rompedora, y así ganar adeptos y clientes.
Por ejemplo, alguna cámara, sistemas GPS, sensores de medición de parámetros biológicos y conexión a internet.
En muchas ocasiones se está recurriendo con exceso al adjetivo "smart" o "inteligente" porque, simplemente, no hay más opción lingüística; el diccionario no siempre cuenta con términos precisos para cada nivel de novedad tecnológica, ha añadido el experto.
A día de hoy, los accesorios denominados "inteligentes", dígase relojes, pulseras, o muchos otros, y que forman parte todavía de un mercado incipiente, compiten respectivamente con los relojes o pulseras tradicionales, pero no tanto con productos estrictamente tecnológicos.
En general, sus usuarios buscan estética y lujo por encima de todo, y a continuación, capacidad de conexión y acceso a aplicaciones.
Curiosamente la exigencia de la "inteligencia" propiamente dicha se deja más de lado, porque "todavía no se tiene percepción de que esos productos sean imprescindibles en la vida diaria como sí ocurre ya con los teléfonos móviles", ha explicado el analista.
La industria tiene ahí un reto pendiente; los relojes, las pulseras y el resto de accesorios supuestamente "inteligentes" e interconectados con otros objetos y personas, como parte del llamado "internet de las cosas", tienen que empezar a percibirse como necesarios, casi fundamentales para "salvar la vida de las personas", ha dicho Bellé.
El último estudio de Cisco sobre el denominado "internet de las cosas" destaca la trascendencia económica de este fenómeno, que podría generar 4,6 billones de dólares, solo en el sector público, durante los próximos diez años.
Para el analista de IDC, los electrodomésticos (frigoríficos, lavadoras, lavavajillas, microondas) son un sector clave para este fenómeno de interconexión de todo con todos, y podría abrir la puerta a posibles nuevos modelos de negocio, como el control del funcionamiento de nuevos aparatos de forma remota.
Las máquinas parecen cada día "más listas": frigoríficos que avisan si escasea el alimento; vehículos que pitan insistentemente al conducir sin cinturón, etc.
Según José Manuel Molina, catedrático de inteligencia artificial de la Universidad Carlos III de Madrid y director del grupo de investigación de Inteligencia Artificial Aplicada (GIAA), la tecnología "ya está ahí", pero, en muchas ocasiones, las empresas de desarrollo no saben cómo integrarla para extraer el máximo rendimiento de ella.
Este ingeniero de Telecomunicación, autor de una quincena de libros y decenas de artículos en revistas internacionales, ha precisado que algunos piensan que el llamado "internet de las cosas", con todo interconectado y ciudades totalmente "inteligentes" es ya una realidad, pero "de eso, nada": todavía falta mucho por hacer.