vitoria. Se confiesa abrumada por el modelo de comportamiento televisivo. Por ejemplo, "nos han engañado con la TDT, no tiene nada que ver con lo que dijeron. No hay interactividad, ni pluralidad, ni nada".
¿Tiro la tele o dejo de votar?
Ja, ja, ja. Te entiendo porque el contenido del libro es letal. Describo un panorama audiovisual que no es halagüeño. Hay pequeñas parcelitas que se pueden salvar, pero el conjunto da que pensar y también da motivos para temblar, entre otras cosas porque la televisión es muy importante en un país y si la tele no está bien, el país tampoco. Yo lo he escrito con la intención de que la gente se ría, pero que sea una risa que se congele. Es lo mejor para provocar una reflexión necesaria.
Usted dice que "hay quien obtiene casi todo el estímulo intelectual a través de la tele". ¿Está segura?
El espectador puede tener la culpa de ver determinadas cosas porque es libre de usar su mando a distancia, pero este es uno de los pocos oficios en los que la oferta condiciona la demanda. Si se hace permanentemente un tipo de televisión muy primitiva, diseñada en laboratorio y dirigida a esos impulsos primarios que todos tenemos; es muy difícil pedir al espectador que deje de verla porque no necesita hacer ningún esfuerzo ni intelectual, ni físico, ni económico.
¿Y no da vergüenza ver cierto tipo de programas?
La tele es un vicio privado, que puedes llevar a cabo en tu casa sin que nadie te vea; y esto es muy importante. No tienes que dar cuentas a nadie cuando te lo has metido en vena. La gente sabe que queda mal decir que ve ciertas cosas y tiende a machacar determinados formatos, aunque los siga. Pero insisto: la responsabilidad no puede recaer en el espectador. Alguien debería velar para que hubiera buenos programas, lo mismo que vela para que no fumemos. Y no estoy hablando de control de contenidos, sino de supervisión de la desmesura porque los ejecutivos de televisión han demostrado que no tienen ningún interés en regularse a sí mismos.
La Academia de Televisión ha reclamado reiteradamente la creación del Consejo Estatal de Medios Audiovisuales. ¿Está de acuerdo?
Claro, pero no hay ninguna intención y además hay presiones de muchos colectivos para que no se cree. Hay mucho miedo a cualquier cosa que suene a frenar la libertad de expresión cuando yo pienso que sucedería justo al contrario.
¿Los sucesivos Gobiernos no se han atrevido por temor a que les llamen censores o franquistas?
Sí, hay una parte de miedo a que suene a épocas pasadas, pero me parece una mirada reduccionista porque solo hay que mirar nuestro entorno: países con una democracia mucho más madura lo tienen resuelto desde hace muchos años y funciona.
Mucha gente se jacta de no ver la tele, pero según usted solo hay mil hogares sin televisor en el Estado...
Se lleva mucho lo de denostar la tele, pero yo reconozco que a mí me gusta. Si se usa bien es un instrumento fantástico y dedicarse a su análisis es gratificante, pero suele quedar mejor decir eso de que "yo no veo la tele, solo leo a Foucault". A mí me ha pasado incluso con catedráticos de Comunicación Audiovisual. Si dices que no ves la tele das pie a pensar que eres alguien muy ocupado, con una vida social o interior muy activa.
¿Qué piensa cuándo ve que la baza de Telecinco para intentar ganar noviembre fue llevar una noche a Rosa Benito y otra a Kiko Rivera?
Telecinco está dispuesta a instalarse sin remilgos en ese bucle. Ha conseguido crear un universo alrededor de eso y le funciona, aunque cada vez tiene que subir el listón un poco más. Ya no basta con llevar a Rosa Benito para contar qué mal está con Amador Mohedano, ahora tiene que contar que se ha intentado suicidar. El público cada vez tiene menos capacidad de sorpresa y un grado menor de escandalización. Pasa como con los drogadictos: cada vez necesitan más dosis. La gente ya no quiere solo ver la reaparición de Belén Esteban: quiere que se rasgue las vestiduras en directo.