BILBAO. Siempre se ha dicho que la perfección absoluta no existe. El mundo del automóvil lo confirma cada mañana. Sin embargo, hay propuestas que acarician la excepción. Una de ellas es el Range Rover Sport. El segundo en el escalafón de la firma británica compendia como casi ningún otro modelo actual todas las virtudes deseables en un coche. Concilia la solvencia de un genuino 4x4 con la distinción y el bienestar inherentes a una limusina y el ímpetu de un bólido. Es un superdotado de meticulosa concepción, primorosa confección y exquisitos modales. Eso sí, cuesta un ojo de la cara.

La calidad se paga, y cuando viene por arrobas el precio se dispara. Es lo que le sucede a ésta y a otras referencias de la casa, lastradas por una tarifa que las sitúa fuera de la órbita financiera del gran público y las encumbra a la condición de objeto de deseo. En el caso concreto del Range Rover Sport, el nombre explica claramente sus orígenes, ahorrando explicaciones y sorpresas.

Este producto, cuya última remesa recala en los distribuidores (las primeras entregas se efectuarán en enero), tiene su origen en la reinterpretación del concepto original del Range Rover, en activo desde 1970. A comienzos de este siglo, el constructor se planteó la necesidad de desdoblar el proyecto para buscar la sintonía con clientes algo más dinámicos y jóvenes. Así nace en 2006 la variante Sport, con estilo afín pero temperamento ligeramente más efusivo y práctico.

El evidente parecido con su hermano mayor siempre ha restado identidad al modelo, considerado a menudo una simple versión menguada del original. Land Rover se defiende de esa acusación alegando que ambos apenas comparten un 25% de componentes. Esta segunda entrega del Sport enfatiza esa distancia estrechando vínculos con el diseño del Evoque. En consecuencia, es algo más escueto, chaparro y ligero.

Mantiene las proporciones conocidas. Su longitud (4,85 metros) es 15 centímetros más corta y el techo 5,5 más bajo (1,78 m.) que en el Range Rover, lo que resta corpulencia al conjunto sin merma de espacio a bordo. A diferencia del mayor, el Sport sugiere configuraciones de cabina con cinco y con siete plazas; ésta aprovecha buena parte de los 489 litros del maletero para instalar dos pequeñas butacas con plegado eléctrico, elementos poco adecuados para adultos de talla normal. El fabricante hace honor a su reputación y justifica el precio del vehículo dotándolo de todos los recursos y ornamentos exigibles en la categoría Premium. La imagen y el bienestar que procura no desmerecen los de las berlinas aristocráticas. Como siempre, las dotaciones varían en función de la terminación que se solicite, es decir, del desembolso final.

Sus facultades dinámicas también dan la talla. Land Rover hace compatible el refinamiento con la desenvoltura asignando al Range Sport un reparto motriz solvente, así como los medios técnicos más avanzados para sortear obstáculos. Al instalar recursos como la reductora, más propios de los 4x4 puros que de los crossover sofisticados, se convierte en la excepción de su categoría. La electrónica obra el milagro de tutelar las reacciones del coche, adecuándolas a los distintos escenarios. El conductor tiene la posibilidad de escoger entre varios modos de respuesta disponibles (auto, nieve/grava/hierba, barro/roderas, arena y roca); el control 'Terrain response II' actúa como ángel de la guarda y ajusta a las circunstancias la respuesta de la tracción, la transmisión y el motor. En las versiones superiores este sistema añade una función (Dynamic) que también dosifica la asistencia de la dirección y actúa sobre la amortiguación para controlar el balanceo. El Range Rover Sport cuenta asimismo con sensor de profundidad de vadeo.