Vitoria. Ha hecho un alto en el camino televisivo para desmenuzar el libro que ha escrito y para hablar de intimidades propias que nunca había contado.
¿Cuándo descubrió que la vida iba en serio?
Desde muy pequeño. Tenía una idea de la vida como muy romántica y tenía que tener un cierto orden. Además, mi casa muy estructurada; el orden lo marcaba mi padre, que era un padre muy estricto. Y de repente, empecé a sentir que todo aquel orden no me cuadraba.
¿No cuadraba el orden o no cuadraba usted?
He luchado mucho con ser la decepción de mi padre. Él quería que estudiara una carrera técnica, que jugara al fútbol con los vecinos y todas esas cosas; y yo no hice nada de lo que él quería.
Hizo Hispánicas, una carrera que supongo su padre no vería con muy buenos ojos.
Es que yo quería hacer periodismo y él decía que el periodismo no tenía futuro.
Un visionario su padre...
Ja, ja, ja... Entonces le dije: Voy a hacer Hispánicas, que fíjate tú el futuro que tiene. En teoría tenía que estar dando clases de Literatura en un instituto y nunca ejercí. Hice de profesor dando clases sueltas para sacarme pasta y todo eso.
De su libro se desprende una infancia particular, complicada.
Hay mucha gente que tiene la infancia mitificada como el momento ese en el que no tienes ningún sufrimiento, que te lo pasas bien y que todo es agradable...
¿Para usted no hay momentos agradables en su infancia?
No fue nada agradable; descubrí que no era un chico como los demás. Era un chico al que le gustaban los chicos, eso ya era sentirse raro. Así que, desde muy pequeño, empecé a crearme mi mundo para que se supiera lo menos posible de mí y que nadie pudiera hacerme sufrir. La infancia es un periodo complicadísimo, cualquier problema por pequeño que sea se convierte en un mundo. No me parece ninguna etapa especialmente feliz. Nunca volvería a los nueve o diez años, ese miedo a los exámenes, a los trabajos del colegio.
Coqueteó con el Opus Dei.
No sé por qué pero es algo que ha sorprendido mucho, ¿a ti también?
Por supuesto, fíjese que hasta creo que los del Opus Dei están sorprendidos.
¿Por qué? No es un recuerdo duro, fue agradable. Y te digo más, estuve a puntito de entrar. Si no lo hice fue por dos motivos, pero para saberlos habrá que leer el libro porque lo cuento en él. Fue un lugar agradable y conocí a gente muy agradable.
Perdone, pero me deja con la boca abierta, ¿comulga con sus ideas?
No, evidentemente no comulgo con sus ideas, y, desde luego, un chico como yo, no podía pertenecer a esa organización. De ellos aprendí cosas que me han servido: el trabajo, la disciplina...
Resulta sorpresivo que con tres programas, uno de ellos diario, le dé tiempo a escribir un libro.
Soy muy disciplinado, pero mucho. El trabajo no me asusta nada. Siempre he vivido en mi casa cuando era pequeño con el fantasma del paro revoloteando. Mi padre desde siempre decía: La fábrica va a cerrar, me voy a quedar en paro, tengo cuarenta años, no voy a conseguir trabajo... A mí, siempre que proponen algo, por inverosímil que sea, me lo pienso. Si ahora me dijeran: Vas a tener que empezar a trabajar en agosto encima de una barra cantando O sole mío, yo lo valoro...
¿Por qué escribió este libro?
Una amiga mía de la editorial insistió. Robándole horas a mi tiempo libre me puse a escribir y sentía la necesidad de sentarme frente al ordenador y contar cosas y contármelas a mí mismo.
¿Autobiografía o novela?
Es autobiografía, hay algo de ficción también. Hay experiencias de amigos y compañeros que las he trasladado al libro y que me han servido de mucho.
La primera referencia que tengo de usted en el mundo de la comunicación son sus entrevistas en la revista 'Pronto'. ¿Su idea era escribir o hacer televisión?
En aquella época tampoco había mucha televisión. Quería trabajar y ganarme la vida. Me parecía algo rarísimo...
¿Rarísimo?
Sí que alguien pueda ganarse la vida con algo que le guste y disfrute de ello es raro, ¿o no? De una manera casual fueron encadenándose trabajos hasta que la primera vez que aparecí en televisión fue con Rosa Villacastín y Ana Rosa Quintana en Extra rosa.
¿Soñó con tener programa propio?
Me costaba mucho imaginarme como presentador, no me veía. Comencé a trabajar con Ana Rosa en Sabor a ti. Me parecía muy complicado lo que ella hacía. Pienso que en televisión ayuda la edad, yo tenía 27 años y ella estaba por los 40. No me siento identificado en televisión con gente muy joven. Me gusta más la gente madura.
Se ha convertido en la estrella de la cadena.
Me he convertido en la persona que más horas hace de televisión, pero lo de estrella no lo veo. Para mí trabajar en televisión significa que a las tres menos cuarto de la tarde viene a buscarme un coche a la puerta de mi casa, llegó a Telecinco, salgo a las ocho y media de la tarde y vuelvo a mi casa.
¿Qué es la televisión para usted?
Un garaje con focos. Luego te das cuenta que lo ve mucha gente y que provocas unas sensaciones que no puedes controlar: que te amen, que te odien...
¿Cree que le aman o que le odian?
Creo que me tienen mucho cariño, lo que ocurre es que el odio también hace mucho ruido, aunque sea pequeño. Yo me siento una persona muy querida.
'Aquí hay tomate' fue su trampolín y también el programa que para muchos estuvo a la cabeza de la telebasura en su momento.
Me gusta ser el primero en todo...
Lo importante es participar, ¿no?
No. Ya que juegas, hay que ser el primero. Si juegas hay que darlo todo. A mi me parece que Aquí hay tomate marcó un antes y un después en la historia de la televisión. La televisión tiene que servir para que la gente se enganche, hago televisión para que me vea.
Está en la lista de los más odiados por algunos famosos.
No, no tengo esa sensación, ¿crees que me odia mucha gente?
El programa lo quitaron de la noche a la mañana.
Llevábamos cinco años. Empezaba a dar muestras de desgaste, la decisión fue acertada.
¿No le produce dolor de cabeza el griterío de 'Sálvame'?
No, salgo cansado de trabajar...
Debe ser muy difícil poner orden en ese plató.
Pero como un colegio. Me lo paso muy bien haciéndolo. Cuando veo programas de estos en los que la gente está tan puesta y sin desmelenarse, digo: ¡Qué aburrimiento! Ya tendré yo edad de hacer eso, ahora no me toca.