BILBAO. El Mondial de l'Automobile toma estos días el pulso a la industria del automóvil europea. La crisis -declarada, incipiente o temida, dependiendo de qué país hablemos- marca el paso de los constructores en el Viejo Continente. Quizá por ese motivo, en esta edición del certamen parisino se dejan de fantasías y descienden de las nubes para poner los pies en el suelo. La cruda realidad ha apagado la hoguera de las vanidades en la que ardían sin consumirse flamantes supercoches para la galería. En consecuencia, el salón de París se ha visto obligado a abrir sus ventanas a la calle y vuelve a ser el escaparate de lo que antaño fue cotidiano.
Los fabricantes, necesidad manda, se vuelcan de nuevo en los coches normales, esos que quizá no alimentan muchos sueños pero desde luego ilusionan a la gente corriente, que es quien sostiene los hilvanes de este negocio.