Citroën sorprende al desvelar el tercer misterio del rosario que es su división de honor. De ella nace el DS5, creación de alta escuela con un diseño tan insólito como en su época lo fue el del Tiburón. La marca de los galones pretende propagar este producto entre la clase acomodada. Intenta seducir a tan exigente clientela por medio de una esmerada propuesta de automóvil que asume un estilo de alto riesgo. La osadía estética de su envoltorio mestizo -fusiona rasgos de berlina, de familiar y de coupé- siembra dudas y fomenta la discordia al fascinar y repeler con idéntica facilidad. Gustos al margen, el DS5 es un coche de categoría que poco o nada envidia a las berlinas de gama superior en empaque, tecnología y sofisticaciones. Tampoco en precio, ya que oferta motorizaciones gasolina, diésel e híbrida entre 26.900 y 41.650 euros.

Este nuevo fruto cuelga de la rama más distinguida del árbol genealógico de Citroën esperando caer en la cesta de los productos Premium. Así lo sugieren las cualidades del pretendiente que, no obstante, aparece fuertemente condicionado por su fisonomía. La duda que el constructor ha de despejar es si en ese estamento superior proliferan más los clientes de gustos conservadores o las personas con mentalidad abierta dispuestas a innovar y a marcar tendencias de moda.

La primera dificultad a salvar por la casa francesa es ajena al coche. Obedece a la reticencia del público más exquisito a considerar la compra de un producto que no proceda de unas marcas determinadas, casi todas alemanas. Los fabricantes generalistas, así llamados porque su catálogo cultiva modelos para todos los públicos, han fracasado históricamente en sus intentos de asaltar el segmento aristocrático. Nunca se ha debido a falta de cualidades. El DS5, como varios de los productos malogrados, va sobrado de ellos. Es más bien una cuestión de prestigio social, valor intangible y absolutamente subjetivo que resulta primordial para muchas personas, dispuestas a adquirir coche valorando más la opinión del prójimo que la suya.

identidad propia A diferencia de sus dos hermanos menores, el DS3 y el DS4, el recién llegado no es la mera recreación vestida de domingo de un Citroën convencional. Como se deduce a primera vista, el DS5 no es un clon refinado del C5. Por una vez, las apariencias no engañan. Ni siquiera coinciden las proporciones, puesto que es 25 centímetros más compacto (4,53 metros de largo) y también algo más alto (1,51).

El nuevo primo de la familia bien gala utiliza una plataforma diferente -la misma que sustenta al C4 Picasso, con 2,72 metros de batalla- sobre la que ensambla su peculiar envase de estilo heterogéneo. En esta vistosa carrocería de dos volúmenes proliferan los rasgos break, principalmente a causa de la prolongación del techo más allá de la vertical del eje trasero. Esa fisonomía familiar se ve alterada por pinceladas propias de un coupé (la popa redondeada) y por ciertos retoques deportivos (la poderosa cintura o el llamativo doble escape cromado).

El DS5 ofrece un habitáculo desahogado en el que caben razonablemente bien cinco adultos y su equipaje (465 litros de maletero). Es un espacio acogedor y diáfano (dispone de techo panorámico) que propone varias calidades de acabado. El respetable desembolso económico requerido para su compra se compensa con unas generosas dotaciones básicas, que van enriqueciéndose hasta incorporar soluciones técnicas y de confort poco habituales. Además de una exquisita ornamentación, el DS5 dispone de innovaciones como el sistema de reconocimiento por cámara de señales de tráfico y de vigilancia de la trayectoria o la iluminación inteligente de la calzada (evita cambiar manualmente de cortas a largas).

Es, por tanto, un automóvil diferente esbozado, cortado y cosido a la medida de unos pocos. El DS5 hará feliz a personas exigentes y absolutamente seguras de sí mismas que, además de detestar los uniformes, se preocupan más del bienestar y la seguridad de los suyos que del pensamiento de los demás.