Por mucho que se vistan de seda, los monovolúmenes clásicos pródigos en envergadura y capacidad no dejan de ser, para muchas personas, la cara amable de los vehículos industriales. Pero para todo hay excepciones. Es el caso del Voyager, un modelo al que buena parte de la opinión pública exime de la condición de furgoneta yuppie y concede el visado de acceso a la categoría Premium. No se sabe bien por qué, pero es el único producto de su clase que en el control acceso a una urbanización de lujo es dirigido a la puerta principal en vez de a la de servicio. Al corpulento multiusos americano le toca ahora reforzar el catálogo Lancia. La marca de adopción retoca sutilmente la puesta en escena, el tacto de conducción y la tarifa (desde 36.800 euros) de la única variante disponible, dotada de mecánica diésel de 163 CV, caja automática y acabado Gold.

Los vehículos monoespacio de grandes proporciones vivieron su época dorada en la recta final del siglo pasado. Los cambios en los gustos de la clientela y en la oferta de los fabricantes los han ido relegando a la condición de propuestas testimoniales dirigidos a un tipo de usuario muy concreto. De hecho, pocos candidatos de esta talla perviven en la actualidad; ninguno con la entereza y la dignidad del Voyager. El modelo norteamericano, considerado por muchos como el pionero de esta escuela de automóviles, permanece al pie del cañón manteniendo una relativa lealtad al proyecto original, redactado hace veintisiete años.

Los avatares de la industria del ramo han propiciado que el Voyager sobreviva a la desaparición de su creador. El grupo Fiat, actual gestor de los intereses de Chrysler, ha optado por hibernar esta marca en Europa, rescatando algunos de sus proyectos para ponerlos bajo la tutela de Lancia. De este modo el conocido monovolumen reemprende la marcha en el mercado. Lo hace tras experimentar un minucioso proceso de reconversión con el que la casa de Turín ha pretendido imprimirle su sello particular.

Lo logra a medias. El toque Lancia se detecta mejor a bordo debido a una puesta en escena algo más ambiciosa y de unos acabados esmerados, pero no a cambios de diseño (estrena reloj en la consola central, logotipos y poco más); el mayor aislamiento acústico y la mejora en la aerodinámica no son tan perceptibles a simple vista. El envoltorio repone el mascarón de proa y añade un par de detalles ornamentales, por lo que hay que fijarse para distinguir un Lancia Voyager del antecesor Chrysler o del gemelo que se vende en América.

Si las proporciones y la identidad apenas varían, sí lo hacen aspectos técnicos que conciernen a la dinámica de conducción. El modelo que aterriza en los concesionarios de la firma italiana retoca la unión al suelo y reduce la altura del chasis, ganando así la estabilidad oportuna para rodar por vías más sinuosas que las monótonas autopistas de EE.UU.

Los progresos en el comportamiento propiciados por dichos retoques facilitan la utilización cotidiana del vehículo. En consecuencia, el Voyager puede desempeñar a la perfección los mismos cometidos domésticos que exige cualquier familia, suplantado con un plus de comodidad a un utilitario convencional. Eso sí, siempre que no sea necesario encontrar aparcamiento.

La envergadura sigue siendo el principal inconveniente a la hora de utilizar este tipo de coches. Aunque su manejo resulta tan dócil como el de una berlina y su perspectiva elevada procura un perfecto domino del entorno, la corpulencia del Voyager -mide 5,21 metros de longitud, 1,99 de anchura, 1,75 de altura y casi 3,1 metros de distancia entre ejes- condiciona la agilidad de sus evoluciones.

El modelo lo compensa brindando una habitabilidad encomiable. La cabina puede alojar a siete pasajeros. A tal fin instala dos butacas delanteras independientes, otras dos semejantes en la línea central y un asiento corrido de tres plazas en la tercera. Esta fila, bastante menos acogedora y confortable, es apta para adultos de estatura media. Tras ella se habilita un hueco de carga de 934 litros, que convierte al Voyager en uno de los vehículos más capaces de su condición. Tanto la tercera línea como los asientos centrales pueden ser plegados y encastrados en los sus respectivos cofres del piso, dejando así una portaequipajes plano de 3.912 litros. El acceso al interior del mayor de los Lancia se ve facilitado por dos generosas puertas deslizantes situadas en los flancos; al igual que el portón posterior, cuentan con accionamiento eléctrico.

Diésel y automático En esta nueva etapa el monoespacio norteamericano se decanta por una solvente motorización gasóleo 2.8 CRD para conseguir la solvencia de movimientos pertinente. Es una herencia mecánica de Chrysler que los ingenieros del grupo italiano han readaptado. No es descabellado pensar que en un futuro más o menos inmediato se vea suplantada o acompañada por uno de los eficientes propulsores Multijet de Fiat. De momento, el Voyager saca partido a la potencia que suministra esta unidad turbodiésel de inyección directa y 2,8 litros con arquitectura de cuatro cilindros multiválvulas. La afinación europea consigue mitigar el consumo y, por tanto, las emisiones; concretamente la expulsión de dióxido de carbono, de óxido de nitrógeno y de partículas.

El 2.8 CRD proporciona 163 caballos a 3.800 r.p.m. y brinda un par máximo de 360 Nm, prácticamente constante entre 1.800 y 2.800 vueltas. Va conectado a una transmisión automática de seis relaciones con posibilidad de accionamiento secuencial. Es un sistema muy americano, con pomo selector situado junto al volante, no tan moderno ni eficiente como los empleados por las berlinas europeas modernas. No obstante, resulta fácil habituarse a su manejo, sobre todo porque este modelo invita más a una conducción sosegada, dejando que la caja trabaje sola en lugar de apurar las marchas buscando cualidades más propias de vehículos de otra naturaleza.

La combinación mecánica depara reacciones satisfactorias. Homologa 193 km de velocidad punta y un poder para acelerar de 0 a 100 km/h en 11,9 segundos. La lógica sugiere que estas prestaciones decaen a medida que se completa el aforo del vehículo o la ruta se enrosca. En condiciones idóneas, el fabricante declara un consumo medio de 7,69 litros, lo que supone unas emisiones de CO2 de 207 g/km.

Por su naturaleza monovolumen y su talla generosa, el Voyager es un automóvil cortado a la medida de familias numerosas como las de antaño. Para ellas, que disfrutan de algunas exenciones fiscales, Lancia articula una versión de ataque con el precio mínimo de 36.800 euros. El Voyager responde asimismo a las expectativas de personas exigentes que, a falta de una nutrida prole, son partidarios de viajar sin apreturas; tendrán que desembolsar el importe completo de 42.800 euros.

Otro segmento comercial en el que esta clase de productos encuentra adeptos es el de los profesionales (representantes de comercio, pequeños empresarios, autónomos, etc.), a los que permite conciliar en un mismo vehículo funciones laborales y domésticas. Ellos también tienen la posibilidad de desgravarse parte de los impuestos, lo que reduce el coste de adquisición del vehículo.