El periodista Mikel Ayestaran (Beasain, 1975) es un viajero nato. Empezó a trabajar en la redacción de El Diario Vasco hace más de 25 años, pero su oficio de comunicador freelance lo ha llevado por todo el mundo, cubriendo zonas de conflicto en Oriente Medio, Asia y África. Recientemente, ha estado informando sobre la guerra de Ucrania para distintos medios. Sorprendió la aparición del reportero en 'El Intermedio' del Gran Wyoming durante el Mundial de Catar, donde en una retransmisión en directo explicaba algunas cuestiones relacionadas con el polémico evento deportivo. 

El 8 de enero de 2015, Ayestaran fijó su residencia en Jerusalén, localidad en la que vive con su familia y a la que ha dedicado buena parte de su labor periodística y literaria. En el ensayo 'Jerusalén, santa y cautiva' aborda el complejísimo nudo identitario de una ciudad que son muchas ciudades y en la que resulta imposible escapar a sus tres tensionados sistemas culturales: judío laico, judío ortodoxo y el palestino-árabe. Esta urbe de casi un millón de habitantes, atada para siempre a su pasado y condenada al conflicto político y religioso, es el principal destino, que no el único, en este viaje a Israel.

JERUSALÉN I: ENREDO POLÍTICO

Jerusalén es tres veces santa, así ha sido bautizada por las principales religiones monoteístas del mundo. ¿Quién puede presumir de albergar tantos atractivos históricos, artísticos y religiosos en un mismo lugar? A esta ciudad se la aborda con la mente abierta y la mochila vacía de prejuicios. Para empezar, es un galimatías político-institucional. Los judíos consideran que es la capital de Israel desde 1949 y allí han colocado los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales, así como las residencias del presidente y del primer ministro. 

Sin embargo, no todos aceptan esta realidad. El epicentro espiritual del pueblo judío colisiona con las legítimas aspiraciones de los palestinos, que también reclaman su derecho a reivindicar la capitalidad. La ONU considera a Tel Aviv (400.000 habitantes) la capital oficial de Israel y muchos medios de comunicación progresistas en el mundo (el inglés The Guardian, por ejemplo) utilizan en sus escritos y noticias idénticos calificativos. Hace cinco años el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, añadió más leña al fuego cuando rompió con la política exterior de su país y reconoció a la milenaria Jerusalén la capital de Israel. 

Uno de sus mercados callejeros.

Uno de sus mercados callejeros. Pexels

JERUSALÉN II: LA LABERÍNTICA CIUDAD VIEJA 

Fe, arte y una historia de 3.000 años. Jerusalén está considerada como una de las ciudades más antiguas del mundo. En un área inferior a un kilómetro cuadrado se concentra su casco antiguo, más conocido como la Ciudad Vieja. Flanqueado por un perímetro amurallado, este recinto sagrado era todo lo que se podía ver en Jerusalén hace apenas 150 años, hasta 1860. No había más. Las murallas tienen una extensión aproximada de 4,5 kilómetros y su altura oscila entre los 5 y 15 metros. Han sido destruidas y reconstruidas muchas veces a lo largo de la historia. La versión actual se levantó bajo las órdenes del sultán otomano Solimán el Magnífico en 1538.

La mayoría de los viajeros acuden a los enjambres de la ciudad intramuros que, a su vez, está dividida en cuatro barrios, cada uno de ellos correspondiente a una comunidad concreta: armenia, musulmana, cristiana y judía. Una amalgama de sonidos, olores, formas de vestir y variaciones arquitectónicas se mezclan en un espacio muy reducido. Al suroeste, a la altura de la Puerta del Estiércol, se abre el elegante barrio judío de sinagogas y yeshivás (escuelas religiosas); el barrio árabe recuerda a las bulliciosas y animadas medinas marroquíes; el barrio cristiano cuenta con decenas de templos religiosos; mientras que los armenios son poquitos (500 habitantes aproximadamente) y ocupan una sexta parte del territorio. Pasan más desapercibidos a ojos del turista.

Entrada a uno de sus templos. Pexels

Sobre su serpenteante y caótico trazado se pronuncia Mikel Ayestaran: "Me gusta franquear sus murallas y perderme por allí, pero cada vez me pasa menos porque ahora ya sí logro orientarme. Pero no es algo fácil: salvo el barrio judío, que fue reconstruido tras la II Guerra Mundial y está señalizado, en el resto de la Ciudad Vieja tienes ese caos organizado de las viejas ciudadelas, con una calle donde solo venden carne, otra donde están los puestos de verduras… La valoro mucho porque cada vez quedan menos ciudadelas vivas como esta en Oriente Próximo".

JERUSALÉN II: TRES JOYAS IMPRESCINDIBLES

Hay mucho para ver y aprender en el Jerusalén intramuros y del Monte de los Olivos. Testigo mudo de la muy compleja historia de Oriente Medio, la ladera aparece varias veces en la Biblia y acoge un impresionante cementerio judío compuesto por 150.000 tumbas. El del Monte de los Olivos está considerado el camposanto más antiguo del mundo. Vayamos ahora, muy brevemente, con las tres joyas imprescindibles de la Ciudad Vieja. El Muro de las Lamentaciones es quizás el símbolo-monumento más reconocible de Jerusalén, un lugar de rezo impresionante que reúne a miles de judíos y curiosos frente a una fachada de 60 metros; el acceso a la zona de oración es libre con excepción del sabbat, el día sagrado de los judíos y en el que no se permite la entrada a los foráneos.

La basílica del Santo Sepulcro no se queda atrás en interés y patrimonio histórico religioso. Según la tradición cristiana, este fue el lugar de crucifixión de Jesús. Pisamos suelo sagrado. La luz es tenue, en el aire flota un fuerte olor a incienso. Miles de cristianos se reúnen en su interior y hablan bajito; se perciben los susurros de los rezos. Las disputas y rifirrafes son habituales entre las seis confesiones cristianas que custodian uno de los templos más venerados por los fieles. El edículo o la tumba donde Jesús fue sepultado también se encuentra en Iglesia de la Resurrección o Basílica del Santo Sepulcro.

Por último, la Cúpula de la Roca (también llamada Dome of the Rock o Mezquita de Umar) es el monumento más espectacular de Jerusalén. Se encuentra en la explanada de las mezquitas, que junto con La Meca y Medina es el tercer lugar sagrado de los musulmanes. La cúpula de la mezquita (de finales del siglo VII) brilla desde lo lejos. Es el edificio musulmán más antiguo que se conoce y dicen que fue aquí donde Mahoma ascendió al cielo. 

En el muro de las lamentaciones. Pixabay

TEL AVIV: MODERNA Y COSMOPOLITA 

Bares, restaurantes, pubs, música electrónica, abierta, desinhibida, gayfriendly, occidental…Tel Aviv huye de la imagen estereotipada de Israel. Sus arenales vibran en las noches de verano entre la fila de rascacielos que cubren sus espaldas y el azul intenso del mar Mediterráneo de fondo. Del 14 al 18 de mayo de 2018 fue sede de la 64 edición del Festival de la Canción de Eurovisión. En el corazón de la urbe late con fuerza el Museo de Arte de Tel Aviv, símbolo de la vida cultural y social de esta localidad que está solo a media hora en tren de Jerusalén. Su colección permanente no tiene nada que envidiar a las mejores pinacotecas europeas: Joan Miró, Pablo Picasso, Roy Lichtenstein, Edvard Munch o Kandisnky son algunas de las figuras más destacadas. 

Los rascacielos y cientos de edificios Bauhaus y su condición de ciudad imberbe (se levantó sobre dunas a principios del siglo XX) contrastan con la tradición y el peso de la historia de la región. Más allá de la ajetreada vida nocturna y sus ansias de cosmopolitismo, se encuentra el viejo barrio de Jaffa, un antiguo puerto milenario que sale nombrado en el Antiguo Testamento. Sus intrincadas y pintorescas calles parecen sacadas de un cuento para niños y están salpicadas de abundantes galerías de arte. El tiempo se detiene en los alrededores de este bohemio enclave portuario. 

FLOTANDO EN EL MAR MUERTO

A las codiciadas aguas del Mar Muerto se le atribuyen propiedades curativas desde la época de los romanos. Hoy, este lago-spa natural de unos 70 kilómetros de longitud se ha convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de Israel. Las características y propiedades del 'Mar de sal', su nombre en hebreo, son muy peculiares. Se encuentra hundido en una profunda depresión a 400 metros debajo del nivel del mar, lo que le convierte en uno de los puntos más bajo de la Tierra.

Rico en determinados minerales (calcio, magnesio, potasio, bromo), lo primero que se debe hacer en el Mar Muerto es darse un chapuzón… y flotar. La imagen de un turista satisfecho tumbado boca arriba sobre la superficie es mundialmente famosa. Sus aguas son casi nueve veces más saladas que la de cualquier mar del planeta. La extraordinaria salinidad (del 280%) se debe a la falta de desagües y es la razón por la que cualquiera de nosotros puede disfrutar de la magia de la flotabilidad. Se encuentra a unos 40 kilómetros de Jerusalén, donde se llega fácilmente en coche o en un autocar de la compañía Egged Bus. 

Vistas del Mar Muerto.

Vistas del Mar Muerto. Pixabay

MASADA: FORTALEZA ÉPICA

Además de aprovechar la especial densidad de las aguas muertas, podemos escaparnos cinco kilómetros de su costa suroccidental para finalizar el viaje por todo lo alto. Masada, que significa fortaleza en hebreo, está en el inhóspito desierto de Judea y se levanta a más de 400 metros del Mar Muerto como un balcón sobre un gigantesco vacío. En realidad, no es mucha altura. Las vistas son impresionantes y llegan a alcanzar una parte del lago. Sobre un gran macizo con forma de pirámide, el rey Herodes mandó construir un palacio-fortaleza del que solo quedan unos restos arqueológicos. Los judíos han convertido el yacimiento en un lugar mítico: Masada es sinónimo de resistencia épica frente a la todopoderosa Roma. Un trágico final que desembocó en un suicidio colectivo ha ayudado a forjar una leyenda trágica que forma parte de la liturgia judía.