lemania, pero también Europa, se despidieron este 2021 del liderazgo de Angela Merkel, una etapa de 16 años marcada por un estilo atípico de ejercer el poder, sacudida en su última etapa por la lucha contra la pandemia y que deja como asignatura pendiente de modernizar su país.
Merkel cumplió su compromiso de seguir en su puesto hasta la investidura de un sucesor. El 8 de diciembre la relevó el socialdemócrata Olaf Scholz, 5.860 días después de haberse convertido en la primera mujer que accedía a la Cancillería alemana. Era también la primera persona crecida en territorio comunista que lo lograba y la más joven entre sus antecesores, con 51 años.
Unas horas antes de la investidura de Scholz, Cancillería hacía público un comunicado sobre una última conversación entre Merkel con los líderes de EEUU, Francia, Italia y el Reino Unido -Joe Biden, Emmanuel Macron, Mario Draghi y Boris Johnson- a propósito de los movimientos rusos junto a Ucrania.
El ucraniano es uno de los conflictos que no ha podido zanjar la líder que marcó la pauta en la crisis de la zona euro o ante la emergencia migratoria de 2015. A la primera de esas crisis respondió con la tenaza de la austeridad; a la segunda, manteniendo abiertas las fronteras a los refugiados cuando otros las cerraban.
La primera ola de la covid-19 la revalorizó como líder de referencia. La mostró como una política de formación científica y capacidad de análisis, mientras otros mandatarios daban bandazos. Pero ello no evitó a Alemania la furia de la segunda y la tercera olas; la cuarta sorprendió al país con cierto vacío de poder, entre una canciller en funciones y un sucesor que aún no funcionaba.
Su legado está por escribir, puesto que es la historia la que coloca a un político en su lugar. Pero parece indiscutible que esta líder, a la que tanto se criticó por lenta como por imparable, marcó un estilo de ejercer el poder, basado en el consenso y no en la confrontación.
Merkel no superó por diez días el récord de permanencia en el poder de Helmut Kohl (1982-1998). Dejó el cargo como la más longeva entre los líderes occidentales y a la que solo superó, en veteranía, uno de sus “ogros” internacionales, el ruso Vladímir Putin.
Representó al eje transatlántico con cuatro líderes estadounidenses -George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Biden- y al franco-alemán con cuatro franceses -Jacques Chirac, Nicolas Sarzoky, François Hollande y Macron-; cuidó las relaciones con cinco británicos -Tony Blair, Gordon Brown, David Cameron, Theresa May y Johnson- y con tres españoles -José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez-.
La lista se eternizaría con Italia -ocho primeros ministros-. En su ronda de despedidas, a escala internacional o nacional, habrá acumulado más reconocimientos, títulos honoris causa, premios o regalos de los que caben en ninguna estantería.
A la investidura de Scholz asistió desde la tribuna de visitantes del Bundestag, ya que tampoco optó al escaño de diputada que, desde 1990, tuvo por Stralsund, la ciudad del este alemán donde arrancó su carrera tras la caída del muro de Berlín. Desde esa tribuna recibió la ovación de los diputados, con excepción de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), el partido al que el espectro parlamentario mantiene aislado.
Su último año como canciller ha sido duro. No solo por la pandemia, sino también por las devastadoras inundaciones con más de 180 muertos en el oeste del país. La catástrofe hizo patente los estragos de la emergencia climática y recordó el incumplimiento alemán de los objetivos de reducción de emisiones.
Al tripartito de Scholz con verdes y liberales le corresponderá luchar contra la precariedad laboral dejada por la austeridad, demostrar ambición climática, poner al día su tejido industrial e impulsar la digitalización. La pandemia confrontó al gran socio europeo con situaciones impropias de un país rico -como la imposibilidad de practicar el teletrabajo o la escuela virtual-.
Al bloque conservador de Merkel le llegó el turno de encontrar un nuevo líder sólido, tras hundirse en su mínimo en unas elecciones nacionales -un 24,1%-, con el centrista Armin Laschet como candidato.
Circulan varias versiones sobre los planes de la excanciller, retirada con 67 años. Se asegura que acompañará a su esposo, el científico Joachim Sauer, profesor invitado en Turín. O que se instalará en Templin, la ciudad germano-oriental donde creció.
Mantiene una oficina en la avenida Bajo los Tilos berlinesa, la misma que tuvo Kohl. Su secretaria desde hace treinta años, Beate Baumann, avanzó que escribirá unas memorias políticas.
Baumann ha sido el puntal de la actividad de Merkel, junto con su asesora en comunicación, Eva Christiansen, o su exportavoz de Gobierno, Steffen Seibert.
Rival histórico de la canciller. El derechista Friedrich Merz, el nuevo líder de la Unión Cristianodemócrata (CDU) alemana, el partido que ocupó el centro político durante la era Angela Merkel, ha sido un rival histórico de la excanciller. Merz desbancó claramente a los dos aspirantes del ala centrista, Norbert Röttgen y el exministro de la Cancillería Helge Braun, al obtener el 62,1% de los votos en la consulta entre la militancia democristiana. Identificado con los poderes económicos del país, con una elocuencia muy superior a sus rivales y poderosos aliados internos, Merz se comprometió a ser el “presidente de todos, realmente de todos”. Dejó para una decisión futura si, además de presidir el partido, aspirará a ser el candidato del bloque conservador a recuperar la Cancillería perdida en las últimas elecciones generales. Era la primera vez en la historia del partido de Konrad Adenauer, Helmut Kohl y la misma Merkel en que se cedía la voz a la militancia para una decisión que corresponde, por sus estatutos, al congreso federal.
Angela Merkel dejó el cargo como la más longeva entre los líderes occidentales y a la que solo superó, en veteranía, Vladimir Putin
En su ronda de despedidas habrá acumulado más reconocimientos, títulos, premios o regalos de los que caben en ninguna estantería