el siglo pasado se hartaba de hablar del “milagro alemán” y en este no se dice ni “mu” del irlandés, pese a que esta república tuvo a finales del siglo XX no uno, sino dos milagros económicos. Quizá a partir de ahora se hable de que en Irlanda el dinero no lo es todo; por lo menos, políticamente.
El primer milagro irlandés se produjo a primeros del decenio de los 80, cuando el tradicionalmente pobrísimo país tuvo un “boom” financiero impresionante. Una inteligente política de baja fiscalidad a la inversión atrajo grandes empresas (ante todo, farmacéuticas, informática y alta tecnología) y capitales a la República de Irlanda, erigiéndose así en uno de los países más prósperos de Europa.
Pero Irlanda no estaba preparada para tanto bienestar y no supo que el dinero importado disparará el sector inmobiliario; creció tanto la burbuja del ladrillo que acabó arrastrando en el decenio de los 90 la banca y toda la economía del país al borde de la quiebra.
En Dublín aprendieron la lección. Afinaron el modelo de los 80 y no solo repitieron el “milagro”, sino que incluso redujeron el paro por debajo del 5%, rebajaron la deuda pública a la mitad y pilotaron la economía del país con tanta maña que el brexit apenas les ha afectado.
Lo que, en cambio, no pudieron dominar los gobernantes del Fine Gael - liberal/conservador - siguió siendo el sector inmobiliario. Porque si es cierto que ahora no se ha formado la temida “burbuja”, los precios y alquileres de los inmuebles están por las nubes. Un asalariado de la clase media no puede pagarse o alquilar una vivienda relativamente digna y un pequeño empresario o industrial, una sede para su negocio. El costo y las deficiencias de la sanidad pública son otro agujero negro del “milagro irlandés”.
Y para sorpresa de los gobernantes de hasta ahora - Fine Gael y sus ex socios parlamentarios del Fianna Fáil (liberal/agrarios) - el bienestar sin techo se ha transformado en una bomba política. La población de la República ha decidido no apreciar lo que tiene para indignarse por lo que no puede tener: viviendas y locales asequibles.
Naturalmente, la polarización se ha producido ante todo por la lucha electoral. Los comicios parlamentarios del pasado fin de semana los planteó el Sinn Féin, partido socialista radical y antiguo brazo político del IRA, como la batalla del ladrillo.
El Sinn Féin ha capitalizado la irritación popular ante los precios prohibitivos del sector inmobiliario y ha engatusado al electorado con unas promesas casi paradisiacas : congelar los alquileres; lanzar un plan de construcción de viviendas sin parangón en la historia del país; devolver la edad de jubilación a los 65 años; bajar los impuestos de los asalariados e incrementar fuertemente el de los adinerados y empresas. Y naturalmente, ha resucitado la eterna reclamación de la reunificación con el Ulster.
Y así, entre la indignación del presente y la tentación del futuro, el Sinn Féin llegaba el pasado sábado a las urnas como el favorito imbatible. No salió de ellas como el triunfador absoluto, pero sí como el gran protagonista, pues pasó de partido marginal a un igual de los dos grande partidos de siempre?¡y con un puñado más de votantes que ellos!
Lo malo para Irlanda y el Sinn Féin es que su mayoría relativa (un 24%) no pasa de victoria moral. Para asumir el poder tendrá que pactar con los dos partidos “de siempre” (que obtuvieron el 20 y el 21% de los votos) y estos dos harán todo lo posible - alianza con los grupusculares, ante todo - con tal de mantener lejos del Gobierno al nuevo gran protagonista de la vida pública.