El declive de los partidos socialistas de Alemania y Austria ha llegado a tal punto que los verdes de ambas naciones prefieren hoy en día formar coaliciones parlamentarias con los conservadores antes que unirse a los socialistas. Y en Berlín, la “gran coalición” de socialistas y cristiandemócratas se tambalea cada día más.
Esto no tendría nada de sorprendente si en los Parlamentos germanos y austriacos los ecologistas tuvieran más votantes que los socialdemócratas, pero no es este el caso.
Una alianza con ellos interesa tan poco a las demás formaciones por dos razones. La primera es la desconfianza en la estabilidad interna de las agrupaciones socialistas. Las luchas ideológicas internas son un mal endémico en la historia de estos partidos y con el actual alejamiento del partido de las masas populares, las tentaciones centrífugas se están multiplicando a ritmo galopante. En un mercado de poderes, nadie quiere un aliado que se pueda fraccionar en cualquier momento.
El otro motivo es de mayor calibre. Desde el siglo XIX los socialistas centroeuropeos han destacado -o hasta se podría decir, pecado- por generar un alud de iniciativas e ideas para las reformas sociales de sus respectivas sociedades. A veces, incluso ideaban soluciones para problemas que no se vislumbraban más que en ciernes.
Pero desde finales del siglo XX los socialistas de Europa parecen haber renunciado a estos planteamientos avanzados, especulativos, para diluirse en discusiones talmúdicas sobre problemas menores o, peor aún, en polémicas cuyo trasfondo son las egolatrías de unos prohombres con más ambiciones que talento. En cualquier caso, hasta ahora han estado perdiendo más y más el contacto con los sectores más débiles de la sociedad. En Alemania se ha llegado incluso a hablar (sin mayores consecuencias por ahora) de la conveniencia de fusionar al SPD con “la izquierda” (Die Linke), un partido neocomunista surgido en los territorios de la antigua República Democrática e instalado en toda Alemania gracias al liderazgo del exlíder socialista Oscar Lafontaine, quien abandonó en su día el SPD porque no se le había concedido el liderazgo nacional del partido.
Tanto en Alemania como en Austria, el socialismo tiene aún la dimensión y la vitalidad intelectual suficientes para regenerarse sólo. Puede volver al protagonismo político de antaño por poco que confíe en estrategas políticos y pensadores de calado. Pero en su estado actual y con los dirigentes del momento no parece atraer a nadie; ni a eventuales aliados en los Parlamentos, ni a los electores indecisos en las calles?