más vale tarde que nunca: acaban de preguntar a la ciudadanía europea si nos apetece seguir cambiando de hora oficial dos veces al año y, claro, mayoritariamente se ha dicho que no, que es cansino y molesto; además la opinión general es de que no sirve para nada. Los expertos añaden que si el ahorro que podría propiciar al comienzo de la primavera es nimio (una semana soleada en Europa permite ahorrar más del doble de todo lo que pretendidamente se economizaba con el atraso de la hora) parece que influye negativamente, en la salud y sobre todo en el ánimo. ¿Para qué entonces cambiar la hora? Simplemente por inercia: porque se aprobó y nadie había tenido a bien revisarlo.

Pero desde que salió la nota de prensa europea explicando el mayoritario resultado de la encuestra abierta, la gente ha empezado a incluir en todo esto del cambio de hora cuestiones que no están regidas por lo que marca el reloj oficial (lo que nos avisa el móvil, realmente: cada vez somos menos los que llevamos un reloj en la muñeca). El cambio de hora, en el fondo, solamente sirve para que dos veces al año nos volvamos locos intentando recordar cómo se cambia la hora en esos dispositivos (la tele, algún reproductor de vídeo, el radiodespertador y, sobre todo, el coche) que no lo hacen automáticamente. Y para que tengamos un poco de jetlag y, si nos ha pillado un viaje, nos quedemos colgados una hora en la estación sin saber muy bien por qué el transporte tiene que hacer esas estupideces en pleno siglo XXI.

Así que digamos adiós de una vez a este cambio que no servía para nada. Y, por favor, comencemos a replantearnos en serio el horario de nuestras vidas: la jornada laboral tan extensa como poco flexible, la exagerada pausa para comer y, sobre todo, el prime time de las televisiones, que es quien realmente manda en nuestros horarios de descanso.