VA de retro, de retroalimentación hoy esta columna. Va de esa dinámica perversa de la que se valen las fuerzas antagónicas para auxiliarse mutuamente en la ferocidad de sus posiciones y aniquilar toda razón y posibilidad de concordia. Como el acuerdo de Hitler con Stalin, modelo clásico de feedback. O como la guerra fría, sustentadora de la proliferación nuclear y el equilibrio del terror. O como la batalla artificial de estos días en Euskadi, donde el PP y Bildu han pactado reventar en comandita las fiestas de Laudio y Bilbao, con un Carlos Urquijo, como lo fuera su predecesor Enrique Villar, feliz en su labor perturbadora y una izquierda abertzale magistral en el arte del victimismo. ¿No es deprimente que nuestra parsimoniosa justicia se deje atrapar en la maraña de este juego?

También la tele va de retro, de retroalimentación. Una organización sectariamente católica, Hazte Oír, y el programa Campamento de Verano han convenido en soliviantar a los ciudadanos e involucrar a los anunciantes en un conflicto estúpido, amplificado por las redes sociales. El caso es que tres marcas (McDonalds, Burger King y Mutua Madrileña) han descolgado sus spots de ese espacio piojoso como consecuencia de la presión ejercida por los fachas bajo la amenaza del boicoteo a sus productos. Curioso: la comida basura se retira de la telebasura. Si bien no hay duda de que el reality de Telecinco es un tributo a la zafiedad, no es menos cierto que Hazte Oír chapotea en el totalitarismo y hurga a su favor en las contradicciones del sistema. La tragedia de la justa causa contra la telebasura es su apropiación por la ultraderecha.

Menos mal que, consciente de las maquinaciones ultras, Coca-Cola ha rechazado abonarse a esta censura publicitaria. En todo caso, los anunciantes deberían acordar a través de Autocontrol -la entidad en la que se dirimen estas cosas- qué programas esquivar por concepto para proteger la decencia de sus marcas y no sucumbir a la táctica de los que van de retro, de retroalimentación entre telebasura y fanatismo.