en Pamplona, que se sepa, los toros se corren desde hace 8 siglos. Lo que ha ido cambiando era la plaza donde hacerlos entrar desde las huertas del río donde se les apeaba. Si todavía no se hubiera construido la nueva plaza, los encierros acabarían más o menos en el tramo de Telefónica donde estaba la vieja y es posible que entonces no hubiera tantos divinos que se disputan el tramo de astas y se podría ver la entrada desde abajo de la calle. En la retransmisión del encierro hay una cámara con vida propia que me apasiona. Es un zoom tipo Lazarov pero cuya precisión no distorsiona la imagen y persigue el realismo más que el efectismo. El punto de vista es un picado que va desde el comienzo de la Estafeta y que avanza a cámara lenta persiguiendo las escenas del encierro desde atrás. Ya ven: el encierro dentro del encierro, donde el cámara persigue con tiento captar los gestos, a la distancia precisa y con absoluto realismo. La escena se mantiene con la firmeza del cámara que intuye el ritmo interno que fluye en esa huida. En la determinación de que en el conjunto de la carrera hay una historia que merece la pena ser grabada. Es un plano largo y repleto de cabezas y espaldas anónimas que sólo se identifican cuando se giran para ver dónde viene la manada o cuánto de cerca tienen al toro. El plano posee la fuerza de este espectáculo inaudito que se produce cada mañana durante los Sanfermines y que sirve para que las fiestas de Pamplona den cada día la vuelta al mundo a través de la red de medios que se interesan por él. La apuesta de TVE por darle esa preeminencia al encierro cuenta además con las buenas cifras que le da la audiencia. El espectáculo del encierro es una de las secuencias más universales de la televisión. Ojalá consigan que nunca envejezca.
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