María tiene 78 años. Sigue organizando sus tareas cotidianas con independencia, como siempre lo ha hecho. Sin embargo, sus hijos insisten en acompañarla al médico o en explicarle cómo usar el cajero automático, aunque María no lo ha pedido. Este tipo de situaciones, tan comunes como invisibles, ilustran la tensión silenciosa que puede surgir en las relaciones familiares cuando el envejecimiento entra en escena.
A medida que los padres envejecen, es habitual que los hijos adultos asuman un papel más activo en su cuidado. Esta transición, aunque natural, puede generar tensiones. Especialmente si no se gestiona con la sensibilidad y el respeto necesarios hacia la autonomía de quienes, durante décadas, tomaron sus propias decisiones sin tutelas.
Lo cierto es que el hecho de que una persona necesite cierto acompañamiento no implica que haya perdido su capacidad de decidir sobre su vida.
La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología afirma que las personas mayores desean ser tratadas como adultos, sin condescendencia ni discriminación por su edad. Valoran la sinceridad, la claridad y el respeto en la comunicación, y rechazan actitudes que los infantilicen o los presenten como personas incapaces por defecto. Desde esta perspectiva, cuidar también significa saber ceder espacio, escuchar sin interrumpir, y no anticiparse con soluciones que nadie ha pedido.
Es más, algunos gestos que se podrían considerar protectores en realidad esconden una forma de maltrato simbólico. Por ejemplo, tratar a los mayores como si fueran niños, asumir que no pueden tomar decisiones por sí mismos o privarles de información sobre temas que les afectan directamente.
Según este enfoque, el problema no suele estar en la intención, sino en la falta de información y en la persistencia de estereotipos sociales sobre la vejez. El edadismo.
Abordar conversaciones delicadas con los padres –como dejar de conducir, aceptar ayuda en casa o valorar un ingreso en un centro de día– requiere más que argumentos aparentemente sólidos. Requiere tener una estrategia emocional.
Se recomienda elegir un momento tranquilo, preparar lo que se quiere decir y anticipar posibles resistencias puede marcar la diferencia entre un diálogo productivo y un desencuentro. Es importante hablar con calma, sin dramatismos, tomando en serio sus temores y permitiendo que expresen su opinión sin interrupciones. En estos casos, respetar los silencios y los tiempos es tan importante como encontrar las palabras.
Las decisiones no deben presentarse como hechos consumados. Al contrario, se debe involucrar a los padres en las opciones disponibles, consultar con ellos sus preferencias y dar margen para la reflexión refuerza su sentido de autonomía y reduce el rechazo a los cambios.
Tratar con respeto no es solo una cuestión de formas, es una herramienta para construir acuerdos. Subestimar sus capacidades o adoptar un tono excesivamente protector dificulta la comunicación, pero, además, erosiona su dignidad y puede activar una resistencia emocional que complique aún más cualquier propuesta.
Si se van a plantear cambios que afectan a su rutina, como acudir a un centro de día o que alguien acuda a su domicilio para limpiar, es preferible centrarse en los beneficios para su salud y seguridad, en lugar de resaltar los riesgos o reproches. Explicar que se busca preservar su bienestar –y no limitar su independencia– ayuda a encuadrar la conversación en positivo.
En lugar de imponer que dejen de conducir, puede resultar más eficaz hablar de otras formas de mantener su movilidad. En lugar de obligarles a aceptar ayuda en casa, es más útil hablar de cómo evitar esfuerzos innecesarios o garantizar tranquilidad en momentos puntuales.
Opciones como la teleasistencia, la ayuda domiciliaria o los centros de día pueden ofrecerse como alternativas que amplían sus posibilidades, no como castigos encubiertos.
En Álava, las familias cuentan con recursos públicos que pueden facilitar este tipo de transiciones. El Instituto Foral de Bienestar Social articula sus servicios bajo el enfoque de atención centrada en la persona, lo que significa que todas las decisiones deben respetar la voluntad y la autonomía de quienes las reciben.
A través de los Servicios Sociales de Base puede solicitarse una valoración de dependencia, que da acceso a prestaciones como la teleasistencia, el acompañamiento en el hogar o la integración en centros de día. Todo ello con el objetivo de garantizar que las personas mayores sigan tomando decisiones sobre su vida, incluso cuando necesiten apoyo para hacerlo.
Tratar con respeto a quienes envejecen no es solo una cuestión de educación o afecto. Es una forma de preservar su derecho a seguir viviendo con dignidad. Escuchar, comprender y acompañar sin invadir permite fortalecer los vínculos familiares y facilita que las decisiones compartidas se construyan desde la confianza, y no desde la imposición.
Las conversaciones difíciles también pueden ser oportunidades para afianzar una relación basada en el reconocimiento y respeto mutuo.