José Ángel Iribar (Zarauz, 1943) levantó dos grandes ovaciones en la gala de entrega de los premios Hitz Sariak. La primera, al incorporarse de su sillón para recibir el galardón de manos de la diputada general de Bizkaia, Elixabate Etxanobe. Fue una de esas tandas de aplausos de admiración con que se premia a un barítono que ha bordado su aria. La segunda surgió antes de que el Txopo regresara a su asiento. Como una ola de las de Zarauz, creció, subió de volumen y se mantuvo. La concurrencia quería tocar el corazón del gran portero internacional. Y, seguramente, lo logró.

Aunque quien lo consiguió seguro fue Anne Igartiburu, que se sacó un par de selfies con la leyenda de los guardametas y manifestó adoración por Iribar. “Tenía un póster tuyo en mi habitación y otro en la carpeta”, le dijo.

“En este momento, en primer lugar, me tengo que acordar de mi Athletic. Como bien sabéis, lo es todo para mi”, expresó. Agradeció el gesto del club y del ayuntamiento de Bilbao de erigir una estatua con su figura junto a San Mamés. “La concibo como un homenaje a todos y todas los que vestimos la camiseta de este gran club. El fútbol es un deporte maravilloso y unido lo es más. Yo no diría que Iribar es cojonudo, sino que el cojonudo es el Athletic.”, afirmó jugando con el histórico cántico de la grada rojiblanca.

Reconoció que se sigue emocionando viendo deporte. ”Es maravillosa la ilusión que tienen los y las deportistas paralimpicos por trabajar todo el año, los valores que transmiten y la fuerza que transmiten en la sociedad”, señaló un Iribar que dio la fórmula que han de aplicar los deportistas en los malos momentos. “Cuando se da un momento duro siempre hablamos de que hay que levantarse enseguida. El deporte te obliga a eso: no tienes mucho tiempo para lamentarte. En cuanto tocas el suelo debes incorporarte”. Aconsejó la fórmula especialmente a los cancerberos. “Si te meten un gol en el primer minuto, no puedes tirarte todo el partido dándole vueltas”.

Refiriéndose a sus ejemplos en la vida, señaló sin duda a una persona. “Nosotros vivíamos en el baserri y mi aita, Marcelino, nos inculcó la obsesión por el trabajo bien hecho”.

Con José Ángel, desde luego, funcionó la receta de su padre. Ejemplo de excelencia bajo los palos de una portería de fútbol y de compromiso con una camiseta, proporcionó tranquilidad a San Mamés durante 18 temporadas, entre 1962 y 1979. Levantó dos Copas y cosechó un Trofeo Zamora al guardavallas menos goleado. Entre sus logros como deportista en activo cuenta también la Eurocopa de 1964. Tras retirarse, ha sido formador de porteros, entrenador de distintas categorías y mascarón de proa de su club. Pero, sobre todo, referente de generaciones y generaciones de niñas y niños que querían ser futbolistas. O simplemente deportistas.