Historia viva de la medicina vasca, todavía recuerda hoy aquellas camas del hospital de Basurto que en la cabecera ponían cama donada a perpetuidad por... y a continuación el nombre de una familia de ringo rango. “Era un hospital de beneficencia para personas menesterosas y en situación muy precaria”, relata. Porque Ricardo Franco ha visto cómo la medicina se ha dado la vuelta como un calcetín y ha asistido a todos los avances médicos, tecnológicos y farmacológicos, pero también a grandes dramas humanos.
Ha comprobado, por ejemplo, la gran evolución que han experimentado los cánceres. “El primer paciente que yo vi tenía 18 años y se estaba muriendo de un seminoma, un tumor embrionario que afecta al testículo. Este chaval estaba desahuciado, lo habían llevado ya a París a ver si podían hacer algo, pero falleció y hoy de eso se muere muy poca gente”, describe.
El primer día que entró al hospital le destinaron al pabellón Revilla, curiosamente desde el que habla en este momento. “Había una planta de hospitalización, y otra de enfermos tuberculosos y un asilo para pobres de solemnidad. Cuando yo entré, este hospital estaba prácticamente a punto de desaparecer. De hecho, se estaba construyendo en ese momento el Hospital de Lejona. Y cuando estaba prácticamente acabado, y pensábamos que nos iban a trasladar a todos allí, resulta que se produjo un cierre técnico porque ya no había dinero ni para pagar a los suministradores. Aquella fue una época tremenda porque estábamos en pleno periodo de formación y, no sabíamos qué iba a ser de nosotros, o si nos iban a echar a la calle. Pero se murió el caudillo y en la transición tocó salvar Basurto”, recuerda.
Espectador de excepción de toda la rueda de la modernidad sanitaria, ya bajo la cobertura y el paraguas de Osakidetza y el Gobierno vasco, destaca, por ejemplo, los avances en el radiodiagnóstico, fundamentales, o la informatización de los sistemas, “lo cual nos permitía acceder a los datos, y a procesarlos”.
Progresos con el cáncer
Resalta sin dudar los progresos en el campo de la oncohematología, cánceres líquidos como las leucemias, y cita el ejemplo de Josep Carreras. “Han mejorado muchísimo las expectativas de vida y los pronósticos porque han irrumpido fármacos como los biológicos que aportan grandes soluciones”. En este tiempo se han desarrollado todas las especialidades porque cuando él entró solo había medicina interna “y los internistas éramos a la vez neumólogos, reumatólogos, digestólogos, neurólogos y hacíamos de todo”.
Franco fue el primer jefe de estudios para admitir MIR. Con tanta suerte, que en la primera convocatoria conoció a la que hoy es su mujer. Así que a su trayectoria profesional no le falta ni romanticismo.
Pero también ha vivido momentos horrorosos, y todos los años de plomo de ETA, con todos los atentados y los cuerpos destrozados. Por eso se planteó escribir un libro sobre las consecuencias sanitarias de la violencia armada. “Tengo todos los recortes de periódico, las noticias de todos los atentados, de los bombazos, y todo lo que ocurrió a esas personas, y las consecuencias orgánicas de esos estallidos de metralla o de los reventones de las bombas”.
Estaba también trabajando el día del infierno de Amorebieta, el 6 de diciembre de 1991, aquel dantesco accidente de tráfico registrado en la A-8 en el que 17 personas perdieron la vida tras una colisión de 25 vehículos por la niebla. “Empezaron los coches a chocarse en cadena, se empezaron a incendiar y aquello fue terrible”, expone. Y es que ha padecido momentos de una gigantesca carga asistencial. “Pero lo soportábamos estoicamente porque teníamos la conciencia de que estábamos siendo muy útiles“, dice.
Estuvo presente en la histórica huelga de presos donde los reclusos se autolesionaban y para que los ingresaran se tragaban muelles de colchón, cuchillas, cucharas, o lo que pillaran. “Nos los traían custodiados por los famosos grises, y para ir desde urgencias, donde estaba antes el puesto de socorro, a la entrada, teníamos que atravesar todo el hospital. Algunos estaban en observación días para ver si defecaban, diríamos, toda esa ferretería que habían ingerido”, revela, a modo de anecdotario.
Amenazas de bomba
Relata las fugas de presos etarras vestidos de camilleros en las ambulancias, o escapando por las ventanas con sábanas anudadas. Porque sus aventuras dan para varios tomos con amenazas de bomba incluidas. “Tuvimos a la alcaldesa de Bilbao ingresada cuando sufrió el atentado. Pues durante el tiempo que estuvo, hubo tres avisos de bomba. Y una noche tuvimos que evacuar a todos los neonatos porque estaba en el pabellón Allende. Al día siguiente, la mandamos a Madrid porque aquello era insufrible”.
“He conocido épocas de gripe brutales con todas las camas en los pasillos, y los enfermos fallecían de hemorragias pulmonares”
Tampoco se libró el día que mataron al doctor Santiago Brouard. “Estaba de guardia, me llegó la noticia por teléfono de que preparásemos el banco de sangre porque habían herido al doctor Brouard aunque desgraciadamente no hizo falta la sangre”, rememora.
Hijo de una generación educada en la serenidad, señala que la del coronavirus, a pesar de su magnitud y relevancia, no es la primera pandemia que hemos sufrido. “He conocido épocas de gripe brutales con el hospital de Cruces con todas las camas en los pasillos durante varios días. No dábamos abasto con la puñetera gripe, con situaciones además muy parecidas al coronavirus, porque se morían de hemorragias pulmonares”, explica.
El drama del Sida
Curtidos en la resignación de aguantar lo que les echasen, uno de los momentos más duros fueron los albores del SIDA. “Es que se nos morían todas las semanas dos y tres chavales entre los 18 y los veintitantos años, fíjate que tragedia. En ese momento, los sanitarios más valientes dieron un paso al frente para dedicarse, exclusivamente y sin ningún remedio eficaz, a atenderles”. “Era además gente, que muchas veces por su condición de drogodependientes, presentaban cuadros complicadísimos, con grandes agitaciones que hacían que nos tiraran las jarras de agua a la cabeza. Por eso, tuvimos que poner botellas de plástico”. “El tratamiento que les dábamos era totalmente inoperante al principio porque no había ninguna terapia. Se morían, claro, y era una tragedia enorme porque era gente muy joven, imagínate con padres también muy jóvenes. Además era lo más democrático que había, en el sentido de que afectaba a todas las clases sociales”.
"Con los inicios del SIDA, se nos morían todas las semanas dos o tres chavales entre 18 y veintitantos años. Imagínate el drama"
En los últimos tiempos, el doctor Ricardo Franco ha presidido la Academia de Ciencias Médicas que aglutina a diferentes profesiones de Ciencias de la Salud con el objetivo de cooperar para conseguir una única salud que ofrezca la mejor atención posible. Es ahí donde en la última semana de Humanidades han abordado las enfermedades que nos deparará el futuro.
“El cambio climático fomenta la variación y metamorfosis de los ecosistemas y de los agentes transmisibles. Los mosquitos viajan en avión. Entonces, tú puedes tener un dengue en Zornotza de un señor que acaba de llegar de la Amazonía, o un Zika de alguien que viene de Brasil”.
Pandemias del futuro
“Claro que va a haber más pandemias, seguro que sí, porque además un virus para vivir necesita colonizar a alguien”, dice sin dudar. “El mandato biológico de cualquier ser vivo es crecer y multiplicarse a costa de quien sea. Lo que quiere es perpetuarse y si tiene que mutar para distraer tu sistema inmunológico y que no le puedas atacar, lo hace”. “El problema es que si nosotros modificamos las condiciones ambientales, los ecosistemas van a cambiar. Nunca hemos tenido olas de calor tan extremas como el año pasado y eso tiene consecuencias”, expone.
En la actualidad asiste atónito al problema de la Atención Primaria. “Hay una gran huida de profesionales y es grave porque es un pilar fundamental de la sanidad. Ahora el sistema se tambalea y por eso la gente está revuelta, y se manifiesta. Quizá haya que potenciar el diálogo porque hay muy poca comunicación, diríamos, entre las cúpulas directivas y el personal. Yo creo que lo que ha fallado es que el personal, que está muy cualificado y es muy vocacional, no está contento porque tiene unas cargas de trabajo enormes y porque no tiene libertad ni para organizar sus propias agendas. Tienen que ver 60 ó 70 pacientes en ocho horas. Y eso es imposible porque no pueden dedicar ni cinco minutos al paciente. Es como si un docente tiene que enseñar álgebra en cinco minutos”, concluye.