“O sales de casa o no sales. Ya intentaremos que el crío venga contigo”. Esta frase pronunciada por una amiga hizo que Marisa pusiese punto final a casi 30 años de relación. No era la primera vez que se le había pasado la idea por la cabeza.
Relata cómo cuatro años atrás se sentó con su agresor y le comentó que debían divorciarse, pero su exmarido fue muy claro sobre sus intenciones. “Me advirtió de cómo iba a ser mi vida, un infierno. Así ha sido”, remacha.
Tuvo que dejar a su hijo
Ella pudo huir del que hasta entonces había sido su hogar pero tuvo que hacerlo sin su hijo. Confió en poder abordar el tema de la custodia “más adelante”, pero para cuando se tramitó la separación Jon había cumplido la mayoría de edad y decidió quedarse con su padre. Actualmente cree que ella acudió a los tribunales para que “me den una paguita y tener casa”.
Sostiene que esta es la versión que le ha dado su padre – el piso en el que vive lo paga con su sueldo- y lamenta que estar reconocida como víctima de violencia de género sea para Jon algo insuficiente
La fortaleza de ir a un juzgado
Con todo, esta mujer de 50 años, asegura que todo lo que hace para salir adelante es “para que cuando mi hijo recapacite, no se encuentre a una mujer hundida”. Lo dice entre lágrimas pero con la fortaleza de quien ha sido capaz de abrir la puerta de un juzgado.
“Tenemos la creencia de que violencia de género es cuando sales con la cara marcada y el cuerpo morado”. A ella, sin embargo, su marido le lanzaba constantemente reproches sobre las labores del hogar. “Cuando estaba enfadado, tiraba los calzoncillos al suelo para que yo los recogiese”.
"Pensé, si estoy gorda y no me arreglo, nadie se va a fijar en mí. Así no voy a tener problemas"
Con los años también se sintió obligada a “descuidarse”, llegando a superar los cien kilos de peso. “Trabajaba cara al público y un cliente me llamó ‘cariño’. Pensé, si estoy gorda y no me arreglo, nadie se va a fijar en mí. Así no voy a tener problemas”.
No hay testimonio visual de estos momentos, pero sí de otros que Marisa grabó durante los últimos coletazos de relación. Gracias a ellos, su agresor ha sido condenado por un delito de injurias, otro de vejaciones y ella cuenta con la credencial de víctima protegida.
En dichos vídeos se escucha a su expareja espetarle insultos como “Hija de puta”. Sobre el clima de tensión, violencia y miedo que se respira en ellos… “Eso no se puede juzgar”, lamenta.
El camino recorrido
Preguntada por si merece la pena el camino recorrido, Marisa responde que ‘sí’. Lo hace titubeando por las heridas generadas y el dolor acumulado, por el agotamiento psicológico de todo este proceso, pero sobre todo por el sufrimiento que le supuso tener que dejar a su hijo.
Reclama más empatía cuando una mujer se decide a interponer una denuncia por maltrato psicológico y tiene claro que, en su caso, “hubiera ido a más”. Por otro lado, recalca que las mujeres víctimas de violencia machista “no vamos a denunciar la primera vez que nos pasa”. Y “esto deberían tenerlo en cuenta los jueces”, concluye.