A mediados de marzo, después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la COVID-19 una pandemia mundial, un buque partió de Ushuaia, Argentina. Su objetivo era realizar un crucero de 21 días por la Antártida, tomando una ruta similar a la del explorador polar Ernest Shackleton en 1915.
En él viajaban un grupo de investigadores liderados por Alvin Ing, del Hospital Universitario Macquirie (Australia), que registró el aislamiento forzoso de los 128 pasajeros y 95 tripulantes durante estas tres semanas de expedición. Como en la famosa serie de los años 80 Vacaciones en el mar, en la que los turistas 'encontraban el amor' a bordo de un crucero, este viaje será recordado por hallar interesantes resultados científicos, publicados esta semana en la revista Thorax.
Para la travesía no se permitió el embarque de los pasajeros que, en las tres semanas previas, habían pasado por países en los que las tasas de infección por este virus ya eran altas. A todos se les tomó la temperatura antes de fletar y había numerosas puntos de desinfección de manos en todo el barco, especialmente en el comedor.
El primer caso de fiebre se registró el día 8, lo que impulsó la adopción inmediata de medidas de control. Esto incluía el confinamiento de los pasajeros en sus camarotes, la interrupción de los servicios diarios salvo la entrega de comidas y el uso de equipo de protección personal para cualquier miembro en contacto con los enfermos.
Como en aquel momento Argentina ya había cerrado sus fronteras, el barco zarpó hacia Montevideo (Uruguay), llegando el día 13. En este punto, 8 pasajeros y algún miembro de la tripulación requirieron ser llevados al hospital por un fallo respiratorio. El día 20, las 217 pasajeros y tripulantes restantes fueron sometidos a pruebas de detección de coronavirus. Más de la mitad (128; el 59 %) dieron positivo.
De los que dieron positivo, 24 (el 19 %) tenían síntomas, mientras que 108 (el 81 %) no. Es decir, que más de ocho de cada 10 pasajeros y tripulantes que dieron positivo en la prueba fueron asintomáticos. Estas cifras son muy superiores al 1 % de los casos que sugería la OMS a principios de marzo.
Para los autores, esto indica cómo la prevalencia de la infección 'silenciosa' por COVID-19 puede ser mucho más alta de lo que se pensaba. "Si solamente se realizan pruebas de detección a los sujetos sintomáticos en un entorno de tan alto riesgo, es probable que se pase por alto una población significativa infectada, lo que a su vez puede promover la transmisión a la comunidad", explica a SINC Ing.
"Los resultados podrían extrapolarse a situaciones similares, entornos aislados en los que la gente vive en un espacio cerrado. En otros cruceros, centros de atención a ancianos y campos de migrantes es probable que haya ocurrido esto", añade.
Implicaciones en la desescalada
Los autores llegan a la conclusión de que es probable que la prevalencia de la infección por COVID-19 en los cruceros esté "considerablemente subestimada", lo que les lleva a recomendar que se vigile a los pasajeros después de cada desembarco para evitar la posible propagación comunitaria.
Es más, los expertos apuntan que esto puede tener implicaciones para la flexibilización de las restricciones de aislamiento, por lo que subrayan la "urgente necesidad" de contar con datos globales precisos sobre el número de personas infectadas.
"Este informe es una prueba de la facilidad de propagación por los casos en los que las personas afectadas se encontraban 'aparentemente bien', incluso en un encierro forzoso y sin introducir casos externos", afirma Jeffrey Green, del Real Colegio de Médicos de Australasia y otro de los autores.
"Si queremos ser serios en cuanto a la prevención de una segunda oleada de infecciones de coronavirus, entonces es vital que tengamos pruebas comunitarias ampliamente accesibles, y la capacidad de rastrear y aislar rápidamente los contactos", concluye Ing.