La "nueva normalidad" nos permitirá ir al cine, al teatro, a un restaurante, a un hotel, a nuestra segunda residencia... En unas semanas podremos ir de compras o tomar el sol en la playa, pero con unas normas y una estética un poco distinta a lo que estábamos acostumbrados.
Viviremos en un paisaje con mascarillas, manos oliendo a alcohol, colas y separaciones. Ese será el cuadro que pinte la nueva normalidad. Pedro Sánchez ya advirtió de que al transporte público habrá que llevar billete y mascarilla.
El final de la transición desde el confinamiento obligará a tomar un café en una terraza atendido por un camarero con la cara tapada sin poder enterarte de la conversación de la mesa de al lado, separando nuestros mundos por unos interminables dos metros. Y probablemente invadiendo aceras, arena de la playa e incluso asfalto de la carretera colindante, porque el Gobierno pide a los ayuntamientos que regulen la ampliación de unas terrazas que deberán diseminar sus mesas. Nos quedaremos sin fiestas populares y estaremos sentados en los conciertos, sin poder bailar y saltar.
Los acuerdos de negocio no se cerrrán con un apretón de manos, no podremos dar dos besos en las mejillas a la nueva novia de nuestro hijo y tendremos que reprimir el abrazo a aquel compañero de colegio que hace tantos años que no veíamos. Esta es la 'nueva normalidad'.
Julio viene con hoteles fríos, con las zonas comunes acotadas y sin barrigudos y rubios turistas de cara enrojecida gritando entre jarras de cerveza XXL. El turismo vacacional -para el que su ERTE no le haya flagelado lo suficiente- será de apartamento y cámara de fotos buscando el mar por el balcón. Con paseos marítimos en los que sortearemos de lejos a las personas como si fueran obstáculos de un videojuego. Una práctica en la que ya habremos cogido destreza en las avenidas de nuestra ciudad.
Barbacoas unifamiliares y cita previa en las tiendas
En las segundas residencias las barbacoas serán unifamiliares y quedarán suspendidos los partidos entre los veraneantes y los del pueblo.
Habrá que pedir cita previa en muchas tiendas y, por supuesto, en los restaurantes. Entrar en un probador será una actividad que llevará el tiempo que antes empleabas en recorrer una docena de tiendas. Esperemos que no te obliguen a llevar la ropa que te pruebes y no te siente bien, o que tenga que decidir un comité científico si puedes pedir otra talla.
Habrá colas en las ferreterías, donde se deberán extremar las precauciones porque si después de la larga espera te equivocas y te llevas una alcayata de 5 cuando has hecho un agujero con una broca de 6, el cuadro se queda sin colgar hasta la próxima pandemia.
Los bares sonarán a hueco, con poca gente y mucho aire. Las playas serán para tumbarse en una zona en la que ya no te llegará la arena que levanta el niño de la familia de al lado. Habrá playas en las que habrá que esperar colas para entrar y en casi ninguna se podrá pasear por la orilla.
En los partidos no profesionales, el aforo se reduce y el público se desparrama por las gradas, con una distancia de seguridad por medio, cuando al campo -de fútbol se entiende- se va para agolparse encima del entrenador visitante y 'saludarle'. Estas normas quizás estén más pensadas para el baloncesto, que es lo que les gusta a Sánchez y a Iglesias.
El Gobierno prevé una vuelta masiva al trabajo (Si los ERTEs, EREs y demás familia lo permiten) y para ello pide que se lleven EPIs, sin caer en la cuenta que ya nos habremos plantado en pleno verano.
Pero la nueva realidad apunta que va a ser efímera, el propio Fernando Simón ya apunta a un más que posible rebrote en otoño que, si la vacuna no lo impide, forzaría a pasar de la nueva normalidad al viejo confinamiento.