Vitoria, 29 mar (EFE).- Ansiedad, estrés y agresividad a unos niveles superiores que los del resto de la población. Así afecta a muchas personas con Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) el confinamiento por la pandemia de coronavirus. Los cambios en sus rutinas hacen que el mundo se les caiga encima porque ya no está ordenado.
Ahora está todo alterado. Las personas con TEA no saben qué va a pasar en las próximas horas. Sus tareas habituales han desaparecido. Un niño autista ya no tiene las cartulinas que utiliza habitualmente porque no se pueden comprar, ni su yogur preferido.
Otro no puede ir a nadar como hacía antes del confinamiento y eso les provoca "un fuerte estrés mucho más elevado que a otras personas sin este trastorno".
Así describe la situación que está viviendo este colectivo y sus familias la psicóloga Montserrat Clavero, directora del área clínica de la Asociación de Familias de Personas Afectadas de Trastorno del Espectro Autista de Bizkaia (APNABI), quien en una entrevista con Efe asegura que la vida deja de ser agradable para muchas de esas personas y aumentan las autoagresiones, los ataques a miembros de la familia o la rotura de objetos.
No saben lo que pasa, carecen de la capacidad de comprensión adecuada de lo que está ocurriendo y toda la información que reciben a través de los medios de comunicación y de las redes sociales les altera totalmente y les deprime hasta unos niveles "no controlables", asegura Clavero.
Reconoce que a muchas familias les ha supuesto un alivio la instrucción del Ministerio de Sanidad, publicada el 20 de marzo, que permite salir a la calle, con un acompañante, a las personas con discapacidad, que tengan alteraciones conductales, como las diagnosticadas de espectro autista, siempre que su estado se vea agravado por la situación de confinamiento.
Antes de llegar a la situación de tener que incrementar la medicación o de un ingreso hospitalario por el agravamiento de la ansiedad y la agresividad, salir a la calle un rato, recuperar la rutina de un paseo diario, aunque no sea el que habitualmente hacían, puede mitigar los problemas porque descargan energía, se desestresan y luego están más tranquilos y relajados.
Desde estas asociaciones están en contacto permanente telefónico con las familias asociadas y son las que valoran los casos uno a uno. Cuando lo consideran necesario por problemas de conducta importantes dentro de los domicilios les entregan un informe que les autoriza a acceder a espacios abiertos.
Pero las personas autistas que salen a la calle y sus acompañantes se encuentran con un problema que les angustia. En ocasiones ciudadanos, desde las ventanas, les increpan por estar paseando o les ponen mala cara, a pesar de que estas salidas están permitidas por el Gobierno.
Durante unos días tampoco encontraban comprensión por parte de la Policía por estar en la vía pública, aunque ahora ya no tienen apenas problemas con las fuerzas de seguridad, afirma.
"Pedimos a la ciudadanía comprensión y respeto con las necesidades de los autistas. Que entiendan que todos somos iguales pero las personas autistas necesitan salir. No lo hacen por ocio, sino por necesidad", subraya Clavero.
No comparte la opinión de algunas familias de llevar por la calle un distintivo que les identifique como autistas. "Sería una manera de estigmatizar a estas personas y está reconocido su derecho a salir", añade.
No todos los autistas viven el confinamiento en un estado de estrés y agresividad. Algunos se adaptan y agradecen la ausencia de ruidos y del ritmo normal de la vida. "Lo ven como unas vacaciones y están tranquilos y encantados", asegura esta psicóloga.
Desde la asociación APNABI intentan estar en permanente contacto con los asociados para darles pautas en función de sus circunstancias, y para saber cómo regular los estímulos, la información. También les facilitan material, de manera telemática, para mantener una rutina más o menos adaptada a la situación y tratar de paliar en lo posible la interrupción de las terapias que seguían las personas con TEA antes del confinamiento.