No hizo falta que pasaran muchos días de Aste Nagusia para que aquel año los comparseros bilbaínos asumiesen que sus fiestas iban a quedar esa ocasión muy deslucidas. Desde que comenzaran los festejos a todas las actividades les acompañó una cortina continua de agua. La lluvia se convirtió en una implacable escolta de Marijaia, persiguiéndola de evento en evento. Para cuando llegó el 26 de agosto sobre Euskadi ya llevaba una semana entera de lluvias. Montes, arroyos y ríos ya iban hasta los topes de capacidad, pero una gota fría hizo que ese día sobre Bizkaia se descargasen casi 600 litros por metro cuadrado, lo que terminó desatando el caos. El cielo cayó a plomo sobre Bilbao y sus calles quedaron anegadas.
Antes de que Bilbao se sumergiera, en Gipuzkoa ya había habido problemas con el agua, pero nadie pensaba que Euskadi iba a sufrir ese fin de semana su mayor catástrofe natural. El río Nervión recibió tal cantidad de agua que se desbordó ya en Araba. Laudio fue una de las decenas de localidades declaradas como zona catastrófica y en su territorio se contabilizaron cinco de las treinta y cuatro personas que esos días perdieron sus vidas en Euskadi. Otras cuatro fallecieron en Cantabria y una en Burgos.
Basauri, Galdakao, Etxebarri, Arrigorriaga o Bermeo son otras localidades que pagaron un precio muy alto en el verano de 1983. Pero las imágenes más espectaculares, las que han quedado grabadas a fuego en el imaginario de la sociedad, son las de un Casco Viejo bilbaíno devastado, las de un teatro Arriaga flotando a la deriva sobre una riada marrón. El agua se llevó por delante los puentes de La Ribera y de Bolueta, pero el destrozo en infraestructuras, como carreteras y vías de ferrocarril, fue importante. De hecho, en la ría de Bilbao quedó un tren esperando a que fuese rescatado del cauce durante meses. Otro icono de aquel Bilbao que desapareció para siempre fue el Consulado, un barco que permanecía atracado frente al Ayuntamiento y que era sede de la asociación de marinos mercantes. La crecida del Nervión y las mareas vivas convirtieron el centro de Bilbao en un maremoto que llevó al barco de una orilla a otra hasta terminar hundiéndolo.
La noche del viernes al sábado fue muy larga. Los vecinos del Casco Viejo quedaron aislados en sus casas, mientras que los vecinos del Ensanche y de las partes más altas de Bilbao se asomaban a una ría que había tomado para sí El Arenal, Campo Volantín, Olabeaga, la Ribera de Deusto, la Avenida de las Universidades y Botica Vieja. Al murmuro constante del agua lo acompañaba una oscuridad total. Las centrales de Iberduero también se habían inundado y Bilbao afrontaba sin electricidad los estragos de la tempestad. El suministro de agua potable también se vería cortado.
El amanecer fue desolador. El Arenal, con las txosnas de las comparsas convertidas en amasijos de hierro, tenía el aspecto de una zona de guerra. El agua ya había vuelto a su cauce, todavía embravecido, y las calles eran una montonera de barro, restos de todo tipo y coches.
La cuenta de desperfectos se estableció en 200.000 millones de pesetas, pero el saldo irreparable en Bilbao fue el fallecimiento de un hombre, un indigente que pasaba la noche en las instalaciones de un bar del Casco Viejo. A partir de ese momento se activó un mecanismo de solidaridad en la sociedad vizcaína. Se estima que más de cinco mil personas se presentaron voluntarias para ayudar en las labores de rescate y desescombro. Además, el Estado español puso a disposición del Gobierno Vasco todos los recursos humanos que necesitase, incluidos agentes de la Guardia Civil, Policía e incluso el Ejército. Soldados de este último cuerpo se dedicaron a repartir alimentos, mientras que camiones cisterna suministraban agua a la población.
En aquel movimiento tan inmenso de solidaridad, en el que la práctica totalidad de la sociedad vizcaína arrimó el hombro, también hubo quien intentó hacer su agosto particular. Las autoridades detuvieron a treinta personas por saquear comercios en los días posteriores.
Las inundaciones de Bilbao fueron todo un hito en el sector de los seguros en España. No en vano, el récord de pérdidas aseguradas en indemnizaciones por el Consorcio de Compensación de Seguros por un solo evento se registró en esas fechas con un monto total de 800 millones de euros, correspondientes a 24.802 solicitudes de indemnización. Es solo uno de los grandes datos que dejó un viernes apocalíptico. El día que el cielo se derrumbó sobre Bilbao.