Bilbao - El desprestigio de las ramas relacionadas con las Humanidades, la falta de lectura y la escasa de sed de conocimiento han derivado en que gran parte de la sociedad sea más vulnerable al influjo de las fake news que inundan, principalmente, las redes sociales. Alfonso Vara tiene claro que combatir esta vulnerabilidad es cuestión de aplicar el sentido crítico al revoltijo de información al que se enfrenta a diario el internauta. Mientras tanto, reivindica el valor de los medios tradicionales.
Un estudio realizado por la Universidad de Navarra dice que las ‘fake news’ preocupan al 69% de los internautas. Es un porcentaje muy alto.
-De los 37 países analizados es el tercer país con mayor preocupación. Por arriba solo están Portugal y Brasil. Si lo comparamos con Alemania, donde el porcentaje es poco más del 30%, es una cifra preocupante.
Es un concepto nuevo para un fenómeno antiguo.
-Hay tres aspectos que lo hacen diferente ahora. El primero, la abundancia. Con el surgimiento de las redes sociales la generación de contenidos se han multiplicado. Un segundo factor es el desarrollo tecnológico que permite producir contenidos con apariencia de verdad de una manera más sencilla, sobre todo contenidos visuales. Otro aspecto es la inmediatez con la que se distribuyen los contenidos.
Una mentira repetida lo suficiente se convertirá en verdad. ¿Es esto más cierto que nunca?
-Sí, en los medios sociales no existe el control y la jerarquización informativa que siempre ha existido en los medios tradicionales. Esa es la gran ventaja de las empresas informativas y el gran valor aportan a la sociedad frente a canales como Facebook o Twitter donde no hay control.
El 86% de los españoles tienen dificultades para diferenciar una noticia verdadera de una falsa.
-Está muy relacionado con el alfabetismo mediático. Discernir lo verdadero de lo falso es cuestión de sentido crítico, algo que excede el problema de las fake news. Consiste en tratar de ser personas cultas y leídas, hacerse preguntas, saber de actualidad? Me temo que se esté perdiendo.
¿Pecamos de ingenuidad?
-En algunos casos sí. Conviene explicarle al ciudadano que las noticias se publican porque hay alguien a quien le interesa esa información ahora y de esa manera. No es casualidad que ciertos años después aparezca un vídeo de una determinada presidenta de una comunidad autónoma.
¿Aprovechamos las noticias falsas para reforzar nuestras opiniones?
-Aprovechamos todo, las falsas y verdaderas. Sobre todo en escenarios de incertidumbre política, como el que ha vivido España en el último año. Cuando hay crisis políticas se tiende a replegarse en las propias ideas, y eso conduce a una mayor polarización. Me fío de los medios que consumo habitualmente mientras que aquellos con lo que no estoy de acuerdo los percibo como poco creíbles. Las ‘fake news’ han estado a la orden del día en el proceso catalán, donde la credibilidad de las fotos y los vídeos quedaban en entredicho.
-Detrás hay una intencionalidad política, un intento deliberado de los partidos políticos de mostrar a la opinión pública nacional e internacional una cara del proceso, cada una la suya. Ahí se incurrió en malas prácticas.
¿Las ‘fake news’ divulgadas con mala fe son peores que las satíricas?
-Esas son las que más preocupan. La tergiversación en la manipulación informativa para impulsar una agenda es lo que más preocupa. También las noticias inventadas con el fin de beneficiar a algún partido o empresa.
Otro agente que contribuye a la propagación de estas noticias es WhatsApp.
-España es uno de los países donde más se utiliza el WhatsApp -y su uso sigue creciendo- como canal de información y de bulos. Es complicado regularlo, porque es un sistema de comunicación personal. Gran parte del contenido que circula es humorístico y uno sabe, dependiendo de quién se lo envía, si es creíble o no.
Pero sí hay mensajes que contribuyen a crear alarma social.
-Sí, la tecnología permite la divulgación de rumores de una forma instantánea. ¿Cómo combatirlo? Educando.
Las redes sociales llevan años en nuestra vida, pero es ahora cuando se habla de las ‘fake news’. ¿Por qué?
-Van de la mano. El problema es grave, especialmente, en las generaciones más jóvenes porque su canal favorito para estar informados son los medios sociales como Facebook o Twitter donde apenas existen los controles de calidad.
¿Cuál es el papel de los medios tradicionales en todo esto?
-Siguen siendo percibidos como más creíbles que los digitales, sobre todo cuando el asunto en boga es relevante. En este tipo de casos las audiencias prefieren las marcas tradicionales, porque tienen más recursos para contrastar la opinión, sus códigos morales están más claros y su grado de integridad ha sido demostrado.
¿Hay alguna clave para distinguir una noticia verdadera de una falsa?
-Sentido común y sentido crítico. Además de acudir a las fuentes a las de siempre. Tenemos que reivindicar el valor del periodismo, que está muy devaluado. Los medios de comunicación tienen que reclamar su rol de suministrador de agua potable en mitad del lodo de fuentes.
Las ‘fake news’ han llegado hasta el parlamento europeo. Algunos hablaban de una regulación que otros consideraban censura. ¿El debate ético está abierto?
-Siempre que hay un intento por parte de una administración pública para controlar la distribución de contenidos surgen recelos de que no derive a algún tipo de censura. Es lógico que haya voces contrarias que animen a la reflexión. Las empresas informativas son las primeras interesadas en que las fake news no se trasmitan.
¿Hacia dónde caminamos?
-Hacia una sociedad dividida. Por una parte aquellos que aumenten su sentido crítico estarán mejor informados y más prevenidos ante las falsas noticias. Por otro lado, habrá una enorme masa desinformada, mucho más susceptible de sufrir la influencia de las noticias falsas. Esa brecha corre el riesgo de aumentar.