Cuando hace tres años Save the Children publicó el informe Más solas que nunca. La pobreza infantil en familias monomarentales, salió a la luz una realidad invisibilizada: la de mujeres que crían solas a sus hijos e hijas sin más sustento que el obtenido por su trabajo, a menudo precario, sin más apoyo que el prestado por sus familias y/o amigos y sin ningún reconocimiento legal de su situación. Para la elaboración del informe, Save the Children analizó las diferentes dimensiones de la pobreza y el impacto que tiene en las familias según su composición y origen. Así detectó que las familias monoparentales sufren un mayor riesgo de pobreza debido, entre otras razones, a la dificultad de acceso al empleo, el coste de la vivienda, el encarecimiento de algunos servicios (especialmente el de la energía), la falta de una red de apoyo amplia o la ausencia de prestaciones que las incluyan como beneficiarias.

En Euskadi, según datos de la Encuesta de Pobreza y Desigualdades Sociales de 2016, el 48,8% de las familias monoparentales están en situación de pobreza. Si se tienen en cuenta las parejas con hijos e hijas, los casos de pobreza real ascienden al 72%. Estos datos llamativos nos llevan a concluir que la pobreza tiene rostro de mujer, de niño y de niña. La Renta de Garantía de Ingresos (RGI) ha sido muy eficaz para matizar, en términos generales, el impacto de la pobreza y la desigualdad en Euskadi. Ha ayudado a salir de esta situación a muchas personas de colectivos vulnerables. Sin embargo, no ha sido igualmente eficaz en la reducción de las carencias en familias con hijos e hijas a cargo: sólo cuatro de cada diez salen de la situación previa de pobreza real, frente a siete de cada diez perceptores sin menores a cargo que abandonan la estrechez.

Lo anterior se debe, por un lado, a un diseño de las cuantías de la RGI que protege en menor medida a las familias con hijos e hijas y, por otro, a la falta de reconocimiento de las familias monoparentales como grupo de especial protección, a diferencia de lo que ha sucedido con otras de mayor tamaño como las numerosas.

Con el diseño actual de la RGI, las familias monoparentales no perciben ningún complemento específico que les ayude a soportar los gastos de cuidado de sus hijos e hijas. Si la infancia es un bien público que beneficia, en cuanto aporta, al conjunto de la sociedad, el coste de tener un hijo o hija no puede recaer solo en una madre que, además, tiene un único ingreso a menudo precario. Ser madre sola es una carrera diaria en la que todo tiene que cuadrar: el recibo del agua y de la calefacción, los tickets de la compra y la factura del material escolar con el total de la nómina (si existe); el horario de entrada y salida del colegio con el de entrada y salida del trabajo (cuando se tiene); el descanso (si se puede) con la atención diaria que requiere el cuidado de los hijos; la sonrisa con la angustia de saber que no se les da todo lo que merecen. Hace tres años nos enfrentamos al reto de visibilizar la situación de las mujeres que crían solas a sus hijos. Ahora tenemos datos, conocemos sus historias y hemos elaborado propuestas de política pública para que la reforma de la RGI incorpore a las familias monoparentales como colectivo específico de atención. Las familias monoparentales llevan mucho tiempo esperando a que se reconozca su situación de especial vulnerabilidad y necesitan que el compromiso de los grupos políticos que participan en el proceso de reforma de la RGI se materialice en una mejor y mayor cobertura para ellas y para sus hijos e hijas. El tiempo de que remen solas ya ha pasado.