Me encontraba circulando por el candente y tumultuoso centro urbano de Vitoria, tan candente como una tarde de agosto en Andalucía y tan tumultuoso como una visita a la Sagrada Familia de Barcelona. Era sábado y la calle General Álava rebosaba de familias paseando sin rumbo fijo una vez habían repostado en la tienda de chuches, de grupos de adolescentes haciendo nada de una manera admirable y de parejas de novios que, aunque tampoco hacían gran cosa, ellos pensaban que hacían mucho. En la acera próxima al autobús desfilaba la comitiva de una despedida de soltera. El grupo de chicas iba vestido con una camiseta rosa con la foto de la supuesta desdichada plasmada en la pechera, mientras la novia iba disfrazada de monja sexy con una toca de lienzo ceñida al rostro, una enorme cruz colgada del cuello y un hábito negro convertido en escueta minifalda que, por cierto, mostraba unas piernas bastante bonitas. Lo que sorprendía es que todas ellas llevaban en la cabeza un pene con un muelle que se balanceaba obscenamente de lado a lado.

En el interior escuchaba mientras una curiosa conversación entre dos usuarios. Ambos discernían con cierta gracia sobre las relaciones de pareja y sus repercusiones.

-Qué quieres que te diga -comentaba uno de ellos, bajito y con perilla mientras observaba al grupo de la despedida-, cuando te enamoras no lo notas, pero poco a poco te vuelves idiota. Tu vida deja de ser la misma de siempre y estás abstraído, ajeno a la realidad, como flotando cual ser etéreo.

-Estoy contigo. Recuerdo cuando conocí a mi novia -intervino el otro que era bastante más alto y con el pelo a lo afro-. Según la vi entrar en el departamento de Informática de mi empresa le dije: “Sé que no eres Google, pero tienes todo lo que yo busco”.

-¿Y ella qué hizo?

-Me ignoró durante meses.

Giramos por el Parlamento Vasco para entrar en la Catedral y posicionarnos en nuestra parada. Descendió casi todo el mundo menos la pareja de viajeros tan divertida.

-Después conseguí que saliera conmigo en verano -continuó el alto-. Y nuestra primera cita fue en una playa naturista. Allí descubrí que las ventajas del nudismo saltan a la vista. Luego todo fue bien, ya sabes: sexo, drogas y rock and roll. Así llevamos siete meses juntos. Y continúo pensando en ella todo el día.

-Es que el cerebro es un órgano que funciona desde que naces hasta que te enamoras. De todas formas -prosiguió el bajito-, creo que en muchos ámbitos de nuestra vida diaria nos falta la educación sexual.

-¿Y qué es eso exactamente?

-Hombre, pues está claro, educación sexual es cuando después de hacer el amor das las gracias?