amanecía con un agudo sol limonado y el olor a humedad en abril me embargaba, poderoso e intenso. Estaba sentado en el porche de madera contemplando un amplio campo de manzanos. A lo lejos un enorme tractor John Deere verde se abría paso en un pequeño campo de cultivo. El camino arenoso amarillento serpenteaba perdiéndose a lo lejos de la casa de campo. Estaba de tránsito hacia Bélgica. Debía de llegar hasta Brujas para incorporarme una temporada en la delegación de la empresa de autobuses donde trabajaba antes, y que me llevaba en tournée de un punto al otro de la vieja Europa. Pero tenía la Semana Santa de vacaciones y al atravesar Francia me desvié hacia la zona de Bretaña, que no conocía en absoluto. Al llegar a Rennes encontré en un restaurante del lugar a Sélène, una mujer rubia oscura, con un nombre sencillo lleno de acentos imposibles. Intimamos en el restaurante comiendo unas galettes y manchándonos con los gofres de postre repletos de chocolate escurridizo. Sélène se partió de risa al ver la mancha que surgió en mi pecho a modo de oso panda y decidió que yo podría resultar un buen entretenimiento. Así acabé en su casa de la campiña al noroeste, donde el viento soplaba suave mientras ella en cambio soplaba considerablemente sidra. Disfruté unos días en grata compañía de la paz del campo, del aire puro y, por que no decirlo, de su cuerpo delgado y atractivo siempre fulguroso y cálido, capaz de las posturas más increíbles y las torsiones más improbables. Me encontraba, como decía, esperando ese café matutino que tanto gusta a los franceses al igual que los cigarrillos y el vino. Estaba sentado ante una mesita de metal blanco con sus correspondientes sillas a juego y cojines azulones, admirando el color pajizo que dominaba al verde del campo, cuando salió ella con la bandeja. El aroma del café recién hecho era aun más intenso que el olor a relente. Dejó un crepe con mantequilla y dos tazas.

-¿Tú no vas a comer nada o qué? -Le pregunté en mi perfecto francés.

-Sí. El crepe -respondió ella secamente. Y prosiguió: -Te tomas el café y te largas.

-Si aún me quedan tres días de vacaciones? -protesté confuso.

-Ya, pero la distancia más grande entre dos personas es siempre la falta de entendimiento -espetó solemne. Y acto seguido arrojó la maleta a mis pies-: ¡Vete! -ordenó. Estupefacto, monté en el coche que había alquilado en París y abandoné la villa por el camino arenoso serpenteante. Pasando junto al campo de manzanos, admirando el tamaño descomunal del tractor John Deere verde, notando la intensidad del aroma a suelo mojado y acordándome de su puñetera madre?