VITORIA - Para un conocido gran aficionado a la montaña, tener hijos e hijas ha sido como hacer cumbre en el Everest. Compatibilizar trabajo, vivienda, estabilidad con el desarrollo personal, especialmente para las mujeres, es misión de titanes. Porque ni Euskadi ni España son buenos países para ser madre. El desempleo, el trabajo precario, la consolidación laboral, las largas jornadas, los bajos salarios y las escasas políticas públicas no animan a las parejas a tener descendencia. Esto es lo que señalan a DNA una abogada treintañera en paro, una economista mileurista, una profesora de universidad, un ginecólogo y una jueza -que en sendos actos de fe decidieron tener hijos-, a quienes hemos pedido su opinión sobre la baja natalidad que ha convertido a Euskadi en un país de viejos.

Una caída demográfica que ha comenzado a inquietar, y muy mucho, a las instituciones vascas. Ante este panorama, y liderados por el lehendakari Urkullu, las tres diputaciones forales y Eudel se unieron para suscribir el llamado Pacto por la Familia y la Infancia con el objetivo último de incrementar los nacimientos. Entre otras medidas, el documento recoge un decálogo de compromisos para reforzar las políticas públicas en favor de la natalidad y en apoyo a las familias.

La más tangible es que el Gobierno aumentará a tres años las ayudas por el segundo hijo. En Euskadi, hasta ahora, las concesiones por vástago se situaban en 400, 500 o 900 euros al año en función de la renta estandarizada, de los ingresos y el tamaño de la familia. Lo más alarmante que se desprende de los indicadores demográficos es la caída en picado de los nacimientos durante el periodo de crisis económica. Entre 2015 y 2016 se produjeron reducciones de 2,8 y 2,1,%, respectivamente. En el País Vasco nacen cada año cerca de 18.000 niños y niñas, situando a la comunidad en una de las zonas más envejecidas tanto del Estado español, como de los países europeos del entorno.

“La edad media de maternidad es de 33,4 años y la tasa de fecundidad de 1,39 hijos”, explica el ginecólogo José Gurrea, quien a los factores laborales y a la falta de infraestructuras, también achaca la falta de natalidad al empoderamiento de las mujeres. “Las chicas han empezado a preocuparse de ellas; es una ética muy virtuosa; están hartas del rol de cuidadoras que han tenido y tienen asignado por la sociedad. La precariedad laboral tiene importancia, pero más aún la ética del propio cuidado”, sostiene Gurrea.

¿Por qué cada vez hay menos mujeres en edad de dar a luz? Según el INE, se debe a tres razones fundamentales. La primera, porque ese rango de edades (15-49) está formado por generaciones menos numerosas nacidas durante la crisis de natalidad de los años 80 y primera mitad de los 90 del siglo pasado. En segundo lugar, por el menor flujo de inmigración exterior. Y, por último, por el mayor número de emigraciones al exterior de los últimos años.

“Se pensaba que la inmigración iba a solucionar o al menos contribuir a aumentar la natalidad, pero las mujeres cuando viven en países con libertad, aunque vengan de otras culturas, tienden a decidir los hijos que desean tener”, subraya la jueza Garbiñe Biurrun, quien considera que este tema tendría que haber sido abordado con más naturalidad, con más ímpetu. “Me molesta que los políticos vean este tema exclusivamente en términos demográficos. Me parece injusto porque estamos hablando de la libertad de las mujeres para ser madres, pero también para no serlo”.

A la abogada bilbaína Ana Patricia Albóniga ni siquiera se le ha pasado un instante por la cabeza tener hijos. Aunque vive con su pareja desde hace varios años, su situación profesional no se lo permite. “Estoy sin trabajo desde hace más de un año y muy angustiada porque no encuentro trabajo y pronto dejaré de cobrar el paro. Aunque quisiera ¿cómo voy a tener hijos?”, se pregunta. “Mi chico tampoco me presiona para que formemos una familia tradicional. Somos conscientes de que tendríamos que estar dependiendo de nuestros padres y viviríamos peor; no nos lo podemos permitir”, relata esta treintañera.

Sin un “decidido” apoyo a la promoción de jóvenes y mujeres y con una política en general basada en la extensión de la desregularización y la inseguridad, es misión imposible que las parejas decidan tener familia. “La conciliación sigue siendo cosa de las mujeres. No se ha producido un cambio cultural y nuestra generación ha tenido que hacer auténticos malabares para compaginar nuestras profesiones y la vida personal”, apostilla la periodista y profesora de la UPV/EHU, Carmen Peñafiel, madre por convicción y con una hija estudiando fuera de Euskadi.

“La brecha salarial, la precariedad de los trabajos femeninos, todo son piedras en el camino para las mujeres. Hemos mejorado, pero las mujeres y los hombres se han dado cuenta de que su realización como persona no pasa inexorablemente por tener hijos. Sin una estabilidad laboral, aunque haya ayudas por parte del gobierno, dudo que aumente la natalidad. Por eso también las mujeres decidimos ser madres más tarde”, reflexiona esta docente vasca.

La economista Ane López trabaja a tiempo parcial en una pequeña empresa de marketing en Donostia. A punto de cumplir los 40, y después de haber tenido un trabajo estable durante una década, vio como todo su futuro laboral se desplomó, al igual que su vida personal. “Al tiempo que me echaron de la empresa, argumentando falta de productividad, la relación con mi pareja se hizo añicos. A mi edad he pasado de tener un sueldo digno a ser mileurista. Es lamentable. Lo duro es que no veo que mi situación laboral vaya a mejorar”, resume.

Óvulos a resguardo Ane no descarta tener hijos, sola o en pareja, y como sabe que el reloj biológico pasa inexorablemente, fue a una clínica de reproducción asistida para asesorarse y decidió vitrificar sus óvulos. “Si más adelante me encuentro en una situación económica mejor y siento la necesidad de tener hijos sé que tengo la posibilidad de lograrlo. Y, si finalmente decido desestimar la opción, donaré los óvulos para que otras mujeres puedan ser madres”, relata aburrida de echar currículums para lograr un puesto acorde a su formación. En esta línea, la magistrada Garbiñe Biurrun recuerda que actualmente el 20% de las personas que perciben la RGI son principalmente mujeres trabajadoras “con puestos poco estables, a tiempo parcial involuntario y con unos recursos muy justos. Por lo tanto, si estas mujeres tuvieran hijos casi lo consideraríamos una irresponsabilidad. Es paradójico, pero seguro que se las criticaría por traer hijos a este mundo teniendo tan pocos recursos. Es injusto. Pero lo cierto es que hay muchas personas que desde la sensatez y la prudencia no se plantean la maternidad/paternidad porque su sueldo no les da”.

Y ningún indicador básico es positivo: bajan los alumbramientos, suben los fallecimientos y desciende la esperanza de vida. El lehendakari Urkullu insistió durante la firma del pacto en que “aumentar la natalidad e incrementar las ayudas a familias con hijos e hijas constituye un objetivo de país”. Un Pacto por las Familias y la Infancia que tiene como objetivo “adaptar nuestras políticas sociales al paradigma de inversión social, promovido por las instituciones europeas. La característica de este nuevo paradigma es la transición de unas políticas orientadas a la reparación y otras a la preparación”, sentenció.

Reformular las ayudas La idea de las instituciones vascas es reformular el modelo de política familiar recogida en la Ley de 2008 y garantizar unos ingresos mínimos a todas las familias con hijos, sin que por ello dejen de reforzarse los apoyos a los hogares en situaciones de gran dificultad. “Si los compromisos se ciñen exclusivamente al aspecto económico no ayudarán a incrementar la natalidad”, coinciden en señalar Peñafiel y Biurrun.

La periodista y la magistrada echan la mirada a los países europeos más avanzados en políticas sociales y de igualdad, como son los nórdicos. “Allí hay mujeres en situaciones complicadas, con profesiones de todo tipo, con carreras interesantes, en paro, pero no tienen la autolimitación para la maternidad. Culturalmente tienen asumido que disponen de unas infraestructuras potentes; efectivamente tendrán algunas complicaciones porque el mundo es el que es, pero si quieren ser madres o no, será fruto de una decisión personal, pero en las decisiones de allí pesarán poco todas las decisiones que aquí pesan mucho”, sentencia Biurrun.